NURIA MUÑOZ | ¿Cómo me las maravillaría yo para hablar de un libro que, personalmente, me ha dejado un poco tibia? ¿Cómo explicar que la culpa de este “sí pero no” quizá haya de recaer en mí?
Me explico: sigo con entusiasmo a Emmanuel Carrère desde hace tiempo, he disfrutado de la soberbia Limónov (con la que, por cierto, entendí de una vez por todas qué pasó en la guerra de los Balcanes) y me he estremecido con las rutinas de ese mentiroso de manual que es el protagonista de El adversario; incluso, lo admito, me he llegado a emocionar con alguno de los pasajes de esa novela lacrimógena que es De vidas ajenas. Pero El Reino no me ha tocado más que superficialmente, como si me hubiera impermeabilizado, y me sabe mal decir que la historia que me está contando no me interesa especialmente y que, a mi juicio, el autor pasea por ella con demasiada frecuencia.
Monsieur Carrère ha decidido, en sus propias palabras “recorrer los caminos del Nuevo Testamento”, reconstruir y recrear la época en la que el cristianismo daba sus primeros pasos. A lo largo de 520 páginas, asistimos a un despliegue de erudición y rigor histórico propio de una buena tesis universitaria, y es que el autor se presenta aquí como investigador de un periodo que los Evangelios no llegan a cubrir del todo. Pero Carrère es, como ocurre en gran parte de su obra, juez y parte, porque su labor investigadora se inicia con su participación como sujeto activo en el objeto de estudio… ¿ein? Dejando a un lado la terminología propia de las ciencias sociales: Carrère inicia el relato de los hechos con una extensa introducción en la que habla de cómo él fue durante unos años un devoto creyente de misa diaria, que llegó a casarse por el rito católico y bautizar a sus hijos ante la estupefacción, sin ir más lejos, de su propia mujer. “Una crisis” es el título del primer capítulo del libro, un recorrido por los años de fe a los que el autor llega bastante tocado por una sequía creativa demasiado prolongada, depresión y exceso de gusto por el bebercio. Durante esta época, el francés anota reflexiones y comentarios de sus frecuentes lecturas de los Evangelios, y son estos textos el punto de partida para su reconstrucción de la expansión del cristianismo a través, fundamentalmente, de Pablo y Lucas.
La figura de los dos evangelistas, protagonistas del grueso del libro, vertebra la historia de la primitiva fe católica: Carrère relata el empeño de Pablo en transmitir que Jesús era el salvador anunciado, viajando por Asia para esparcir, con prédicas y cartas, la semilla de la nueva religión y regresando posteriormente a Jerusalén, donde será encarcelado como pago a la ofensa realizada a los judíos. Pero Carrère también dice que, ojo, el espíritu de revolucionario exaltado de Pablo se dulcificaba en el relato de Lucas, el verdadero escritor de esta historia. El sosiego y la erudición del evangelista, que acompañó a Pablo en sus viajes, hacen de él un auténtico prosista, al que el francés no duda en atribuirle más autorías de las canónicamente establecidas.
El Reino cuenta con la marca de la casa, una sintaxis limpia, justa y poco dada a los circunloquios, lo que se traduce en una narrativa eficaz y verosímil que el autor utiliza para decir que las cosas pudieron suceder así, pero que esto es solo “SU” reconstrucción de los hechos… impecable, amena y cuajada de aciertos, podría decir también. Porque Carrère no es precisamente un escritor humilde -lo que no quiere decir que no sea bueno-, porque le gusta estar en sus obras, moverse como un pececillo entre sus capítulos y escurrirse cuando la narración no lo necesita. Y creo que esta novela, y aquí retomo lo que comentaba al principio de la reseña, no lo necesitaba; al menos, tanto.
Durante decenas de páginas asistimos a la caída en desgracia de Carrère, su salida de un proyecto televisivo de gran reconocimiento posterior (la serie Les Revenants), su terapia, la conversión-desconversión, sus viajes a Grecia, sus retiros espirituales, la meditación, las artes marciales, su vida de bobo (‘bourgeois-bohême’), sus crisis matrimoniales, la relación con su madre y su madrina… tal vez demasiado antecedente para justificar el proyecto inicial del libro, y eso sin mencionar el sexo: cuenta el autor que, en estando ya dedicado al proyecto de El Reino y en añorando muy fuertemente a su esposa, dio por azar en internet con un video que lo dejó cautivado. En él se veía a una chica joven en su habitación que comienza a masturbarse despacio frente a la cámara. Carrère quedó tan sorprendido por lo bello y creíble del acto que no duda en comentarlo con su mujer. “La chica tenía el coño peludo”, le dijo, “no estaba afeitado”. “Así es como te gustan a ti”, le respondió su mujer.
Demasiado Carrère en este carrère.
El Reino (Anagrama, 2015), de Emmanuel Carrère | 520 páginas | 24,90 € | Traducción de Jaime Zulaika | Premio Le Monde
Estupenda y clarificadora reseña.