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Prohibido hundirse en las aguas del Hudson

turcos

JOSÉ MANUEL GARCÍA GIL | Aunque dudo de su paternidad, creo que es en Delitos y faltas de Woody Allen donde al presuntuoso productor televisivo interpretado por Alan Alda le escuché por vez primera la fórmula «comedia igual a tragedia más tiempo», aludiendo a la condescendencia con la que en la actualidad se bromea sobre hechos pasados lo suficientemente trágicos como para que alguien pensara en reírse de ellos. Según dicha fórmula, el tiempo es lo que dispensa al ser humano la posibilidad de librarse del sufrimiento o de la desgracia, constituyentes de la tragedia, y abrirse así al juego de la comicidad y de la risa. Solo el tiempo, por tanto, es la condición necesaria para convertir cualquier tipo de padecimiento en liberadora carcajada.

De aplicar y de aplicarse esta fórmula sabe mucho Enrique del Risco (La Habana, 1967), no solo porque sus comienzos literarios, como fundador del grupo “Nos y otros” y de “Aquelarre” o como celebrado autor de cuentos (Pérdida y recuperación de la inocencia, 1994), asociaban ya en la menesterosa Cuba las artes interpretativas con la literatura de humor, sino también porque en su propia peripecia vital y en su constante activismo contra el régimen de los Castros -abandonó la isla en 1995 dejando allí a la mayor parte de su familia y entró dos años después en los Estados Unidos como refugiado político- el humor sustituye en no pocas ocasiones al conflicto, siempre con el objetivo de enfocar desde una lente más nítida el absurdo de situaciones, de ciertas normas establecidas y de los paradigmas ortodoxos ajenos a la lógica común.

Desde entonces, en toda su obra –Leve Historia de Cuba (2007), ¿Qué pensarán de nosotros en Japón? (2008), Siempre nos quedará Madrid (2012) o Enrisco para presidente (2014), entre otros títulos- el cubano se había mostrado como un escritor brillante y de extraordinaria vitalidad narrativa, adscrito siempre a relatar con suma naturalidad las situaciones más grotescas. Y si ya era capaz de rayar a gran altura en medio del caos de sus cuentos, donde sus personajes iban y venían en una suerte de frenética orgía existencial, huyendo de la lucidez y sumergidos en el absurdo de las relaciones y convenciones humanas; ahora, en la mayor exigencia y en la riqueza de posibilidades para contener historias de una novela, los resultados no pueden ser más satisfactorios.

El mismo comienzo de Turcos en la niebla, ganadora del último Premio de Novela Fernando Quiñones, es prometedor. Asediado por frustraciones, deudas, abandonos y traiciones, Wonder Recio, un cubano exiliado, se atrinchera, con su colección de armas, en el piso superior de su taller de carpintería, situado en una esquina de Bergenline, en New Jersey, tratando de impedir que este le sea embargado por falta de pagos. Wonder no es un terrorista yihadista ni un loco súbitamente transformado en asesino, sino una persona que, como tantas otras, se plantea hasta qué punto su existencia le pertenece y en qué medida no somos más que seres condicionados por la decisiones que otros toman en nuestro lugar. Quizás esta decisión de jugarse la vida sea la más suya de cuantas Wonder ha tomado. Pero también sucede que cuando nos cabreamos, solemos comportamos de manera extemporánea y peligrosa, como le ocurre al protagonista de esta novela.

