Alberto Olmos
Lengua de Trapo, 2009
ISBN 978-84-8381-064-4.
176 pág.
15,95 euros.
Premio Ojo Crítico de Narrativa de RNE.
Alejandro Luque
Media docena de personajes y el espacio cerrado de un bloque de viviendas son los elementos con los que Alberto Olmos (Segovia, 1975) ha elaborado El estatus, una de esas contadas novelas llamadas a destacar en el panorama narrativo hispano por su curioso planteamiento y hábil desarrollo. Las protagonistas, Clara y Clarita, madre e hija, dejan el campo para mudarse a un piso en la gran urbe, a la espera de noticias del padre de familia, un Godot que ya se demora más de la cuenta. A su alrededor van dándose a conocer figuras como la criada Patricia, el portero mudo Jesualdo o el asistente Ichvolz. El clima pacífico, más bien anodino de la casa, ira enturbiándose paulatinamente, a medida que pasan los días enclaustrados, van tensándose las relaciones entre unos y otros, y se ponen de manifiesto los secretos y medias verdades que casi todos manejan.
Sin ubicación geográfica ni temporal concreta, El estatus abunda en voces diversas y diálogos ágiles que sirven para trazar un buen dibujo de los personajes, aunque el remedo de expresiones domésticas castizas, sobre todo en las conversaciones entre la mujer y la criada, se haga un poco artificioso. Ello no empaña en ningún caso el creciente interés de la narración, que cobra no poca intensidad con la entrada de inquietantes sospechas, invisibles amenazas y ruidos de procedencia indefinida, que vienen a sumarse a la sorda lucha por conquistar posiciones ventajosas que libran los habitantes de la casa. Como en la vida misma, las ausencias juegan un papel no menos importante que el de las presencias; las puertas cerradas no son menos reveladoras que las abiertas, y pesa tanto o más lo que se calla que lo que se dice.
Olmos, que ya había demostrado sobrada capacidad para recrear sus ficciones en ámbitos muy limitados –su novela Tatami, por ejemplo, tiene lugar entre dos pasajeros de un avión– y para jugar con voces múltiples –como hace con genuino talento en El talento de los demás–, se desmarca bastante de su producción anterior y da un nuevo paso adelante en su evolución con una historia sustanciosa, dotada de no poca carga simbólica, que atrapa la atención del lector y lo lleva en volandas hasta el fantástico y abierto desenlace.
Aunque sólo sea a título orientativo, podríamos decir que El estatus se lee con la fluidez de una novela de Juan José Millás por cuyas páginas se colara, inesperadamente, el espíritu de Henry James. La vuelta de tuerca que se guarda Alberto Olmos, y tal vez el principal hallazgo de esta obra, son los diálogos de madre e hija intercalados en la historia, como si estuvieran viéndose a sí mismas, repasando y comentando su propia peripecia desde algún ignoto tiempo y lugar. “Esas somos nosotras”, se reconocen al inicio de la novela, y así logra el autor dinamizar el relato, matizarlo, completarlo y finalmente redondearlo de un modo muy plausible.
Sin ubicación geográfica ni temporal concreta, El estatus abunda en voces diversas y diálogos ágiles que sirven para trazar un buen dibujo de los personajes, aunque el remedo de expresiones domésticas castizas, sobre todo en las conversaciones entre la mujer y la criada, se haga un poco artificioso. Ello no empaña en ningún caso el creciente interés de la narración, que cobra no poca intensidad con la entrada de inquietantes sospechas, invisibles amenazas y ruidos de procedencia indefinida, que vienen a sumarse a la sorda lucha por conquistar posiciones ventajosas que libran los habitantes de la casa. Como en la vida misma, las ausencias juegan un papel no menos importante que el de las presencias; las puertas cerradas no son menos reveladoras que las abiertas, y pesa tanto o más lo que se calla que lo que se dice.
Olmos, que ya había demostrado sobrada capacidad para recrear sus ficciones en ámbitos muy limitados –su novela Tatami, por ejemplo, tiene lugar entre dos pasajeros de un avión– y para jugar con voces múltiples –como hace con genuino talento en El talento de los demás–, se desmarca bastante de su producción anterior y da un nuevo paso adelante en su evolución con una historia sustanciosa, dotada de no poca carga simbólica, que atrapa la atención del lector y lo lleva en volandas hasta el fantástico y abierto desenlace.
Aunque sólo sea a título orientativo, podríamos decir que El estatus se lee con la fluidez de una novela de Juan José Millás por cuyas páginas se colara, inesperadamente, el espíritu de Henry James. La vuelta de tuerca que se guarda Alberto Olmos, y tal vez el principal hallazgo de esta obra, son los diálogos de madre e hija intercalados en la historia, como si estuvieran viéndose a sí mismas, repasando y comentando su propia peripecia desde algún ignoto tiempo y lugar. “Esas somos nosotras”, se reconocen al inicio de la novela, y así logra el autor dinamizar el relato, matizarlo, completarlo y finalmente redondearlo de un modo muy plausible.
[Publicado en la revista Mercurio]