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Periodismo cinco estrellas

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ILYA U. TOPPER | «Aquel era un día como otro cualquiera en Sirte, de esos que empezaban con el estruendo de la artillería y los coches bomba-suicidas».

Así empieza uno de los capítulos de Tierra adentro. En un libro sobre Libia es inevitable que haya guerra, disparos, explosiones. Es lo que ustedes han visto en televisión cada vez que sale el nombre de ese país norteafricano cuya mejor definición durante medio siglo – es de un periodista francés en los sesenta – era que no es un país. Desde 2011, lo es todavía mucho menos. Ahora tiene tres gobiernos, tirando por lo bajo, amén de una docena larga de ciudades-estado. Como los de la antigua Grecia, pero con kalashnikov y sin aerópago.

Ustedes han visto los disparos, pero para todo lo demás deben leer el libro de Karlos Zurutuza, un reportero vasco que lleva una década larga recorriendo conflictos varios: Kurdistán, Baluchistán, Afganistán, Libia. No son tantos, no son una larga lista en cinco continentes, porque a diferencia de otros reporteros, que practican el paracaidismo informativo, Zurutuza vuelve una y otra vez a los mismos. Así se ha convertido, lo digo sin dudarlo, en el periodista que mejor conoce Libia. La diferencia entre leer Tierra adentro y una obra de un periodista tan celebrado como Jon Lee Anderson (The New Yorker) es como la que hay entre cenar en un restaurante de cinco estrellas y una cadena de comida rápida. Zurutuza sabe de lo que habla.

El libro se divide en dos partes. En la primera, ‘Tierra’, está Libia entera, su conflicto, sus tribus, sus idiomas, sus divisiones étnicas, desde los montes Nafusa con población amazigh –allí sí tienen un aerópago– hasta las costas de Sirte, bastión del Daesh. Contada con esta rara –por infrecuente– habilidad de narrar desde la primera línea, en directo, en forma de testimonio, estando ahí, pero sin dirigir el foco sobre el propio reportero, sin ánimo de figurar, sin aspavientos. Periodismo como debe ser.

El hilo rojo de esta primera parte son los inmigrantes que pueblan Libia, y lo de poblar no es una metáfora: sin nigerianos, senegaleses, egipcios, tunecinos y marroquíes, el país no habría funcionado durante décadas, entregada a una industria del petróleo y unos salarios públicos café para todos que dejaban el trabajo manual a los demás. Los de fuera. Un sistema que se vino abajo en la guerra, porque ahora, el Estado son las milicias. Y quien no tiene milicia a sus espaldas, no tiene perro que le ladre. Puede acabar encerrado en una prisión a merced de una mafia que pedirá rescate a unas lejanas familias en Nigeria o Senegal. Quinientos dólares o setecientos. Aproximadamente lo mismo que vale hacerse a la mar, en manos de otras mafias, para alcanzar Italia.

Esta es la segunda parte del libro: ‘Mar’. Aquí, el reportero se adentra de lleno en la ruta de quienes intentan cruzar el Mediterráneo. Después de haber observado desde las playas, ahora se embarca con los buques europeos que cruzan ante la costa libia para avistar a las lanchas neumáticas cargadas hasta el borde con quienes se han lanzado a jugar a la ruleta rusa marina. El mar –y las mafias que cargan frágiles botes racaneando un combustible que no alcanza para llegar a ninguna parte– es  un revólver cargado a partes iguales de futuro y de muerte.

Las mafias. Observar desde la playa permite ver cosas que no se ven en alta mar. Permite averiguar que el dinero de los Gobiernos europeos que fluye a Libia para frenar la emigración acaba en manos de los propios traficantes. Pero esto no es un cuento de buenos y malos. Karlos Zurutuza no rehuye ninguna pregunta, tampoco las incómodas. Admirar la entrega de los voluntarios que se dedican a salvar vidas en el oleaje es una cosa; no impide dar cuenta de que forman –sin poder evitarlo– parte de la cadena mafiosa de emigración.

