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Potro de rabia y miel


Pistola y cuchillo

Montero Glez

El Aleph, 2010

ISBN: 978-84-7669-969-0

128 páginas

18 €

Fran G. Matute

Vaya por delante que servidor no es de esos mitómanos que se deja engatusar por la leyenda donde quiera que resida. Vaya por delante también que a este humilde cronista le repampinfla el flamenco y aledaños, no porque me cause disgusto sino por desconocimiento y desidia. Anticipo estos datos que podríamos denominar autobiográficos para dejar claro el discurso. Soy consciente de que un libro sobre Camarón de La Isla no debe ser cualquier cosa y menos si quien lo escribe es Montero Glez. Así que esta introducción que huele a excusa no es más que el vehículo que he diseñado para dejar bien clara mi valoración de Pistola y cuchillo: esto es lo mejor que ha escrito Monterito en años. Y que quede bien claro que afirmo lo anterior no porque su protagonista sea José Monge Cruz sino porque lo ha escrito el que a mi juicio es el mejor prosista de este país, Roberto Montero González.

A Monterito siempre le ha ido bien el barriobajeo, lugar en el que su labia maldita, rasposa y escurridiza puede campar a sus anchas. Pero cuando ha querido ponerse palaciego Monterito también lo ha clavado. Así que la Venta Vargas en San Fernando (Cádiz), que no es ni antro ni palacete, nos parece un lugar idóneo para vertebrar la narración de Pistola y cuchillo. Una mesa, tres personajes, una bandeja de tortillitas de camarones y José más parlanchín de la cuenta. De eso va esta intensa recreación de las últimas horas de Camarón. De recuerdos, sueños y detalles que se rememoran con nitidez una vez impresa la leyenda. Para ello Montero se introduce en la escena como un actor más gracias a un artificio. Imagina a Camarón como un ludópata de la gallística que decide amañar el último reñidero para sacarse unos jurdós y tratarse de lo suyo. Son las horas en que Camarón conoce que tiene la mancha cogida al pecho. Son horas en las que Camarón era sólo José (como lo llamaba todo el mundo), un hombre cualquiera, apocado y sin fortuna amasada que lucha contra la fatalidad.

«Cuando la leyenda se convierte en realidad, hay que publicarla» se decía en El hombre que mató a Liberty Valance (John Ford, 1962). Pero Montero desoye por completo esta máxima ofreciéndonos un Camarón cercano, introspectivo y meditabundo. Una leyenda hecha carne y esputo, uno más de la parroquia que vivió el engaño (las cartas de El Cordobés) y el revés (el desplante de Manolo Caracol) y también el éxito mundial («El Mick Jagger gitano», «El Joe Cocker de San Fernando», rezaban los periódicos parisinos tras sus actuaciones en Cirque d’Hiver mientras el artista preguntaba «¿Y quiénes son esos gachós?»). Y un «longplay« rompedor sobre el que el cantaor reflexiona en sus sueños y confiesa que no entendió en su momento. Todo esto se rememora alrededor de esa mesa en la Venta Vargas, donde Montero despliega su imaginario. Dos años se ha pegado el artista para terminar 120 tristes y cinceladas páginas que se leen como se traga la leche condensada. Con dulzura y espesura, donde cada palabra es una bala y cada frase una puñalá. Son todo lugares comunes hasta para el más neófito de los camaronianos, pero Glez hace con el de San Fernando lo que Stefan Zweig con la Historia. Le da vida.

Dicen que Camarón se echó a perder cuando dejó su Cádiz natal camino de la capital del Reino y puede que sea cierto, sobre todo si tenemos en cuenta que Montero Glez hizo el mismo camino a la inversa echándose claramente a ganar. Reconozcamos aquí y ahora que tras la publicación de su éxitosa Pólvora negra (2008) pensé que Montero se nos iba, que se nos adocenaba. Y más cuando supe que lo siguiente que venía era un relato sobre algo tan manido como Camarón. Pero me alegro haberme equivocado, porque con Pistola y cuchillo (que tiene cuerpo de relato sí, pero alma de novela) Montero me ha arrastrado por las orejas de vuelta al redil. Todavía falta mucho, pero al autor ya deberíamos llamarlo Roberto, pues es ahora el tiempo el que lo está convirtiendo a él en leyenda.

admin

2 comentarios

  1. Estimado Fran:
    buena reseña, como imaginaba. Gracias por el buen rato del otro día; habéis ganado un lector. El día que consiga hacerle una biografía en condiciones a Chiquetete, espero que quede en este cuaderno la reseña. Un abrazo, José (el de la Venta Vargas).

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