Una aproximación al desconcierto
Javier Sánchez Menéndez
SIM libros, 2011
ISBN: 978-84-614-4669-8
68 páginas
10 €
Jesús Cotta
Tras quince años sin publicar, Javier Sánchez Menéndez nos entrega estos versos de amor, desamor, esperanza y desesperanza.
Aunque son los versos tristes los mejores de este poemario, no llenan el corazón de tristeza porque rezuman ironía y cierto humor. En su desenfado, dicen cosas muy íntimas. En su sencillez, muestra sentimientos muy complejos. Y como quien no quiere la cosa, ponen el dedo en la llaga. La poesía también está para maldecir un poco, no solo para ponerse a cantar.
Hay versos duros y burlescos, pero, por el toque de indulgencia y humanidad que palpita en el fondo, nunca llegan al sarcasmo. Es el desencanto de quien no ha encontrado lo que le habían prometido o que quizá esperaba mucho de las personas y de la vida y se ha llevado un chasco. Es el lamento de las ocasiones perdidas.
Y eso ocurre a través de todos los temas que trata: la reflexión literaria, que es a la vez reflexión amorosa; el silencio de Dios: “Dios, si has de decir algo que sea pronto,/ que también nos cansamos los hambrientos!”; ciertos momentos mágicos y misteriosos de la infancia; escenas agrias de la convivencia y conversaciones donde se entrecruzan, sugeridos y rápidos, unos tríos de “un lo siento pero soy así”, un “no era eso”, un “ni conmigo ni sin mí”; la conciencia de la propia dignidad como hombre y como poeta y la resistencia a convertirse en “poeta de domingo/tras el aperitivo”; la imposibilidad de cambiar lo más importante: “cansado del destino/ y de la muerte”, “lazarillo del Hades/ a la fuerza”; un anhelo constante de la alegría ausente: “El dios Momo/ está de vacaciones”; y, cómo no, el desconcierto, que preside el libro: “Hicieron el amor/ muertos de miedo” y “para qué desatar lo imprevisible”.
Y luego se esconden auténticas historias personales detrás de un sencillísimo ‘haiku’:
«Toda la noche
pasillos y secretos,
ya no amanece.»
Y, a pesar de todo, el autor no ha renunciado a la luz y la alegría. Nunca escupe sobre ellas. Nunca las declara vanas e imposibles. Precisamente, para buscarlas, huyó del mundo de ciertos Ejercicios de espiritualidad, uno de los mejores poemas. Y esa búsqueda salva al libro de la desesperación. Aunque hable sobre todo de la tristeza, están al principio, en el fondo y al final, la alegría y la vitalidad, de las cuales nace el estilo ágil, despreocupado, aparentemente improvisado, siempre intenso y ágil, de tú a tú, sin victimismo, que tiende a la vida y el riesgo, a pesar de todo.
Espero que el autor nos entregue dentro de poco una Celebración del desconcierto. Que a veces un ángel espante a los murciélagos. Quizá sea esa la cara de la moneda que no nos ha querido enseñar aún: vivir en el desconcierto y, aun así, celebrarlo.
(Y, por cierto, hay en el índice un lapsus, que podríamos calificar de metalapsus, metafórico y metairónico, porque se encuentra precisamente en la palabra “lapsus”. Y es de esas erratas que enriquecen un libro.)
¿Alguien se animaría a recopilar un libro de erratas célebres. Ahí va una de Ramón de Garciasol: «Y Mariuca se duerme y yo me voy de putillas» (por puntillas).
Un abrazo.
Esa errata es verdaderamente de antología. COn lo chica que es una ene y lo puñetera que puede llegar a ser. Un abrazo.
Muchas gracias Jesús. Un saludo.