Mientras espera la llegada de la policía o de los embargadores, Wonder necesita que su historia se sepa y se dirige a través de Facetime (en tiempo real), a todo el que quiera escucharlo para explicar las razones por las que piensa enfrentarse a las autoridades, sabiendo que de ese enfrentamiento no ha de salir bien parado. Su relato, el desafiante alegato de un suicida, se entrelaza con el de tres de sus amigos (un crítico de arte, un buscavidas y una psicóloga argentina), lo que le sirve a su creador para ofrecernos un fresco de la vida contemporánea de una comunidad latina a orillas del río Hudson, de un grupo de exiliados salpicados por una serie de hitos de la historia política y cultural del continente americano. En cuestión de minutos, esa obsesión norteamericana por la seguridad y el control sobre la realidad convertirá esa esquina en la mayor concentración de policías de todo el condado. Entretanto, desde su muro de Facebook, Wonder Recio, explica al mundo la acumulación de traiciones (de la familia, las amantes, los amigos, la Historia) que lo han llevado hasta ese punto. Quizás su narración es ligeramente difusa, pero ni una sola situación, personaje u ocurrencia tiene desperdicio.

El monólogo rabioso de Wonder se alterna con el de esos tres personajes mencionados. El de Alejandra, la psicóloga argentina, ex-amante suya, exiliada durante buena parte de su vida en Cuba, supone la mirada más distante y equilibrada. Cubana vocacional, trata de imitar el acento de la isla y de poner en relación la Cuba de dentro con la de fuera, a la par que intenta ordenar el mundo que no tuvo. El del British, el fino crítico de arte, un Don Juan de las redes, para quien el momento más álgido de su vida fue la posibilidad frustrada de nacer en otro país. Forzado a hacerlo en la isla relata, desde su idea fantasiosa de los Estados Unidos, esa condición cubana suya como mancha que trata sin mucho éxito de borrar. El de Eltico, un buscavidas locuaz y mentiroso, un marielito, esto es, un hijo del éxodo más profuso de la historia cubana. Un Ulises caribeño, bromista y fecundo en ardides para resolver problemas propios y ajenos, que tampoco puede evitar que los dioses tejan desdichas para entretenerse a su costa.

Cuatro personajes contemporáneos, una tribu peculiar de tres cubanos y medio, metidos a narrarse. A contarnos, con un estilo distinto en cada uno, con voces reconocibles, creíbles y tangibles, diferentes actitudes y aptitudes frente al exilio. Voces tramadas con intensidad y consistencia dramática suficientes como para invitar al lector a seguirlas con delectación durante cerca de cuatrocientas cincuenta páginas. Es ese un mérito de Enrique del Risco: lograr la continuidad, de modo que esos monólogos funcionen a la vez por separado y trenzados, unos con otros, hasta conseguir una historia compacta en su conjunto.

Estas cuatro voces, antitéticas pero complementarias, no solo van ofreciendo una panorámica del mundo de los exiliados cubanos en los Estados Unidos, sino que, a través de sus intervenciones, se abordan otros temas de actualidad: la proliferación de las armas, el mundo de las artes visuales, el abuso sexual, el terrorismo, el nacionalismo, el poder y la autoridad, las redes sociales, etc. Esta no es, por tanto, únicamente una novela sobre la emigración ni sobre el exilio cubano, sino es también una novela sobre el ser humano, sus limitaciones y la búsqueda de su identidad. La inmigración o la política no son más que disparadores para que cada personaje se vea obligado a responderle al mundo con sus ambigüedades, sus necesidades y sus circunstancias. Así, Turcos en la niebla, el título de la novela, es precisamente una expresión argentina, equiparable a nuestro «estar más perdido que el barco del arroz», que sirve para describir esa situación psicológica que viven estos personajes: seres desorientados, desubicados, que, como turcos en medio de un banco de neblina, no tienen idea ni de dónde tienen la nariz.

Habiendo leído y seguido al autor, difícilmente iba a faltar en su primera novela, además del humor, la cuestión política. Evidentemente, Del Risco no tiene la pretensión de ser apolítico y el conflicto cubano es de una magnitud histórica tal, que resulta imposible que el autor sea ajeno a la reflexión acerca del devenir de su país de nacimiento. Su escritura está siempre fuertemente teñida de esa crítica política contra el sistema castrista, lo que no le resta fuerza ni validez universal, ya que ahonda en los conflictos humanos que se presentan ante las limitaciones de libertad ejercidas por cualquier tipo de gobierno. Comparecen en estas páginas desde la ocupación de la embajada de Perú en 1980 y el posterior éxodo a través del puerto de Mariel hasta el exilio de Miami o la muerte de Fidel. En definitiva, las huellas de un proceso que empezó en revolución y devino en férrea dictadura, pero también la dura vida cotidiana condicionada en todas sus relaciones, familiares o sociales, por ese mundo de la sospecha política, de las traiciones y de los secretos más inverosímiles.

