VICTORIA LEÓN | Cualquier excusa sería buena para volver a los versos de Poe o descubrirlos por primera vez si solo se conocía al Poe prosista. Los libros ilustrados de Nórdica no son en absoluto mal reclamo para hacerlo. Y, si a eso le añadimos la versión en castellano de un conocedor del autor y un maestro artesano de la traducción poética como Antonio Rivero Taravillo, la experiencia solo puede ser recomendable para cualquier amante de la buena poesía más intemporal. Esa que nunca deja de alimentarse de la actualidad que, desde su paradójico anacronismo, le devuelve cada lector que se asoma a ella sin que el tiempo ni el espacio importen demasiado en los minutos que dura su lectura.
Pero a propósito de esa actualidad conviene recordar también, y más que nunca, que estamos ante una traducción. Y que no, no es fácil traducir poesía, y mucho menos traducir a Poe, un autor dado como pocos a las complejidades rítmicas y a la exploración continua de las más ricas y variadas combinaciones de sonido y sentido en el verso… Lo que ocurre en casos como este es que el buen traductor ha demostrado, aunque quizá pocos se fijen en ello, que ese tan injusto como extendido tópico de lo intraducible del poema puede y (de hecho) debe invertirse. Pues lo que puede afirmarse es que casi todo lo que de verdad es digno de ser traducido resulta también susceptible de traducción por la mano adecuada, aquella que sabe convertirse en el vehículo preciso a través del cual lo universal se impone casi por sí solo a todos los escollos de la forma. La forma que sustenta, claro, un mensaje lo bastante sólido como para no deshacerse en la delicada operación.
Esta edición bilingüe que no se ajusta exactamente al modelo convencional, pues los textos originales están editados a modo de apéndice a continuación de los poemas traducidos, sabe salir airosa de ese duro trance de la traslación del poema al poema y del sentido al sentido abordando con audacia los problemas más complejos (como aliteraciones, rimas, neologismos o expresiones arcaizantes). La selección comienza con “Espíritus de los muertos” y termina con “Solo”, uno de los poemas más bellos y conmovedores del autor, puro autorretrato de alma entera que revela sus claves psicólogicas más íntimas al presentar su propia infancia como el despertar de una vida “perversa” (en el sentido que él habría dado a la expresión) y atormentada. En total, veintiocho textos (entre los que comparece, cómo no, “El cuervo”, seguramente uno de los poemas de su tiempo de más larga descendencia en la literatura contemporánea) que servirían muy bien al lector menos familiarizado con esa faceta suya para formarse una idea bastante exacta del poeta Poe.
Como recuerda Luis Antonio de Villena en el texto de contracubierta, el que hoy conocemos como padre del terror contemporáneo y autor de unos relatos fantásticos que han sido el modelo de tantos grandes narradores, se consideró a sí mismo, ante todo, un poeta. E igual que otros pioneros de la narrativa fantástica que han explorado los límites de la imaginación para convertirla en nuevo marco de tensiones morales y estéticas desde el que alumbrar obras imperecederas (pensamos en Mary Shelley, Stevenson, Lord Dunsany…), incluso se diría que solo un poeta de la profundidad imaginativa que caracterizó a Poe podría haber alcanzado esas cumbres de la fantasía que impugnan la servidumbre al pensamiento racional y en las que el terror se vuelve casi sublimación de una emoción suprema. “Pero el terror no era miedo, / sino un trémulo goce, un sentimiento / que una mina de piedras preciosas / no me enseñaría o sobornaría / para definir. Ni el amor, aunque fuese el tuyo”, leemos en su poema “El lago”. Acaso porque “cuanto parecemos y vemos / solo es un sueño dentro de otro sueño”, como nos advierte en otro lugar el norteamericano, que también lanza una curiosa y dolorida invectiva contra la ciencia, que acosa sin piedad al poeta “con alas de anodinas realidades”, en otro de los poemas recogidos en el volumen.
Como si precisamente frente a esa tiranía de la anodina realidad, Poe hubiese levantado su castillo de sentimentalidad romántica e inagotable fantasía, que vemos teñirse de tinieblas y truculencia gótica en “El gusano conquistador”, con su desbordante aparato alegórico, o con paso algo más lento y mesurado nos lleva a asomarnos a esa “senda oscura y solitaria / que ángeles del mal solo visitan” de “El país de los sueños”. Así también se acaba transitando por estos poemas que nos abren la puerta a otra estancia de la realidad iluminada por la imaginación. Y, dado que la posibilidad de guarecernos en ella nunca viene mal para sentirse bajo techo de algo de vez en cuando, siempre es reconfortante aceptar su invitación a franquearla.
El silencio y otros poemas (Nórdica, 2019) | Edgard Allan Poe | Traducción de Antonio Rivero Taravillo | Ilustraciones de Kike de la Rubia y Nerea Pérez | 148 páginas | 18 €