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Podría haber sido peor, pero no

Podría ser peor

 

Podría ser peor

Antonio Rivero Machina

Hiperión, 2013

ISBN: 978-84-9002-014-2

56 páginas

10 €

XV Premio de Poesía Joven “Antonio Carvajal”

 

Juan Carlos Sierra

Puede dar la impresión de que se trata de una estrategia premeditada o de un mecanismo de autodefensa. Desde el título de su debut poético –Podría ser peor-, Antonio Rivero Machina (Pamplona, 1987) parece que está previniéndose de la que le puede caer. Sin embargo, a pesar de su petición de «Benevolentiae», primer poema del libro -“Imaginen qué hermoso este poema/ si no lo hubiera escrito”-, a pesar de su pretendido y conseguido distanciamiento de lo ya hecho -“¡A mí que me registren!”-, el poemario tiene mimbres suficientes para no pasar desapercibido y, sobre todo, para no recibir una barahúnda de palos críticos, salvo los justos y necesarios.

De hecho, da la impresión de que todo esto no es más que un juego del autor para afirmar todo lo contrario, es decir, que es plenamente consciente de su oficio, de su valía y de su lugar poético.

Veamos las coordenadas desde las que se mueve Antonio Rivero Machina en el poema «Fe de erratas»: “Yo hubiera deseado escribir/ en las acequias de Zamora,/ celebrando el vuelo lejano/ de un conjuro ebrio/ (…) Pero los barrenderos municipales/ no me legaron más oficio/ que los rescoldos/ de un botellón desangelado,/ la titubeante orden/ de los semáforos insomnes…”. Esto es lo que me ha tocado en suerte y desde aquí voy a construir un discurso poético, parece decirnos Antonio Rivero Machina, no desde el tiempo y el lugar de Claudio Rodríguez o Jorge Guillén. “Pero nada les prometo./ Y disculpen mis faltas,// sobre todo las de modestia”, concluye el poema; un quiebro de última hora muy querido por el autor si atendemos a la frecuencia con que lo usa en el libro que reseñamos y, sobre todo, muy efectivo por su carga desengañada, desmitificadora e irónica.

Este tiempo coincide además con la juventud, que se descubre como “la torpe gravedad del que camina/ sobre la espalda/ de otro cuerpo” -«Anotación astronómica»-, y con una época donde los ídolos han caído en desgracia; los que delimitaban las fronteras morales se han visto sobrepasados por la modernidad cibernética o la estulticia -«Ecce homo» y los que cargaban con el peso del prestigio de los excesos juveniles han perdido su aura mítica estrellándose en su coche de lujo contra el prosaísmo de la realidad -«Porsche Spyder 550»-. Ya lo advirtió Jaime Gil de Biedma en su poema «No volveré a ser joven»; Antonio Rivero Machina coge el guante, pero desde su tiempo y con contrapunto final -en este caso doble-, para que el dedo hurgue en la herida de nuestra contemporánea estupidez.

El tiempo invita, asimismo, al poeta a indagar, en un tono más o menos grave, en el significado exacto de su trascurrir -«Comida fría» o «4 de junio de 1989»-, pero sin renunciar a una vuelta de tuerca burlona o irónica al final del poema «Mundial del 94»: “Sí./ Yo vi el codazo de Tassoti en directo./ Y quise ser Martín Cacho cuando tuve cinco años.// Los hielos se deshacen cada vez más rápido/ en las copas”. Además está el tiempo del amor, que tiene que ver con el recuerdo y con la sensación de pérdida o de insuficiencia.

Y, por supuesto, espigando aquí y allá se encuentra a la propia literatura. En este sentido, resulta especialmente interesante el poema «Liev Nikoláievich», una apuesta decidida por la verdad de la ficción literaria, por el juego de espejos, pero también de fintas y regates, que plantea todo artefacto literario y al que se apunta Antonio Rivero Machina desde el minuto uno de este libro.

Todo esto no encaja, sin embargo, en una planificación matemática, en una estructura de reloj suizo donde cada pieza ocupa el lugar exacto, sino que los poemas van y vienen, suben y bajan, entran y salen de un edificio sin una arquitectura definida. Porque probablemente la escritura no sirve ya para ordenar el mundo, como siempre se había pensado, sino que ha de reflejar su caos o, al menos, su pleamar y su bajamar; y, cómo no, también los restos en punta de conchas rotas con las que nos pinchamos cuando paseamos por la orilla.

Seguridad disfrazada de inseguridad, incluso falta de modestia -que no molesta-, cierta insolencia juvenil, desparpajo y, sobre todo, un tono irónico que oxigena nos hablan de una actitud ante la poesía muy saludable. El Invernadero de Carlos Pardo (Hiperión, 1995), otro primer libro de un autor por entonces aún más joven que Antonio Rivero Machina ahora, manejaba a su manera todas estos ingredientes y supuso el inicio de una obra de construcción lenta pero que se va revelando decisiva para su generación; quizá este Podría ser peor se convierta en otro pistoletazo de salida lírico y generacional, porque, como hemos visto, mimbres no le faltan.

admin

Un comentario

  1. Gente con suerte, ha habido buenos alumno y brillantes escritores en Filosofía y Letras, no considero que este sea cogedor de guante de nadie… pero en fin, solo es eso: SUERTE, tener buen padrino, arrimarse al árbol que más abriga.

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