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¡Pinche Bernal!

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El complot mongol

Rafael Bernal

Libros del Asteroide, 2013

ISBN: 978-84-15625-60-5

236 páginas

16,95 €

Prólogo de Yuri Herrera

Posfacio de Élmer Mendoza

 

 

Fran G. Matute

Me sorprende enormemente que se publicite El complot mongol (1969) de Rafael Bernal como la piedra fundacional de la novela negra mexicana. No porque dude de la veracidad de dicho dato (¡Qué se yo de novela negra mexicana!) sino a la vista del año de su publicación. Por aquí, por la piel de toro, al menos teníamos la excusa del Tío Paco pero en México, al tiempo de ver la luz esta novela -y como bien apunta Yuri Herrera en el prólogo a esta edición-, se encontraban todavía inmersos en ese largo período de esplendor que se vino a conocer como el “milagro mexicano”. Eso sí, con las trágicas revueltas estudiantiles del ‘68 en Tlatelolco sobrevolando las conciencias de muchos. A lo mejor el ‘noir’ es un género que solo surge cuando se le necesita y lo hace para reflejar el malestar de los tiempos. Una idea ésta bastante romántica, sin duda, pero que de darla por buena serviría para afirmar sin mucho sonrojo que Bernal, a través de la figura de Filiberto García, el detective protagonista de esta novela, bien nos podría estar adelantando algunas de las cosas que estaban por venir.

El complot mongol es una novela de espionaje bastante heterodoxa en la que el rumor de un posible atentado en suelo mexicano contra el presidente de los Estados Unidos (los sucesos de Elm Street están todavía frescos en la memoria) enciende todas las alarmas internacionales y diplomáticas: la policía local se verá obligada a colaborar con el KGB y el FBI, y nombrará como interlocutor al neutral detective García, cuyo cinismo y desapego político parecen convertirlo en la persona ideal para lidiar con sus antagónicos invitados.

Hay mucho de canónico en todo el tejemaneje de sospechas, cortinas de humo y contraespionaje que Bernal (a su vez, diplomático de carrera, siendo esta novela un claro ejemplo de ese subgénero narrativo que tanto gusta a Pablo Mazo) introduce en la trama, por lo que el único elemento del texto que podríamos catalogar como ‘pulp’ es su protagonista, ese pistolero desencantado y de gatillo fácil, esa suerte de Harry, el sucio mexicano que se verá metido de lleno en una engañifa de altos vuelos. No es solo el cinismo que arrastra este personaje lo que lo hace interesante (y actual), sino ese monólogo incendiario que transcurre en su cabeza (constantemente “interjeccionado” por ese “¡Pinche…!”) y que se mezcla sin piedad, en primera persona, con la narración omnisciente, en un recurso narrativo tremendamente efectivo.

Escrita con gran soltura y desparpajo, y tirando de mucho diálogo, El complot mongol es, ciertamente, todo un hallazgo para el género, tan acostumbrado al cliché y al maniqueísmo. Sin necesidad de recurrir a la violencia extrema o a la sordidez, Bernal despliega una historia en la que todo cabe pero en la que todo encaja, desde los bajos fondos del barrio chino hasta las más altas esferas institucionales. La sibilina lucha por el poder será el motor de toda la acción en la que la droga, aquí un personaje secundario, ya se deja ver por estas páginas, como reclamando ese papel protagonista que, por desgracia, tendrá en décadas venideras.

Puede que sea aquí donde resida el carácter “fundacional” de El complot mongol: no solo por ser la primera muestra, con solvencia literaria, dentro del género ‘noir’ en México, sino por su capacidad prestidigitadora. A lo mejor Bernal, desde su atalaya diplomática, fue capaz de ver antes que nadie la que se avecinaba. Lástima que su muerte, a los pocos años de publicarse esta novela, le impidiera disfrutar de este éxito póstumo. Bernal acertó de lleno en clavar una mirada tan fría y de vuelta de todo en el poder (en concreto en el de su gobierno, que aún se hacía llamar «revolucionario») y en renegar de los tan sobados valores patrióticos. Podría entonces defenderse que sí, que el ‘noir’ irrumpe cuando se le necesita, porque El complot mongol se ha terminado revelando como una lectura muy potente, sí, pero también como una verdaderamente importante. ¡Pinche Bernal!

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