En caso de ser negra, Kennedy lo sabría, decidió. Una no podía pasarse la vida entera sin saber algo tan básico sobre sí misma. Lo percibiría de algún modo. Lo vería en los rostros de los otros negros, algún tipo de conexión. Pero no sentía nada. Los mirada de reojo en el metro con el vago desinterés de una desconocida. Incluso Franz era, en esencia, ajeno a ella. No porque fuera negro, aunque eso quizá, lo subrayaba. Sino que su vida, su lenguaje, incluso sus intereses lo separaban de ella. Había muchas maneras de estar distanciado de una persona, pocas de sentirse realmente unido a ella.
CAROLINA EXTREMERA | Mallard, el lugar ficticio donde comienza esta novela, es un pueblo de Louisiana donde se han ido favoreciendo los matrimonios mixtos, aclarando la piel de sus habitantes hasta el punto de que la mayoría de ellos son indistinguibles de cualquier blanco. La tez de Stella y Desirée Vignes es tan clara que se puede distinguir el azul de sus venas. Sin embargo, su lugar en la sociedad estadounidense de los años cuarenta y cincuenta no se diferencia del de los demás negros y su madre lava ropa en casas de vecinos cuyo tono de piel no es tan distinto al de ellas.
En el primer capítulo de La mitad evanescente, todo el pueblo observa el regreso, años después de fugarse con su hermana a Nueva Orleans, de Desirée, que llega acompañada de una niña tan negra como la noche, lo que provocará el rechazo del resto de los habitantes de Mallard, que consideran la claridad de la piel como el rasgo más excelso. Poco después, descubrimos que Stella, su hermana, se ha casado con un hombre blanco y vive haciéndose pasar por blanca.
Se abren varias ramas narrativas que abarcan cuarenta años de la historia de la familia Vignes y también de la historia de Estados Unidos. Vemos a Desirée en Mallard y a Stella en su vecindario de clase alta de Los Ángeles y también a sus hijas, a Jude y a Kennedy. Ambas chicas han salido a sus padres y, así como Jude es rotundamente negra, Kennedy tiene el pelo rubio y los ojos azules. Todo este elenco de mujeres de la misma familia sirve para ahondar reflexivamente en temas como la identidad, el peso de las decisiones tomadas o la gran ruptura entre quién eres realmente y quién aparentas ser para poder sobrevivir. Y es que esto último, el fingimiento, es clave en esta novela: “Durante su último verano en Mallard, semanas después de haberse animado a entrar en la tienda de bisutería, había ido al Museo de Arte del Sur de Louisiana la mañana de un sábado como cualquier otro, no del Día de los Negros, y fue derecha a la entrada principal, no a la puerta lateral donde hacían cola los negros en el callejón. Nadie la detuvo, y una vez más se sintió como una tonta por no haberlo intentado antes. Para ser blanco bastaba con cierto atrevimiento. Uno podía convencer a cualquiera de que su lugar era ese si actuaba como si realmente lo fuera.”
Britt Bennett combina en la misma narración dos grandes temas de la literatura afroamericana: el “colourism” , o la idea de que, dentro de una comunidad negra, se desee tener la piel cuanto más clara mejor y esta claridad se asocie con belleza o clase alta, y el “passing”. Sobre el “colourism” había leído hace años al caer en mis manos Ojos azules de Toni Morrisson, pero tengo que admitir que a estas alturas de mi vida acabo de descubrir el concepto de “passing” o “racial passing”, que es lo que sucede cuando un miembro de otra raza pasa por caucásico adquiriendo entonces los privilegios asociados a la raza blanca. En la cultura estadounidense, esta cuestión tiene muchísima importancia y es el tema de novelas y tesis doctorales por igual. Por un lado, el hecho de que tantas personas hayan tenido éxito haciéndose pasar por blancas parece probar el sinsentido de las razas y, por otro, engañar al sistema solo en tu beneficio sin intención de cambiarlo es tildado de egoísta y desconsiderado. Ambas posturas son analizadas en esta historia y dudo mucho que cualquiera que esté en una posición como la nuestra pueda juzgar la situación como para decidir a cuál de ellas adscribirse.
Es posible que la situación de Stella, la hermana que se hace pasar por blanca, sea lo más interesante de la novela en cuanto a exploración de la psicología de alguien que debe ocultarse y que, aunque vive como la parte privilegiada de la sociedad, también arrastra el trauma del linchamiento de su padre cuando era niña y, por tanto, sufre un dolor del que no puede hablar con su marido ni su hija. Sin embargo, la saga familiar es poderosa en sí misma. La trama de Jude, por ejemplo, contiene sus propios temas, como la aceptación del propio cuerpo y de la propia herencia y la búsqueda de un lugar en el mundo. Sobre todo, Britt Bennett disemina bien la información a base de saltos temporales que hacen que siempre queramos más. Una novela que examina temas y situaciones muy complejas pero que resulta muy fácil de leer.
Iba a abandonarlo. Siempre había sabido juzgar el momento correcto para marcharse. Llamémoslo intuición o desasosiego, llamémoslo como queramos. Nunca había sido de las que se quedaban donde no las querían. Supo cuando era el momento de marcharse de Los Ángeles, y un año después sabría marcharse de Nueva York. Sabía cuándo debía estar con un hombre seis semanas o seis años. El momento de marcharse era igual, en cualquier caso. Marcharse era sencillo. Quedarse era la parte que nunca había dominado del todo.
La mitad evanescente (Literatura Random House, 2021) |Britt Bennett|Traducción de Carlos Milla Soler| 368 págs. | 21.50€