Pero esta es, por encima de esas artimañas, también una historia sobre la amistad. La de cuatro amigos del alma que, en un mundo desalmado, contra viento y marea, tratan de inventar, con mayor o menor éxito, un espacio fuera del espacio donde reconstruir con los pedazos sobrantes de sus vidas una idea de comunidad nacional, nueva y aún enriquecedora. No obstante, la primera regla será sobrevivir, mantenerse a flote y asentarse en tierra firme. Después llegará el momento de rememorar lo vivido y de comprobar que somos seres relacionales. Y que esas relaciones serán el fundamento de toda nuestra vida.

Para ser la primera novela, Enrique del Risco se muestra como un narrador sólido, imaginativo y de una cultura tan variada como versátil. Un despliegue de recursos narrativos de tal riqueza y variedad que al lector acostumbrado al consumo de novelas rectilíneas y de estructura simple se le antojará un festín poco común. Eso no quiere decir que Turcos en la niebla entrañe dificultades serias para el lector. A pesar de su organización y de su enfoque narrativo múltiple, es una composición diáfana, de un estilo conciso e impecable y sin cabos sueltos. La solidez de la obra se debe precisamente al dominio del lenguaje, a la riqueza de los registros, a la precisión de sus calificaciones y al perfecto dominio del tempo con que el autor concibe el relato.

Al lugar donde transcurre todo, West New York, en Nueva Jersey, a un cuarto de hora de Nueva York, la metrópoli que todo el mundo conoce, no va nadie. Entre ese pueblo y Manhattan se extiende el Hudson, que convierte esos quince minutos que se hacen en un autobús destartalado -casi una pequeña gua-gua cubana- en un viaje a otra dimensión. Una dimensión donde un grupo de amigos se ha ido asentando en diferentes momentos sin saber que estaban condenados a conocerse. El reto del novelista ha consistido en armar e inventar personajes e historias conocidas en ese rincón a contramano de casi todo, darles la coherencia de la ficción y poner todos esos elementos a jugar con la vida una partida. A cada apuesta irrealizable, un posible imaginario. En rigor, este juego es un juego en el vacío: no es posible ganar. Por eso es esencialmente trágico, pese a su apariencia disparatada y humorística. Sin embargo, en él reside una extraña irra­diación que acaba tocando nuestras fi­bras más sensibles.

Leer este libro implicará que uno ría a carcajadas porque su humor, a veces salvaje, no es sino un antídoto contra el horror, la ignorancia y la barbarie. Y nada desactiva en mayor medida al maligno que la risa. El humor conviene e interesa a esta historia de amigos y de enemigos, visibles e invisibles que se extiende por todos los Estados Unidos y por toda Cuba. Pero se trata de una historia que, si bien se piensa, es seria y terrible.

Turcos en la niebla es una obra mayor. Por eso deseo que su enorme calidad literaria se eleve por encima de la sempiterna cantinela política. Y sobreviva a ella. Schopenhauer, considerado el maestro del pesimismo profundo, tenía la convicción de que «permanecer en la vida resulta un arte». Enrique del Risco y los memorables personajes que con tanta maestría ha creado son de la misma opinión: lo que nos ocupa realmente y nos mantiene en movimiento es el afán de existir y de emplear para ello todas las fuerzas disponibles.

Turcos en la niebla (Alianza Editorial, 2019) | Enrique del Risco | 456 páginas | 19, 50 euros | XX Premio Fernando Quiñones de Novela

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