JOSÉ MARTÍNEZ ROS | La primera novela del murciano Miguel Ángel Hernández, Intento de escapada, nos llegó con dos alicientes que nos animaron a acercarnos a la obra de un autor novel: en primer lugar, la vitola de que el jurado del Premio Herralde -uno de los más prestigiosos, merecidamente, de las letras españolas- recomendara su publicación; y, en segundo, una atractiva ambientación en el mundillo del arte contemporáneo, de las ‘performances’, de esas creaciones que pretenden asaltar nuestra conciencia y resultar transgresoras. La novela de Hernández no decepcionó: la peripecia del protagonista, un estudiante de Bellas Artes, insatisfecho e inadaptado, que se ve atraído por una serie de personajes nimbados por el aura del éxito y el prestigio hacia su propio “corazón de las tinieblas”, fue más que entretenida, mostrando a un narrador quizás inexperto pero que tenía una buena historia que contar.
Un par de años más tarde nos llega su segunda novela, El instante de peligro, de nuevo situada en un contexto artístico y, para mayor similitud, avalada también por el jurado del Premio Herralde, esta vez en calidad de finalista. Sin embargo, aquí terminan las semejanzas. Si Intento de escapada era, más allá de sus ropajes postmodernos, un ‘thriller’ y una novela de aprendizaje muy clásica, El instante de peligro es una narración que gira en torno a los laberintos de la memoria, con un fuerte componente sentimental y erótico.
El protagonista no es ya un estudiante, sino un profesor en una Facultad de Arte que -como el autor- ha escrito una novela y se encuentra indeciso entre ambos espacios: el de la Universidad, con sus intrigas y sus pesadas obligaciones; y el de las letras. Y que -también como el autor- recibió en el pasado una beca que le permitió pasar algún tiempo en una residencia para artistas en Estados Unidos (es evidente que toda la novela está diseñada para generar esta identificación entre el narrador, Martín Torres, y el autor de la obra, Miguel Ángel Hernández). Allí vivió una tormentosa relación con una mujer, Sophie, y lo que leemos es una larga misiva dirigida a ella. Pero no es el único fantasma que acosa al protagonista: también hay una alumna con la que tuvo un breve escarceo, y una exmujer y… sí, uno de los problemas de la novela es la sobreabundancia de personajes femeninos importantes en la vida del narrador. Por si fuera poco, la acción se pone en movimiento cuando Anna, una famosa artista italiana, contacta con el protagonista: ha descubierto unas misteriosas filmaciones sobre las que piensa desarrollar su próximo proyecto, y le invita a regresar con ella a esa residencia para artistas con el fin de trabajar juntos en él… Por supuesto, el desubicado Torres acepta, y vuelve a ser presa de sus recuerdos…
La concisa novela de Hernández se puede dividir en dos partes. Una primera está centrada en las vicisitudes emotivas del protagonista, el reencuentro con los paisajes en los que vivió su historia de amor, mezclada con la descripción del ambiente artístico y universitario. La novela padece en esta parte de una cierta anemia de trama, pero, por otro lado, se advierte que el autor sabe de lo que escribe, y el lector, con cierto optimismo, puede acordarse de otras obras, como Todas las almas de Javier Marías o la magnífica El nombre del mundo de Denis Johnson, en las que los claustros y las salas de exposiciones se convertían en el escenario de una historia pasional; o de la actual moda de combinar ficción con la recreación autobiográfica.
Si la novela hubiera continuado así, nos hallaríamos ante un texto más que digno, escrito con una prosa en la que Hernández muestra una mayor voluntad de estilo que en su obra previa. No obstante, a partir del momento en que la relación entre el protagonista y Anna, la talentosa artista italiana, se estrecha carnalmente y se empieza a desvelar el enigma que rodea a las citadas grabaciones, la novela decae de un modo fatal e irreversible. En primer lugar, porque el personaje de Anna empieza a adquirir una mayor importancia y es un personaje rigurosamente inverosímil, que se comunica con el narrador (y, por consiguiente, con el lector) con unas largas parrafadas filosófico-místicas insoportables: este es un fallo muy grave, porque no logramos entenderla ni empatizar con ella, ni apreciar su obra (a pesar de que se describe exhaustivamente). En segundo lugar, porque la muchedumbre de fantasmas femeninos que siguen al protagonista se convierte en un elemento inútil, casi agobiante, sobre todo porque el lector apenas es capaz de distinguirlas, ya que en ningún momento se nos ha explicado, narrativamente, cómo es cada una de ellas. Y por último, por una resolución insatisfactoria: la revelación de una clave de la relación entre Torres y su amor perdido, Sophie, deriva en una explosión de cursilería digna de un telefilme.
Esperemos por tanto que la tercera, futura, novela de Miguel Ángel Hernández tenga aquello que Intento de escapada poseía y que en El instante de peligro se halla ausente: una buena historia.
El instante de peligro (Anagrama, 2015), de Miguel Ángel Hernández | 232 páginas | 17,90 € | Finalista Premio Herralde de Novela