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Palabracadabra

Las palabras primasEDUARDO CRUZ ACILLONA | Dice el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, que es como la Wikipedia de las palabras pero con más solera, que el ensayo es un “escrito en prosa en el cual un autor desarrolla sus ideas sobre un tema determinado con carácter y estilo personales”.

También dice que ensayar es hacer una prueba, intentar. Y me quedo con esta definición, aunque el diccionario la preceda de la vejatoria abreviatura “desus.” Porque hacer una prueba, o intentar, me remite a un juego, a un divertimento, a un entretenimiento, como los Entretenimientos gramaticales de Baldomero Rivodó que el autor cita en el libro.

Y es que, por mucho que Las palabras primas haya recibido recientemente el Premio Málaga de Ensayo, premio más que merecido, vaya por delante, lo que Fernando Iwasaki propone en este libro es un juego, un intento por comprender mejor nuestra lengua, nuestro idioma, esa herramienta que utilizamos para comunicarnos alrededor de quinientos millones de personas en el mundo. Un idioma, el castellano (no le digan “español”, pues en Latinoamérica mirarán para otro lado), que viaja de España a Perú, México, Panamá o La Habana en forma de primera edición del Quijote de Cervantes lo mismo que, cuatrocientos años después, hacen el recorrido inverso autores tan nuestros como Andrés Neuman, Juan Carlos Méndez Guédez o el propio Fernando Iwasaki, un peruano andaluz que habla el castellano en varios idiomas y que añora el japonés paterno que nunca tuvo la oportunidad de poder olvidar.

En Las palabras primas, Iwasaki hace de su capa un (en)sayo, de necesidad de expresarse, virtud; y de las tripas del lenguaje, un corazón que adora el idioma. Iwasaki es un ilustre ilustrado que no (re)conoce más fronteras que los márgenes de un libro, territorio comanche en el que se quedaría a vivir si las librerías de viejo no tuvieran también su horario de cierre.

Entre los varios bloques temáticos del libro, hay sitio suficiente para denostar el tuneado del idioma desde las nuevas tecnologías al presunto servicio de la comunicación (Ola, k ase?), para señalar el relativo peligro que puede ejercer sobre él esa cosa tan ni para ti ni para mí que es el spanglish, así como para reivindicar, Delibes mediante, la riqueza del lenguaje de campo que estamos perdiendo, abocándonos a una sequía identitaria tan devastadora como la que produce la escasez de agua.

Asimismo, nos trae el origen de palabras como fandango, guayabera, ojana o jamacuco, con el sabio convencimiento de que conocer nuestros orígenes tiene a la fuerza que hacernos amarlo más. Son palabras de ida y vuelta entre dos mundos que no son tales, sino uno sólo con dos espacios conectados por un inmenso océano. Así, las palabras tienen recorridos de ida y vuelta, lo mismo que los autores que las utilizan en defensa propia o como pancarta para reivindicar sus sueños.

Cierra este compendio de artículos, charlas y conferencias que es Las palabras primas, un epílogo confesional y especialmente bello titulado “La lengua paterna” y que es la reivindicación de una patria (“tierra de los padres”) abstracta a la vez que un canto de amor y añoranza a sus orígenes.

Me acuerdo (al georgespereciano modo) de una camiseta que tuve y que porté con orgullo varios veranos con un lema que decía “Coño sin eñe es geometría”. Que no sean los GEOs quienes tengan que salir en defensa de nuestro idioma. Leamos a Iwasaki, ese gran conversador en prosa, ese hidalgo caballero de los de pluma en ristre, y salgamos a desfacer entuertos y a proteger lo nuestro, pues ancha es Castilla y, como titula el autor un capítulo, «La Mancha Extraterritorial».

Las palabras primas (Páginas de Espuma, 2018), de Fernando Iwasaki | 256 páginas | 18 euros

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