6

Poema sinfónico para banda de surf y orquesta

 

Vicio propio

Thomas Pynchon

Tusquets, 2011. Colección «Andanzas»

ISBN: 978-84-8383-301-8

422 páginas

21 €

Traducción de Vicente Campos González

 

 

 

Fran G. Matute

Por algún sitio había leído que la última novela de Thomas Pynchon era su producto más ligero, más «comercial», más accesible, hasta la fecha. Y discrepo soberanamente sobre esta idea. La única gran diferencia existente entre Vicio propio y, por ejemplo, sus dos últimas publicaciones (las descomunales Mason y Dixon y Contraluz), es que tiene un número más engullible de páginas. Si esto, en el mundo de Thomas Pynchon, significa ser más ‘light’, podríamos llegar entonces a acordar, de forma más o menos pacífica, que su última novela ha sorprendido a los lectores más que nada por su prontitud en su publicación con respecto a la anterior. Pynchon nos tenía acostumbrados a que sus referencias viesen la luz con cuentagotas, pero de un tiempo a esta parte parece que el abuelete juguetón en el que debe de haberse convertido ya goza de una segunda juventud creativa.

Por estos lares, no nos da vergüenza reconocerlo, somos fanáticos de este huidizo autor, que reniega de la fama que indudablemente tendría si se dejara entrevistar, fotografiar y/o premiar. Pero Pynchon lleva muchos años en el anonimato por voluntad propia y su modelo de negocio literario parece funcionar. ¿Quién está detrás de sus libros? ¿Cómo es el hombre tras la cortina? Estos interrogantes nos parecen pertinentes en el caso de Thomas Pynchon, justo ahora que muchos artistas tienden a «ofrecerse» a su público a través de las redes sociales y discutimos sobre la legitimidad o utilidad de mostrarse en demasía cotidiana, so pena de hacer perder el halo de misterio e intelectualidad que rodea al creador al que nos gusta imaginar como alguien especial y no como un ‘everyman’ que tiene que llevar a su hija al colegio o que se emociona con el reencuentro de una antigua y querida profesora de la infancia.

Pero insistimos en que este discurso sí nos parece relevante en el caso de Thomas Pynchon porque forma parte del juego metaliterario que propone. Sumergirte en una novela de Pynchon es como buscar a Wally. Uno tiende a buscar identificantes dentro del texto con la esperanza de poder determinar cuál de esos personajes o situaciones son reales o están basados en experiencias propias del autor. Asumimos que Pynchon no siempre ha vivido apartado del mundanal ruido. De hecho nos consta que se trata de un ser humano que se relaciona, que posee un conocimiento enciclopédico sobre el mundo, que ha experimentado con su cuerpo y su mente y que participa activamente de esto que llamamos Vida. Pynchon es un autor real y como tal debemos ser capaces de encontrar en la interlinealidad de su obra destellos biográficos, por poco que sepamos de él. De esto trata, en nuestra humilde opinión, la literatura de Pynchon, y sobre esta premisa, Vicio propio no sólo es una de sus novelas más estimulantes y complejas sino que termina siendo una de las más divertidas.

Al joven Pynchon lo imagino como uno de los amiguetes (o mejor dicho, como una mezcla de todos ellos) de Gnossos Pappadopoulis, protagonista de la novela semiautobiográfica Hundido hasta el cielo (1966) del poeta, activista y cantautor Richard Fariña. Sabemos que Fariña y Pynchon fueron amigos en la Universidad de Cornell (Nueva York) a finales de los años 50 y también sabemos que la obra magna de Pynchon, El arco iris de gravedad (1973) está dedicado a Fariña, así que podemos más o menos extrapolar el anecdotario de la novela de culto del malogrado cantautor a la juventud más barbilampiña y contestataria de Thomas Pynchon. Pero de ese ‘angry young man’ al alocado detective privado -Doc Sportello- que protagoniza su última novela, hay un pequeño salto ‘coast to coast’. Fue en California donde Pynchon ideó todo su imaginario literario y a esa California de finales de los años 60 vuelve con Vicio propio.

