0

Para ser justo, hay que decirlo todo

LUIS ANTONIO SIERRA | La guerra civil que desangró a Irlanda del Norte entre, aproximadamente, 1969 y 1998 suele ser conocida eufemísticamente como el “conflicto norirlandés” (The Troubles, en inglés). Aunque el uso de ambas expresiones se ha estandarizado a todos los niveles – divulgativo, comunicativo, académico, etc. –, estas suelen transmitir una idea errónea. Tanto la palabra conflicto como la traducción de troubles al español, esto es, problemas, transmiten la apariencia de un enfrentamiento menor, esporádico, casi cercano al que puedan entablar unas pandillas urbanas por el control del barrio de turno para sus trapicheos. Pero la realidad es tozuda y, a pesar de los esfuerzos del establishment británico por maquillar interesadamente la realidad, podemos afirmar, sin miedo a equivocarnos, que lo que sucedió en Irlanda del Norte en los años mencionados fue una auténtica guerra civil; eso sí, una conflagración bastante sui generis al encontrarnos con tres bandos enfrentados que eventualmente se convertían en dos. Y de estos tres (gobierno, lealistas y republicanos), sobre el que más literatura existe es del IRA, el Ejército Republicano Irlandés, y por varias razones: sus lazos con ETA, su protagonismo en la desestabilización del statu quo en la región, su relevancia en la historia de Irlanda, etc.

Probablemente y debido a lo que acabamos de mencionar, el libro que reseñamos, No Digas Nada, de Patrick Radden Keefe (Reservoir Books) está dedicado en su totalidad – y de este hecho nos avisa el propio autor al final de la obra – a hablar sobre los entresijos del movimiento republicano irlandés de esta época, a sus luchas de poder, pero, sobre todo, a su historia más negra y turbulenta. Y como protagonista central de todo este entramado pseudo-mafioso – a ojos del autor – se encuentra Gerry Adams, líder del brazo político del IRA, el Sinn Féin, y, obviamente, miembro del grupo armado antes de orientarse hacia la política.

El retrato que sacamos de Adams es bastante siniestro y viene a deslucir, por decirlo de alguna forma, los logros políticos de su formación en pro de la paz en la región. No será este reseñador quien defienda el papel de Adams como inductor o ejecutor de actos violentos, ni quien idealice su figura, pero bien es cierto que este hombre jugó, junto con otros líderes republicanos como el fallecido Martin McGuinness, un papel determinante tanto en el entorno republicano como en el norirlandés a la hora de terminar con la guerra civil en la región. El caso de Adams y McGuinness no es una excepción en la política contemporánea y ahí tenemos antiguos paramilitares reconvertidos en líderes políticos de relevancia internacional como Nelson Mandela, por poner un ejemplo reconocible por todos. La cuestión que quizás habría que plantearse es por qué la demonización de unos y la santificación de otros, pero esto lo dejo a la reflexión del lector.

Otro hecho indiscutiblemente relevante en torno al cual gira No digas nada es la existencia de las grabaciones realizadas por la Universidad de Boston a varios de los protagonistas de la guerra en Irlanda del Norte. Las cintas con estos testimonios iban a ser conservadas en secreto y no se publicarían hasta el fallecimiento de los individuos que narraron su versión de unos acontecimientos que vivieron en primera persona por estar involucrados en acciones susceptibles de ser juzgadas ante un tribunal. Es curioso, sin embargo, que la supuesta inviolabilidad de las grabaciones fuera finalmente traicionada por la institución que las conservaba. La sombra de la política es alargada y capaz de inmiscuirse en la independencia judicial. Creo que eso nos suena a todos.

En otro orden de cosas y lejos de la alta política, encontramos el acontecimiento que atraviesa todo el libro y que es eje del mismo, esto es, la desaparición forzosa y posterior ejecución de Jean McConville a manos del IRA por, supuestamente, haber colaborado como informadora para el ejército británico. Las consecuencias de este asesinato en una muy humilde familia numerosa fueron devastadoras e ilustran, quizás en su extremo más violento, el sufrimiento de las verdaderas víctimas de cualquier enfrentamiento bélico. Efectivamente, y esto se puede comprobar de forma objetiva en el contexto norirlandés, los grandes perdedores de esta guerra fueron las clases trabajadoras mientras que los barrios más acomodados de Belfast o Derry – las dos ciudades más importantes de Irlanda del Norte – apenas notaron los efectos de la guerra. Los pogromos, las muertes, la expulsión de las viviendas; la violencia, en una palabra, fue especialmente sentida por estas gentes mientras quienes, en líneas generales, fueron responsables de esta tragedia se mantuvieron al margen de la misma.

Por último, habría que destacar que el título del libro dice mucho sobre el poder del ejercicio de la violencia para controlar a la población. Mantener la lealtad a la fuerza supone imponer la ley del silencio, instaurar el miedo entre quienes se ven en medio de una conflagración. Y tanto republicanos como lealistas y el ejército británico ejercieron este terror sobre las gentes a las que controlaban. Denunciar los abusos, posicionarse frente a las injusticias o, simplemente, criticar a los “tuyos” suponían un ejercicio tremendamente arriesgado que podía hacerte dar con tus huesos en una fosa perdida de la campiña irlandesa.

Como alguien que ha estudiado diferentes facetas de la guerra civil en Irlanda del Norte, aconsejo la lectura de este libro, pero con perspectiva y sin miopía, teniendo en cuenta que las narraciones de parte son eso, historias en las que las verdades son incompletas y están envueltas en otra guerra, la de la primacía del relato que finalmente acabe imponiéndose en la versión “oficial” de los hechos.

No digas nada (Reservoir Books, 2020) | Patrick Radden Keefe |Traducción de Ariel Font Prades |544 páginas | 22,90 euros.

admin

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *