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Pequeña caja negra

La Lucecita.inddSARA MESA | Leí este libro en el tren de un tirón; me encantó. Más tarde se lo comenté a un amigo que lo había empezado y no había podido acabarlo. Abrió mucho los ojos y me dijo: “¿En serio? ¡Qué rara eres, tía!”. Aunque no soy muy partidaria de subrayar los contextos de lectura -al fin y al cabo qué importancia tienen el tren o la sorpresa de mi amigo-, creo que esta vez las circunstancias ilustran muy bien lo que representó este libro para mí: el enamoramiento espontáneo ante una rareza, con todo lo que cualquier enamoramiento tiene de subjetivo y de poco racional. Porque lo cierto es que esta breve novela de Antonio Moresco (Mantua, 1947) contiene algunos elementos que, así cogidos a secas, son el tipo de rasgos que suelen generarme rechazo de primeras: el tono poético de la prosa, la simbología metafísica de la historia, el diálogo adulto-niño como modo de conocimiento mistérico, un personaje que habla con los animales -¡un personaje que habla con los animales!-, la sorpresa final, los fantasmas… Y sin embargo, en este caso, se obra el milagro, contradicción que se produce incluso en el mismo título, La lucecita, título arriesgado que atrae y chirría al mismo tiempo.

Es difícil hablar de esta novela sin destriparla. Ya he dicho que contiene una sorpresa, o mejor dicho, varias sorpresas, y desvelar siquiera parte de su trama conlleva el riesgo de romper la tensión que la recorre, y que me parece muy medida, perfecta. Baste decir que es una historia sobria, casi esquemática, que empieza con una declaración de intenciones: “He venido aquí para desaparecer, en esta aldea abandonada y desierta de la que soy el único habitante”. Y luego, claro, está la lucecita, que es lo que el protagonista ve cada noche cuando se asoma por la ventana a contemplar las estrellas: una lucecita perdida en mitad de un despeñadero, que supuestamente proviene de una casa aislada, una casa que no se sabe dónde está ni quién la habita, y que comienza a obsesionar a nuestro personaje. A partir de ese núcleo mínimo, la historia se ramifica con delicadeza, a veces con humor, otras con ambigüedad, siempre dentro de una atmósfera opresiva en la que la naturaleza, más que hostil, se nos presenta misteriosa y asfixiante. El protagonista observa con estupor los árboles y el musgo, los pájaros y los insectos, y se pregunta angustiado por qué unos se devoran a otros: “¿Por qué existe todo este sotobosque malvado, me pregunto, que trata de envolver y anular y asfixiar a los árboles más grandes? ¿Por qué toda esta mísera y desesperada ferocidad que lo desfigura todo? ¿Por qué todo este hormiguear de cuerpos que tratan de agostar a los otros cuerpos succionándolos con sus miles y miles de raíces desatadas y sus pequeñas y demenciales ventosas…?” . El tópico literario por el cual el paisaje acompaña al estado de ánimo del personaje se cumple aquí hasta el extremo, mientras el frío va llegando y la naturaleza, nunca estática, continúa su imparable devenir. El hombre se diluye cada vez más, engullido él mismo por el universo, y se pregunta también “si el cielo no tendrá otro cielo por encima (…) si la luz no está, también ella, dentro de otra luz”.

El cruce de unos pocos personajes, la búsqueda del aislamiento voluntario, infancias desasosegantes y la presencia apenas insinuada de un turbador mundo interior, diálogos secos y precisos… en todo esto, La lucecita me recuerda a la literatura de Pilar Adón, de cuya última y muy recomendable novela Las efímeras tomo una imagen, la de la piedra que se levanta y bajo la que se descubren decenas de lombrices o de larvas retorciéndose. Más o menos esto es lo que sucede cuando uno lee La lucecita: bajo la apariencia de una piedra plana y poco original -para esto ya teníamos a Rulfo, dirán algunos- se esconde una gran riqueza de significados incómodos que sólo hay que saber mirar -leer- con atención. Como explicaba el mismo Moresco en una carta que remitió a su editor, La lucecita es la representación de una particular naturaleza íntima y secreta, “como una pequeña caja negra”. Como tal hay que tomarla, con precaución y apertura de miras, porque estoy convencida de que igual que a mí me enamoró, atesora potencial para enamorar a otros muchos.

La lucecita (Anagrama, 2016), de Antonio Moresco | 170 páginas | 16,90 € | Traducción de Francisco J. Ramos Mena

admin

2 comentarios

  1. Espléndida reseña, que agradezco a Sara Mesa y me ha provocado un total interés por leer esta obra.

  2. Gracias, Ignacio, yo no tengo la sensación de que sea una gran reseña, porque es difícil hablar de este libro un tanto escurridizo. Pero celebro que te interese.
    Un abrazo.

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