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Pero cuando más me gusta es bailando este rock

EDUARDO CRUZ ACILLONA | Quiero pensar bien, a riesgo de no acertar, y concluir que, cuando el Dúo Dinámico cantaba aquello de Quince años tiene mi amor, se referían a una hija barra sobrina (nieta no, porque tampoco tenían edad para ello) y no a un prematuro amor de verano… Y aún así, mucho me temo que el error es manifiesto. No es labor de esta revista analizar críticamente las letras de las canciones, pero eso de idealizar a una muchacha de quince años como algo etéreo, amable, adorable y altarizable (palabro recién inventado referido al hecho de poner a alguien en un altar) es, como mínimo, merecedor de señalar, y no para bien.

Cuando tu criatura, la niña de tus ojos, cumple quince años, lo último que hace es satisfacer las ilusiones de su padre o de su tío. Lo suyo es pirarse con las amigas, los amigos y les amigues, y mantener un tira y afloja continuo con la autoridad competente, es decir sus mayores. Se rebelan, como debe ser, y reniegan de tu autoría. Tienen vida propia. A veces mejoran el original y, en otras ocasiones, no se parecen en nada a lo que tú soñaste.

Lo mismo ocurre con las novelas. La gran mayoría de ellas, cuando cumplen quince años, nada tienen que ver con el original que parió el autor. Han quedado desfasadas, obsoletas, incomprensibles. Y no bailan rock, sino reguetón. La excepción, y aquí quería yo llegar, es El rock de la calle Feria, de Francisco Gallardo, una novela publicada hace ahora quince años por la editorial Algaida y que han tenido a bien volver a editar ahora.

Esta novela, la primera del ya consolidado autor, sigue tan vigente hoy como hace quince años. Y mantiene la misma fuerza después del arrollador paso del tiempo. Y, es más, me atrevo a saltarme la frontera de la prudencia para afirmar que es de obligada lectura para todos aquellos que quieran saber qué pasaba realmente en los años previos a la revolución cultural de nuestro país en la década de los ochenta. Porque la llamada “movida” no tiene de apellido “madrileña”. La verdadera movida ya había nacido en los años finales de los setenta en Andalucía. Aquí ya había quien mezclaba el flamenco con el blues y con el rock, e inventaba un lenguaje y una manera de mirar. Alberto García Álix y Miquel Barceló firmaban las portadas de los discos de Camarón de la Isla, y Kiko Veneno se vestía de García Lorca para sus letras. Volando voy, volando vengo. El rock de la calle Feria respira toda esa época y no es un testimonio cualquiera. Se trata de una novela completa, redonda, contundente, sencilla y profunda a la vez. Una novela que empieza a mostrar al gran autor que Paco (perdón, Francisco Gallardo) ya es. Entre otras cosas, porque tiene, como mínimo, cuatro capas de lectura, que no es poco.

La primera de ellas es la relación de cuatro amigos que, en el año 78 del siglo pasado, planean y llevan a cabo un viaje a Amsterdam para asistir a un concierto de Bob Marley. No son los cuatro colgados al uso que uno podría presuponer. Son estudiantes universitarios, sin dinero, pero con cultura, tan cómplices de las drogas como de los libros, tan amables como gamberros, tan soñadores como inocentes.

La segunda es la relación amorosa entre uno de ellos, apodado Camus, con una joven, Lola, a quien sólo conocemos a través de extractos de los escritos que parecen componer su íntimo diario.

La tercera es la ambientación de una época y de un lugar. Lejos de rockolas y nocturnas granvías, por donde también pasan, la verdadera movida se gesta entre Sevilla y Triana, en la calle Feria y en un patio asomado a la plaza del Cristo de Burgos, donde en primavera olía a costo y a azahar.

Y la cuarta, y no por ello menos importante, un autor que vuelca en el narrador, que es quien escribe su historia y la de sus amigos, toda su mochila literaria, tanto por sus lecturas (imposible citarlas todas) como por su propia poética, su forma de entender la literatura, algo que, después de quince años, y varias novelas más publicadas, sigue conservando y defendiendo:

“Creo que fue aquella mañana cuando me aficioné a la ficción: es libre, no tiene nada que ver con la realidad y es baratita. Basta con inventársela” (pág. 74) Y así, tantas salpicadas en las más de trescientas páginas del libro…

Porque Paco, Francisco Gallardo quiero decir, es uno de los autores más honestos que conozco. Es capaz de hacerte atractiva una complicada historia sucedida en el siglo II (La última noche, Algaida, 2012), puede revertir en amable la lectura de un truculento episodio de violencia en los primeros años del siglo XIX (Áspera seda de la muerte, Algaida, 2018) y puede convertir el barrio de su infancia, gracias a la prosa poética, en la casa en la que siempre has deseado habitar (Cuaderno de San Lorenzo, Algaida, 2019)

El rock de la calle Feria es, en definitiva, y quince años después, mucho más que una novela. Es, para quienes no lo conozcan, el descubrimiento de un enorme autor y, como si de un bonus track se tratara, la posibilidad de acercarse a una realidad tan auténtica como injustamente silenciada durante tanto tiempo por los ruidos madrileños. Y sólo apunto dos ejemplos:

Escuchen el disco de Triana popularmente conocido como El patio. Por ejemplo, aquí: https://www.youtube.com/watch?v=0ukQyz1hBPQ&list=PLIw1WGA25wxEVyzO1l-jaQDzLCB27LiQb&index=4 (Y verán qué bien suenan los capítulos de la novela)

Lean, después de El rock de la calle Feria, la también recuperada novela Canijo (Editorial Barrett, 2022), que muestra la cara B de las drogas y la marginalidad y firma Fernando Mansilla, un enorme autor (descansa en paz, amigo) al que tanto echamos de menos en los bares de la calle Feria (Vizcaíno mediante) y alrededores.

El rock de la calle Feria (Algaida Editores, 2022) | Francisco Gallardo | 344 págs. | 19,95€

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