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Persiguiendo la epifanía

Portada_Malaherba

JOAQUÍN PÉREZ BLANES | El otro día, tuve la suerte de disfrutar de una breve sesión de jazz con mi amigo estadista Manolo Haro—fue una noche de fugaz estadismo porque nos encontramos también a Alejandro Luque. El concierto estuvo bien, fue agradable y cordial, una noche interesante, relajada. La amistad siempre ayuda a que todo sea más sosegado y humano. Disfrutamos de la música correcta de un trío—piano, contrabajo y batería—, todo muy comedido y afable. Cuando salimos del concierto, ambos pensamos lo mismo, todo estuvo en su sitio, como están ordenadas las cosas en la alacena, como se posiciona uno en una línea para pedir su turno. Todo sonó amable, todo resultó muy correcto. Muy profesional, si me apuran. Sin embargo, nos faltó el destello, el fulgor, la luminosidad, la maestría. Nos faltó, sencillamente, la epifanía, aquella que sí tuvimos con Enrico Pieranunzi. Es evidente que lo correcto hace de una obra un tránsito cordial pero no revelador.

Algo así me ha sucedido ahora como lector con Malaherba de Manuel Jabois. No dudo de su clarividencia, de su capacidad literaria, de sus aciertos narrativos. Jabois me parece un periodista de mucha solvencia, lo escucho con agrado en la radio, lo leo en el periódico con atención, pero su novela—discúlpenme los amantes de su narrativa—me ha parecido un cuento largo. Una historia que en veinte páginas podría haber cerrado con mayor acierto que en las 192 páginas que dura esta historia de aprendizaje infantil, duro y tierno a la vez, pero al que le sobran tantas páginas como carece de desarrollo alguna otra trama que sirva para lo que ya Piglia nos decía en Formas Breves: “Un cuento siempre cuenta dos historias”, así que imaginen lo que debería contener una novela.

Es tierno el juego de poner a todos un nombre acompañado de su apellido, como hacíamos en el colegio, o un mote, Mr. Tamburino, el niño protagonista de esta historia, Elvis, Dani Ojitos, Bomba o Malaherba. Como es cálido el modo en el que Tambu va descubriendo el amor inocente e inesperado, ese amor que nace del juego y el roce físico cuando se va entrando lentamente en la pubertad. Todo eso está muy bien, muy correcto, muy cordialmente narrado, sin embargo, me falta el último destello para entrar en un estado de gracia, para alcanzar la revelación, esa epifanía que encontré en otros autores gallegos, como en el orejudo de nariz torcida y aguileña con bigote similar a un corchete refinado, que creó aquel bendito bosque animado y su particular atracador, Fendetestas, y su grito de guerra inolvidable: ¡Alto, me caso en Soria! La ironía fugaz de Álvaro Cunqueiro o la imaginación desbordante y emocional de Manuel Rivas en libros como En salvaje compañía, ¿Qué me quieres amor? o El lápiz del carpintero. En todos ellos me topé con una revelación, como en aquel concierto de Pieranunzi en el que ambos, Manolo Haro y servidor, sentimos que algo entraba en nuestro interior para acariciarnos y convertirse en parte de nosotros, en algo ya inolvidable, como lo son Fernández Flores, Cunqueiro, Rivas o el pobre Celso Emilio Ferreiro, por mencionar solo un pequeño grupo de gallegos brillantes tocados por la gracia que emana de esa tierra. Del libro de Jabois, lamentablemente, ya no me quedan recuerdos, solo me queda su agradable voz en la radio y sus columnas llenas de pinceladas poéticas, pero poco más. Ni siquiera Tambu, su protagonista, se ha quedado en mí, al abrigo del olvido.

Esto no quiere decir que la novela no encuentre sus lectores, para llevar cuatro reimpresiones debe tenerlos como manojo de espárragos, pero igual, los que ya tenemos una edad y empezamos a preferir releer a descubrir, esta novela no aporta nada nuevo. Si quieren una novela sobre la infancia, donde el tono narrativo no mude continuamente, porque en Malaherba, el narrador, lo mismo es un niño de diez años como, de un salto, un narrador adulto, con ideas, imágenes o expresiones difíciles de concebir en un chaval tan pequeño. Como digo, si quieren una novela con la voz narrativa y el universo de un niño, les sugiero Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea de Annabel Pitcher, que es, en los últimos años, de las novelas más reveladoras que he encontrado con la voz narradora de un niño. Lean ambas novelas y luego me dicen. Igual estoy equivocado.

Dejemos que el tiempo madure la prosa de Jabois y esperemos que pronto pueda ofrecernos historias que nos lleguen más directas, que realmente nos conmuevan porque han alcanzado el fulgor, ese en el que su historia y sus personajes, se quedan a vivir entre nosotros.

Malaherba (Alfaguara, 2019) | Manuel Jabois | 192 páginas | 17,90 euros

 

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