Y nos fascina la recreación paisajística que hace Pynchon de ese nostálgico y alterado L.A. que retrata en ésta su última novela. Una urbe en ebullición en la que conviven en aparente «armonía y comprensión» detectives fumetas, sociedades secretas de dentistas y surferos filósofos, hasta la irrupción de Charles Manson en la vida pública, que Pynchon utiliza como símbolo del final de la Era de Acuario. De repente los «colgados» se vuelven más paranoicos que de costumbre, los magnates inmobiliarios viven epifanías pseudo-religiosas y optan por donar todo su capital a la beneficencia y un pirado de la tecnología inventa un prototipo de Internet. Las drogas han abierto las puertas de la percepción pero lo que hay al otro lado no es precisamente el paraíso. Y en medio de toda esa esquizofrenia seguimos a Doc Sportello, un émulo de John Garfield obsesionado con los porros, el cine clásico y el surf instrumental, en su tortuoso encargo, cruzando las avenidas de un Los Ángeles que ofrece demasiadas distracciones. Un lugar perfecto para dar rienda suelta a la imaginación sin límites de Pynchon que nos introduce en esta trama ‘noir’ que debería traernos a la memoria a los clásicos del género pero que por cercanía estilística y temática nos recuerda más a obras como El gran Lebowski (1998) o la serie John from Cincinnati (2007).

Pynchon ya había retratado, a su manera, el mundo ‘hippie’ en su obra Vineland (1990) y también había coqueteado con el género-negro-con-banda-de-rock-de-por-medio en su afamada La subasta del lote 49 (1966), así que Vicio propio se nos antoja una extraña mezcla de las dos. Pero como señalábamos antes, la cercancía del retrato que hace Pynchon de ese Los Ángeles decadente y sin embargo lleno de vida nos convierte en semióticos de su propia biografía. Pynchon nos atiborra, como suele ser costumbre en sus obras, de referencias culturales de la época que sirven para contextualizar los gustos del propio autor y su enciclopédico conocimiento del medio. No sólo aparecen citadas por las páginas de Vicio propio personalidades básicas del mundo de la música (como Frank Zappa o Elvis Presley) o del deporte (Kareem Abdul-Jabbar cuando jugaba en Milwaukee Bucks y se llamaba Lew Alcindor) o de la televisión (Art Fleming, presentador del programa Jeopardy!), sino que los personajes de esta novela lo mismo llevan camisetas de Country Joe & The Fish o de Pearls Before Swine, que escuchan por la radio a Rocío Dúrcal (sic) o a Fapardokly.

Pero bajo esa pátina pop, Pynchon desliza su interpretación de las cosas. En todas sus grandes obras se ha intentado explicar el mundo, a su manera (de nuevo), a través de grandes eventos históricos (La Segunda Guerra Mundial, la Exposición Universal de Chicago de 1893, el diseño de la línea Mason-Dixon…) entre los que ahora parece incluir la revolución de la contracultura de finales de la década de los sesenta, de la que él fue partícipe directo. Y se refiere a ella con pesadumbre, de ahí el título de ésta novela que alude a un término legal por el que los actos jurídicos nacen viciados en su origen, llevando internamente una especie de virus, una carcoma, que los convierte en inválidos en el momento en el que se pretenden ejercitar o ejecutar. Es el cáncer de nuestro tiempo, el saber que vivimos tiempos viciados, que nuestras ansias de revolución terminarán cayendo en saco roto porque el ser humano es un ente imperfecto, una crisálida envenenada incrustada inevitablemente en los cimientos de la sociedad.

Este es el universo de Thomas Pynchon. Este es el universo del que probablemente sea el escritor mejor dotado (intelectualmente hablando) vivo. Y como apuntábamos con anterioridad, Vicio propio quizás sea su obra más autobiográfica por lo que el disfrute literario es doble. Nunca se había mostrado tan desnudo como hasta ahora (hasta el punto de que grabó con su propia voz -la segunda vez que se oye tras su aparición en Los Simpsons– un anuncio comercial para promocionar la novela que podéis encontrar en YouTube). Pynchon se nos hace mayor y quizás algún día nos deje ver al Mago de Oz. Pero mientras eso ocurre, tened por seguro que la visión más certera que podáis llegar a tener de él está en las páginas de Vicio propio, la última obra maestra de Thomas Pynchon: el puto amo.

admin

6 comentarios

  1. Precisamente, estoy escribiendo una reseña de esta novela para notodo, pero, tras leer la suya, creo que la volveré a empezar, plagiándole a usted descaradamente. Abrazos.

  2. A pesar de ver pocos comentarios en el blog, en general, son ustedes de lo mejor que hay en crítica literaria on-line. A falta de afterpost, quienes tal vez eran más densos o profundos o extensos, dependiendo del día, en sus análisis, creo que lo hacéis francamente bien, que hacéis una labor de divulgación literaria muy interesante y que alguien os lo tenía que decir. Punto.

  3. Me sumo a las loas de F.Belanov. No conozco un blog de crítica más honrado y cercano, y que además no rehuya la controversia bien razonada. Un placer pasearse por aquí.

Responder a Juanjo Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *