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Ortigas a manos llenas

NH553_Farándula.inddSARA MESA | He aquí la crítica más impropia que he hecho hasta ahora, si por «impropio» entendemos “falto de las cualidades convenientes según las circunstancias”. Es un lugar común que, para el buen ejercicio de la crítica literaria, se necesita la máxima distancia, entendida esta distancia en los múltiples sentidos posibles -todos ésos que aquí voy a transgredir uno por uno-. Así, hoy escribo sobre el libro de una amiga, compañera de editorial y, para más inri, alguien que además siempre se refiere a mis propios libros con enorme generosidad. Según la corrección crítica, soy la persona más inadecuada para recomendar esta Farándula, aunque por esas mismas razones bien podía ser al revés: la más adecuada y a la que más caso se debería hacer, ya que si algo me lleva a aparcar a un lado todas las convenciones y apariencias es el peso innegable de este novelón. Ante un libro así, no queda más que pensar: ¿qué más da? Farándula es una propuesta literaria tan singular, tan diferente a lo que se factura hoy día en España, una novela tan rica, compleja e inteligente que ¿por qué no habría yo de decirlo, si así de claro lo pienso?

El premio Herralde concedido a esta obra servirá, espero, para situar a Marta Sanz en el lugar que merece dentro de las letras españolas, a menudo demasiado reacias a bajar y pringarse de la realidad o que, como mucho, se pringan de puntillas, con un realismo inverosímil, de cartón piedra, confortable para el que lee y, lo que es peor, para el que escribe. Sanz, que hace tiempo que dejó muy claro cuál es el lugar desde donde escribe -con la ventana abierta, nos dice, oliendo el puchero del patio interior, o lo que sustituye hoy día al puchero-, es partidaria, como Düring, el alter ego de Arno Schmidt en Momentos de la vida de un fauno, de que “todo escritor debería recoger a manos llenas las ortigas de la realidad y mostrárnoslo todo: las raíces negras y viscosas, los tallos verdes y venenosos, las flores insolentes”. Si en Daniela Astor y la caja negra afrontaba con valentía el lugar de la mujer en la España de la Transición -con cuestiones que todavía hoy coletean sin resolverse-, y en La lección de anatomía practicaba una especie de ‘striptease’ intimista pero también social, en esta Farándula Sanz utiliza el mundo del espectáculo -centrándose en especial en los actores de teatro- para dibujar con brochetazos desvergonzados -impregnados de sátira, buen humor, mala leche y crítica a raudales- un fresco de la realidad española actual -y no solo española- en el que no siempre nos gustará mirarnos.

Farándula es una novela coral, de personajes inolvidables cuyas peripecias se van entrelazando, personajes tremendamente humanos -gran mérito el de la autora el de construirlos tan vivos, tan imperfectos, con tantos perfiles-, que nos atrapan desde su primera aparición: Valeria Falcón, actriz de mediana edad, buen corazón y relativa fama; Ana Urrutia, vieja gloria del escenario olvidada en un miserable pisito con su perrita; Daniel Valls, el actor que triunfó fuera de España y que ahora firma manifiestos políticos, acusado de bocazas por su sofisticada esposa y de hipócrita por hordas anónimas que le desean desde internet las muertes más espantosas; Natalia de Miguel, la joven actriz que triunfa en televisión a pesar de su falta de talento -o quizá, precisamente, por ello-; Lorenzo Lucas, el maduro actor que malvive trabajando sin cobrar y que queda fascinado por la relativa inocencia de Natalia, y otros tantos que pululan con su fardo de aspiraciones, miserias, miedos y falsedades. Farándula es -se dice en la novela- una mezcla de «faralaes» y «tarántula», es el brillo ficticio de un mundo que parece glamouroso pero que -como sucede con casi cualquier escaparate- esconde capas y capas de roña. Son muchos y complejos los temas que aparecen enredados entre los pliegues de estos volantes y la tela de la araña: la función social del arte y del artista, los problemas de una democratización de la opinión de chichinabo, el miedo a quedarse solo en un mundo en el que tu valor se define por la importancia del que te acompaña en un ‘selfie’, la caridad frente a la justicia, la mezquindad frente a la generosidad, lo antiguo frente a lo nuevo… Tantos que un texto de este tamaño se queda demasiado corto.

Precisamente al plantearme escribir sobre esta novela me daba cuenta de que no podría más que simplificarla y empobrecerla, o incluso dar una idea equivocada de ella, porque además, entre otras cosas, la literatura que se acerca a este tipo de temas suele encasillarse en la grisura estética del panfleto, como si una cosa estuviese inevitablemente unida a la otra, como si la brillantez de la elección de los temas -del ángulo con que se enfocan estos temas- no estuviese ligada a la brillantez del lenguaje, como si la literatura -el valor literario- no fuese una y la misma cosa, el qué y el cómo. Como dice Antonio Orejudo del humor en la literatura, que siempre hay que matizar que es «humor inteligente», parece que también aquí, en la literatura resistente y activa, hubiese que añadir «pero muy bien escrita», para no caer en los equívocos. A este respecto, me gustó una imagen que usó Fernando Royuela para definir el estilo de Farándula, al que calificó de “prosa de guerrilla”, frente a la “prosa de tanque”, perfecta, de una pieza, apabullante. No es que la prosa de Sanz no apabulle -lo hace, porque es deslumbrante de principio a fin-, sino que se nutre, por vocación, de un lenguaje que muchos considerarán antiliterario, cuando en realidad derrocha literatura a raudales: una prosa impregnada de voces de la calle y del patio de vecinos, de diminutivos y apodos, referencias cultas y giros coloquiales, olores y sabores, el costumbrismo madrileño y la universalidad de la naturaleza humana; en definitiva un lenguaje vivo, impetuoso, agudo, lleno de matices y de aristas, que se emparenta con nuestra mejor tradición española, desde Cervantes a Valle-Inclán, desde Quevedo a Cela. Y no, no exagero. Sanz es de las grandes.

Y como esto de entusiasmarse es sanísimo, ahora, de regalo, un ‘bonus track’: no se pierdan tampoco su poesía. Tras el bellísimo y turbador Vintage, acaba de publicar en la editorial Bartleby otro poemario admirable y, en cierto modo, también combativo. Un cancionero de amor. De amor maduro, cotidiano y anti romántico. Cíngulo y estrella. Encontrarán ahí muchas conexiones con la Sanz narradora. Porque cuando uno es auténtico, lo es todo el tiempo.

Farándula (Anagrama, 2015), de Marta Sanz | 231 páginas | 17,90 € | Premio Herralde de Novela

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