Los trapos sucios
Mötley Crüe y Neil Strauss
Es Pop, 2009
ISBN: 978-84-936-8640-6
480 páginas
26 €
Alejandro Luque
Es posible –aunque poco probable– que usted jamás haya escuchado una canción de Mötley Crüe, pero no hay duda de que conoce perfectamente lo que representan. Tras la cortina de dulces vapores de marihuana y sueños filantrópicos que corrieron los años 70, la década de los 80 instituyó definitivamente una cultura que propugnaba el hedonismo individualista más radical. El cine, y la música con la irrupción del video-clip, no cesaron de recalcar que la felicidad era esto: mansiones con piscina y ‘jacuzzi’, chicas en bikini, corvettes aparcados en la puerta, joyas, ropa cara, ‘jets’ privados y una noción del éxito ceñida a la capacidad de vender y de adquirir. Por ese aro pasaron casi todos los músicos del momento, tratando de convencer al planeta de que la vida era una fiesta mientras la heroína, el paro y las guerras, de Las Malvinas a Nicaragua o Irán, hacían estragos por doquier.
Este libro quiere ser la biografía polifónica de un grupo de aquella época, pero no de un grupo más. Durante treinta años, Mötley Crüe ha llevado el viejo evangelio del sexo, las drogas y el rock and roll más allá de cualquier límite tolerable, y en ello descansa su fama y su leyenda. Aunque tienen un puñado de buenas canciones, nunca fueron los mejores músicos, ni los más duros, ni los más guapos: sólo los más transgresores. Y esas credenciales, en un mundo lleno todavía de mordazas, tabúes y miedo a la libertad, habría de reportarles mucho beneficio.
Estructurado en capítulos en los que cada miembro del grupo –y, eventualmente, algunos de sus colaboradores– van narrando sus peripecias en primera persona, Los trapos sucios narra el modo en que estos chicos californianos empezaron conquistando el circuito de clubes de Los Angeles con una rompedora mezcla de amigüedad sexual tomada del ‘glam’ (Bowie, T-Rex, Sweet, New York Dolls) y rabia ‘punk’. Muy pronto quedará patente su condición de niñatos pendencieros, impresentables y autodestructivos, a los que el éxito arrastrará hacia un torbellino de alcohol, drogas y fornicaciones sin fin.
Resulta muy meritoria la labor en el libro de Neil Strauss, que no sólo pule los testimonios de unos y otros, sino que ordena la información con pericia de folletinista, enganchando al lector de un episodio a otro. Y no exageramos al decir que Los trapos sucios puede leerse como un dramón, porque entre polvo y polvo, entre pico y resaca, aquí pasa de todo: el cantante Vince Neil estrella su coche y mata al copiloto, un músico de los Hanoi Rocks, y luego pierde a su hija a manos del cáncer; el guitarrista Mick Mars vive alcoholizado, es sistemáticamente expoliado por todas sus ex-esposas y sufre una enfermedad degenerativa; el bajista Nikki Sixx acusa el veterano trauma de la ausencia del padre, pasa años abrazado a la heroína –narrados en el libro The heroin diaries, prueba de que no hay nada más aburrido que la vida de un yonqui–, descubre que tiene una hermana con síndrome de Down a la que no conoce y acude a verla cuando ya es demasiado tarde; y el batería Tommy Lee, con un largo historial de malos tratos a sus parejas, se salva de milagro de la sobredosis, de un terremoto y de un accidente con su instrumento volador, y tiempo después padece unos instructivos meses de cárcel.
En efecto, leyendo estas páginas uno piensa en los personajes de la ópera prima de Juan Carlos Fresnadillo, Intacto, que sobrevivían milagrosamente a todas las catástrofes como si estuvieran tocados por una indulgente divinidad. Los cuatro miembros fundadores de Mötley Crüe son eso, supervivientes privilegiados que pusieron todo de su parte para vivir deprisa y morir jóvenes, pero a los que se negó el capricho de tener un bonito cadáver.
Eso sí, la supervivencia más heroica del grupo es la que se refiere al mercado. Porque, después de la abusiva ola ‘sleazy’ de finales de los 80, la moda del grunge barrería sin piedad a todas aquellas bandas californianas: llegó a la fiesta Kurt Cobain y mandó parar. A Mötley Crüe, esta nueva hegemonía del desasosiego y la introspección les tocó, como a muchos, en el punto álgido de su carrera, e incapaces de reciclarse a tiempo fueron expulsados al purgatorio durante una buena temporada. No obstante, fieles a su costumbre de flotar en todos los fluidos, volvieron el año pasado con un nuevo disco, irónicamente titulado Saints of Los Angeles, y unas ventas nada desdeñables para los tiempos que corren.
Quienes busquen en estas páginas detalles de la vida privada de los músicos también los encontrarán, con pasajes especialmente enjundiosos de sus romances con Pamela Anderson, Bobby Brown, Heather Locklear, Vanity y algunas de las actrices porno predilectas de cualquier aficionado. Tampoco saldrán defraudados los interesados en cotillear las puñaladas traperas que unos músicos y otros se han repartido a lo largo de su carrera, pues entre las lecciones poco o nada edificantes de los Crüe también está la de la deslealtad. Y puede que tal vez aprendan algo quienes quieran saber cómo funciona una banda y una discográfica a los niveles que nos ocupan.
Esplendentes de lejos y repulsivos de cerca, con más dinero que moral y menos vergüenza que talento, cabe agradecerles a los Mötley Crüe que hayan querido ahorrarnos las clásicas explicaciones freudianas para su pésima conducta, aunque algo de eso haya, y la excesiva literaturización de sus andanzas, aunque algo haya también. Han escrito el relato más sincero y descarnado que podría exigírseles, y eso hace de Los trapos sucios una lectura fundamental en la vasta bibliografía del rock. Una letra al final del volumen resume bastante bien el espíritu que ha movido sus auges y sus caídas: “Gasté un millón de dólares en anfetaminas/ estrellé muchos coches/ me follé a todas las actrices estúpidas de Hollywood/ porque pude, porque pudimos…”.
No sé si alguna vez he escuchado una canción de Mötley Crüe, yo diría que no, pero si tan inverosímil es, igual simplemente no la reconocí. Pero lo que sí puedo afirmar es que no tenía la menor idea de qué representan. ¡Ni siquiera sé cómo se pronuncian!
Eso sí, tras la lectura de la reseña, a uno le entran ganas no ya de comprarse el libro y la colección de discos sino de agenciarse un bajo (o batería) y aporrearlo con menos vergüenza que talento. Si uno no lo hace es porque no puede, no pudimos…