JUAN CARLOS SIERRA | Es un gustazo que unos amigos te inviten a una fiesta y que te presenten a esa gente, poca generalmente, que sin previo aviso se quedará a vivir (en) tu vida un tiempo que nunca se puede contar con exactitud. Con esa sensación salgo de Nadie con los terneros, la primera novela de la escritora alemana Alina Herbing (Lübeck, 1984), gracias a la invitación que me cursaron en su momento vía postal los editores de Volcano.
La novela que nos ocupa cuenta la existencia de Christin en la explotación ganadera de su novio Jan. En un primer plano de lectura nos enfrentamos a un texto en las antípodas del bucolismo con que tradicionalmente se asocia y se trata literariamente la vida en el campo. De hecho, aquí predominan por encima de todo la dureza y los sinsabores de un contexto rural atravesado o cercado por la urbe, con Hamburgo como ciudad de referencia y, en cierto sentido, como lugar soñado por la protagonista. Porque Christin no se halla, no se ve en la granja, no concibe su futuro en este lugar, no soporta el trabajo que le ha tocado en suerte –en mala suerte- y sueña con escapar de un entorno que la asfixia. Pero salir de aquí no va a ser tan fácil como pensarlo.
Para Christin, la protagonista de la novela, la ciudad de Hamburgo funciona aquí como la Ciudad Esmeralda de El maravilloso mago de Oz. En la novela de Alina Herbing, ella representaría a Dorothy Gale, pero sin acompañantes. No hay Espantapájaros ni Hombre de Hojalata ni León Cobarde; o todos son a la vez la propia Christin. Aquí la autora alemana no juega con alegorías ni metáforas. No hay un camino de baldosas amarillas, brillante y amplio, sino un “camino de losas destrozadas” (página 108) con una realidad brutal que se cierne principalmente sobre los personajes femeninos: la ya mencionada Christin, pero también sobre Manuela y Caro, entre otras.
La realidad que las envuelve tiene que ver con un sustrato masculino testosterónico, machista y brutal, con el trasfondo social de lo que supuso la unificación alemana para los que estaban al este del muro; la cara b, la menos amable pero más real de lo que se cuenta en los libros de historia sobre lo que vino después de la caída del muro de Berlín. La novela traza un retrato crudo pero certero de una sociedad alienada, alcoholizada, pendenciera, hampona, violenta,… Una sociedad tan sucia y pestilente como el suelo donde descansan las vacas con sus terneros.
En ese contexto las mujeres, arrastradas consciente o inconscientemente por una educación patriarcal, se someten, a pesar de alguna que otra insignificante rebeldía, a la voluntad del macho e incluso llegan a admirar y a arrastrarse seducidas por neonazis exconvictos con un pie y medio otra vez dentro de la cárcel.
El ambiente y las situaciones que desarrolla la novela son realistas, casi naturalistas, con su poquito de determinismo a cuestas. De ahí la pertinencia e idoneidad de la cita de La señora Bovary –más conocida por estos lares como Madame Bovary- de Flaubert en la primera página de Nadie con los terneros: “El viento, en el camino real, levantaba ristras de polvo”. No obstante, entre las ristras de polvo reales existen momentos decisivos y decisiones momentáneas que romperán la sequedad del entorno y abrirán caminos fuera del determinismo patriarcal. Alina Herbing deja, a pesar de todo, una grieta por donde se cuela cierta esperanza, por donde tratan de escapar las mujeres, especialmente Caro y con más esfuerzo Christin, pero no tanto Manuela, que podríamos afirmar que a su manera asume la ideología machista dominante e incluso censura los modales y los modos de Christin.
A pesar de la dureza que destila la novela de Alina Herbing, a pesar del sabor amargo que algunas de sus páginas dejan en el paladar del lector, es una fantástica noticia que los amigos de Volcano nos acerquen a una autora hasta ahora desconocida en español y que se quede a vivir un rato en nuestra casa. Mantendremos sus puertas abiertas para cuando quiera hacernos otra visita. Lo estamos deseando.
Nadie con los terneros (Volcano Libros, 2019) |Alina Herbing | 256 páginas | 21 euros | Traducción de Claudia Toda Castán