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Nueve de diez (y uno de matrícula)

índiceDiez de diciembre

George Saunders

Alfabia, 2013

ISBN: 978-84-940928-6-2

274 páginas

19,50 €

Traducción de Ben Clark

 

Sara Mesa

He de confesar que hasta hace unos días no había leído nada de George Saunders. Ahora, convertida ya en fan incondicional, he devorado todo lo que se ha publicado en español: este Diez de diciembre, su libro más reciente, y los anteriores, Guerracivilandia en ruinas (1996) y Pastoralia (2000), otros dos magníficos conjuntos de relatos casi inencontrables en la actualidad. Qué más puedo añadir… una vez más he sufrido lo que yo llamo el Síndrome de la Fascinación Irrefrenable, casi siempre vinculado al descubrimiento tardío de un autor: es tal el impacto que me supone su lectura que, de pronto, de manera incontenible, como si su obra fuese a desaparecer inesperadamente o a ser quemada en la pira de unos fanáticos, tengo que leer todo lo que hay de él o ella.

La fascinación es difícilmente contagiable, quizá sí lo sea el entusiasmo. En el caso de los relatos de Saunders, podría hablar de la potencia de un estilo muy personal -el tono en ocasiones orwelliano, en otras beckettiano, de sus fábulas-, de la visión de la posmodernidad que lo emparenta con la obra corta de Foster Wallace o con la de otra narradora norteamericana más joven, Judy Budnitz, de su ácida crítica a la sociedad estadounidense -muy especialmente a su extremismo e hipocresía-, de su obsesión por los dioramas, las simulaciones, las reconstrucciones y los pastiches, que alcanzan su manifestación más evidente -y no tan caricaturesca como pudiera parecer- en los parques temáticos. Son rasgos a los que hay que referirse obligatoriamente, y aún así resultan poco convincentes por sí mismos. A Saunders, simplemente, hay que leerlo. Creo que es un escritor necesario, que pone el dedo en la llaga, con un humor y una sequedad que también me hacen pensar en las novelas más simbólicas de Coetzee. A falta de leer los relatos de In Persuation Nation (2006), que no han sido aún publicados en España (la editorial Alfabia anuncia su aparición próxima, así como la de los ensayos The Braindead Megaphone y la reedición de Pastoralia y Guerracivilandia en ruinas), podría decirse que la explotación laboral es el gran tema de Saunders, siendo el trabajo el escenario donde mejor se manifiestan los rasgos depredadores de la naturaleza humana. Es decir, que hablando del trabajo, Saunders habla también de la crueldad, la envidia, la frustración, la amistad, el amor, el sexo, las incongruencias, el miedo. Al igual que sucede en España -y salvo notables excepciones que están comenzando a surgir ahora bajo esa etiqueta confusa, y de frutos desiguales, llamada “novela de la crisis”-, el trabajo ha sido tradicionalmente un tema periférico o meramente contextual para muchos escritores, según asegura al menos David Gates, que en su antología de 2004 Labor Days: An Anthology of Fiction About Work ya incluía a George Saunders entre los narradores para los que el trabajo es un asunto medular, y lo colocaba al lado de grandes como William Burroughs, William Faulkner, Toni Morrison o Edith Wharton. Pero a diferencia de muchos de los productos que se están facturando hoy día, donde la precariedad laboral se ofrece bajo un prisma esencialmente realista y reconocible, la apuesta de Saunders se inclina más hacia la alegoría, con tintes cercanos a la ciencia ficción y al futurismo, sin que por ello la representación figurativa de la alienación y el abuso excluya menciones muy claras a lo contemporáneo… es más, ganando así en radicalidad y violencia. En este proceder, la propuesta de Saunders también me hace pensar en la de Isaac Rosa en La mano invisible.

Por lo que he podido leer y oír someramente, hay distintas reacciones ante este nuevo libro de relatos. Por un lado, están aquellos que consideran que el Saunders de Pastoralia es el mejor (su estética más fresca, más desvergonzada y ácida) y que en Diez de diciembre se pierde este fuelle en pos de una mayor perfección formal, todo más medido, más espiritual quizá, recorrido por un propósito de “ficción ética”, como muy bien explica Ismael Belda aquí, recordándonos el budismo practicante de Saunders. Por otro lado, estamos los que pensamos que en esta última entrega de relatos hay un salto hacia adelante en voz propia, en estilo e incluso, diría, en clase -elegancia, finura, sutilidad-. Ya presente en algunos relatos anteriores, como en “Una cascada”, ahora cuaja plenamente el manejo del perspectivismo (en “Vuelta de honor”, “Cachorro” y en el sublime “Diez de diciembre”), el fragmentarismo (“A casa”), el monólogo interno (en casi todos) o el uso de géneros narrativos como el informe (“Exhortación”, una especie de memorándum delirante para empleados) o el diario (“Los diarios de las Chicas Sémplica”, inquietante parábola sobre la sociedad de consumo y la inmigración). No significa esto un cambio radical: los amantes del primer Saunders encontrarán aquí sus temas y tonos recurrentes (la experimentación científica aberrante, de tono surrealista, en “Escapar de La Cabeza de Araña”, o la explotación laboral en “Exhortación”), pero con un lenguaje mucho más insólito, singular y potente, que no excluye el experimentalismo (palabras entrecortadas, errores gramaticales, aparición de grafías como barras, llaves, corchetes), lo que dota de una admirable plasticidad a la prosa. Admirable es también la traducción de Ben Clark, pues intuyo que habrá sido difícil volcar al español este “uso meditadísimo de cada palabra” al que hace mención en su nota inicial.

Hace un tiempo leí unas declaraciones de Constantino Bértolo en las que aseguraba que, para merecer ser publicado, un libro de diez cuentos debía incluir al menos siete buenos, dos muy buenos y uno excelente. Cito de memoria, no sé exactamente si eran estas, u otras, las proporciones, pero en cualquier caso Saunders supera el reto con creces. La lectura de Diez de diciembre resulta deslumbrante: son piezas perfectas (de diez), con matrícula de honor añadida en el último caso, el relato del mismo nombre, “Diez de diciembre”, que es -además de una abrumadora muestra de talento- un canto al amor y a la vida protagonizado por un hombre enfermo que se traba y confunde al hablar, pero que, tras una epifanía que no revelaré, “entendía ahora que aún quedaban muchas… muchas gotas de bondad, así es como lo veía; muchas gotas de alegría -de buena hermandad- por delante, y esas gotas de hermandad no eran -nunca habían sido- suyas para retemer. Retener”. Muchas gotas de ironía, mala leche, delicadeza, inteligencia y, en definitiva, chorreones de literatura para retemer. Recuerden: nueve de diez y uno de matrícula.

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