No saquen conclusiones precipitadas: cuando las triquiñuelas legales de Italia inmovilizaron esos buques de salvamento de ONGs europeas y obligaban a retirarlos, las cifras de emigrantes no se redujeron. Solo aumentaron las muertes.

Las muertes. Karlos Zurutuza ha paseado por los improvisados cementerios en las playas libias. La palabra drama humano se queda desgastada ante lo que ha ocurrido y sigue ocurriendo aquí. Pero no se esperen ustedes tampoco un alegato a favor de alguna solución o medida. El reportero no ha venido aquí para decirnos qué se debe hacer. Ha venido para decirnos qué está ocurriendo. Ese es su oficio.

Es difícil abarcar en una reseña un libro que en 144 páginas cuenta, define, refleja y explica un fenómeno que en los últimos ocho años ha movido océanos de megabytes en debates políticos. Tal vez se pueda reducir a dos palabras: Cómprenlo. Léanlo.

Dije más arriba que en la primera parte está Libia entera. No es cierto. Me consta que Karlos Zurutuza sabe todavía mucho, muchísimo más de Libia, de sus religiones (como los ibadíes), sus etnias (amazigh, tuareg, tubu) y sus iniciativas democráticas –pese a todo, pese a los kalashnikov– de lo que ha podido meter en estas páginas, centradas –ese es el subtítulo– en la Vida y muerte en la ruta libia hacia Europa. Pero para eso tendrán que esperar, quizás, otro libro. O acudir a sus reportajes en M’Sur.

El libro abarca desde los inicios de la guerra en 2011 hasta el propio 2018: traza la evolución del país a través de sus inmigrantes, a través del efecto de ese haz de luz potente que emite un faro llamado Europa. Un faro traicionero: los centros de retención de inmigrantes en Libia son miserables, pero peores son los de Italia (de los de Grecia ya ni hablamos). Y siete años después, ese faro ya no solo atrae a los eritreos, somalíes o bengalíes atrapados en Libia: ahora, quienes se embarcan son los propios libios, hartos de tener un país que no lo es.

Karlos Zurutuza tiene la rara –por infrecuente– habilidad de no entregarse al lujo de la desesperanza. No carga las tintas con el drama. No todo en la vida es muerte. Tal vez, si Libia llega a ser un país un día, será gracias a los inmigrantes que han renunciado a la mar y se dedican, hombro con hombro con los libios, a construir.

Tierra adentro. Vida y muerte en la ruta libia hacia Europa (Libros del K.O. 2018)  | Karlos Zurutuza | 144 páginas | 15,90 euros

admin

Un comentario

  1. Pletórica reseña. Como siempre.
    Estuve en Libia en los años 80 y 82, acompañando una expedición de comercio exterior ligada a mi familia. Viví un mes en Trípoli una de las veces. Incluso escribí un largo reportaje de cinco capítulos para Efe que finalmente no se publicó, no sé si por la desidia post-franquista que aún coleaba o porque no llegaba, ni de lejos, al análisis que tan brillantemente comenta aquí don Ilya. Tampoco quiero caer en la modestia tontorrona. Recuerdo que decía cosas muy fuertes y eso entonces se salía del deseo del Gobierno español de no incomodar a Gadafi, en plena segunda crisis del petróleo. Conocí al hijo de Gadafi e incluso fui con él una vez en su coche, un mercedes despampanante, rodeados de una comitiva de amiguetes bebedores de vodka que iban a toda ostia por las calles semivacías de Trípoli con su comitiva de cochazos. Al Gran Hermano lo vi siempre de lejos, pero me impresionó su narcisismo rampante, su alegre cinismo, la avidez sexual que me contaban y que yo, cándidamente, trasladé a mi reportaje.
    Abrazo rendido Ilya. Gracias por descubrirme a Karlos Zurutuza y su periodismo auténtico, un soplo de aire fresco en el bochorno agobiante del golfo de Sirte.

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