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Nueva Orleans con más salero

EDUARDO CRUZ ACILLONA | Antes de entrar en materia, y aprovechando que el Guadalete pasa por Jerez, quiero aprovechar el título de la novela que traemos hoy aquí para resaltar que la verdadera suerte que tiene Cádiz es la de contar con autores de novela negra como David Monthiel, Carmen Moreno, Benito Olmo, quien nos ocupa, José Rasero Balón, y tantos otros que deberían estar copando premios (más premios) en todas las semanas negras que tanto proliferan últimamente en nuestro país. Y no, no estoy hablando de política.

Sus novelas hace ya tiempo que rompieron las barreras locales y provinciales y se empezaron a hacer un hueco en el panorama nacional, ocupando privilegiadas y seductoras estanterías y escaparates, dedicados casi en exclusividad a los grandes sellos editoriales. Lo que ha venido redundando en su visibilidad y en su reconocimiento.

En el caso concreto de Rasero Balón, cabe reseñar que es un “maldito juntaletras”, un “mamacallos de la entelequia” y un “zurcefrenillos”. Y no es que lo diga yo, sino la voz mucho más autorizada de su emblemático y personalísimo personaje, Benito Bram, un detective de medio pelo que se busca la vida por Cádiz a base de trapicheos y mendicidades camufladas.

Es, quizás, una de las novedades más curiosas que incorpora Rasero Balón a esta novela que completa una trilogía precedida por Áticos y viento y La novela de Flor Parodi. En esta ocasión, más allá de la trama central que luego comentaremos, se marca un Pirandello (Seis personajes en busca de autor) y, en un original y divertido juego metaliterario, pone a su protagonista a la caza y captura del autor para ajustarle las cuentas habida cuenta de la mala vida que le ha venido haciendo pasar desde que lo sacara a la luz de las calles de Cádiz en su primera novela. ¿Logrará el protagonista dar con el autor y acabar con su vida al final de la novela? ¿Significa esto el cierre definitivo de la trilogía y, por tanto, el final público del personaje?…

Ya en sus dos anteriores entregas, Rasero Balón demostraba un pulso imaginativo desbordante, retorciendo la trama con giros inesperados que más que giros parecían llaves de kárate, lo que conseguía mantener al lector ávidamente pegado a las páginas del libro, devorando cada párrafo y sintiéndose cada página más incapaz de poder adivinar los trasuntos y derivas de la acción.

En esta ocasión, no sólo vuelve a las andadas karatekas, sino que le imprime mucha más solidez a la trama pues despliega un ingente número de personajes secundarios que harán que la historia principal se diversifique, se ramifique y la atención del lector tenga que multiplicarse para estar atento a todos los movimientos, consciente de que, en algún momento, todo confluirá. ¿Pero cómo lo hará? ¿En qué momento? Y aquí brilla la enorme habilidad del autor para ofrecernos una linterna con la que dar luz a los casos por resolver, pero guardándose las pilas para mejor ocasión. Nada va a ser lo que parece. Todo va a ser susceptible de enmarañarse más. Hasta llegar a un final sorprendente, cargado de literarios fuegos artificiales, sorprendentes e inesperados. No es nada fácil montar la estructura de una novela ambiciosa como La suerte de Cádiz, y Rasero Balón lo consigue con maestría.

Lo mismo sucede con la construcción del personaje principal, que merece comentario aparte. Si en las dos novelas anteriores ya se había dibujado con cierta exactitud la personalidad y las circunstancias del protagonista en cuestión, es en esta tercera novela donde introduce, de manera mucho más exhaustiva que en las dos anteriores, la música. Una banda sonora que va salpicando el ático donde vive y la mente del detective y que, además de ser una magnífica selección de temas para cualquier aficionado al jazz, supone un perfil muy ajustado para ir completando la definición de la personalidad del personaje. No estaría de más que el lector, mientras se divierte con las aventuras de este gaditano original y singular (valga la redundancia), tuviera a mano el Spotify de turno para ir escuchando a la vez los distintos títulos que van sonando en el tocadiscos y en la cabeza de Benito Bram. De esa forma, además de disfrutar doblemente de una magnífica novela, seguro que acaba convencido de que, versionando al gran Carlos Cano, Nueva Orleans es Cádiz con más negritos, y Cádiz es Nueva Orleans con más salero.

Reseña publicada anteriormente en el blog de Tres Pies al Gato.

La suerte de Cádiz (Ediciones Mayi, 2022) | José Rasero Balón | 228 págs. | 19,00€

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