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¡Qué cabrón el Conget,… otra vez lo ha hecho!

Sobrecubierta LA BELLA CUBANA-Cuatri:camisa narrativa contem.

 

La bella cubana

José María Conget

Pre-Textos, 2014

ISBN: 978-84-15894-71-1

201 páginas

20 €

 

 

Juan Carlos Sierra

¡Qué cabrón,… otra vez lo ha hecho!” apostilla Rakel RaRo a propósito de los 16 “relatos pellejos” publicados por Jesús Tíscar Jandra bajo el título La camarera que me escupía en los chupitos de whisky –Baraka Project Ediciones, 2014-. Me uno a esa afirmación sobre la obra del jienense, pero solo como primerizo. Sin embargo, sí que puedo decir y escribir con cierto conocimiento de causa -bien alto y claro- “¡Qué cabrón el Conget,… otra vez lo ha hecho!”, una vez terminada su última novela La bella cubana.

Desde hace aproximadamente 12 años leo a José María Conget. Cuando Jesús Munárriz me regaló Una cita con Borges, ese libro donde nada es lo que parece -los ensayos, ficción y viceversa-, me hizo uno de los presentes literarios más valiosos de mi vida. Desde aquel momento, he ido siguiendo lo que la imaginación y el buen oficio del escritor aragonés han ido dando a la imprenta; especialmente cuentos en esta última década y poco. A cada paso, con cada nuevo título, en mi Parnaso particular la figura de José María Conget iba ocupando un lugar más elevado -“¡Qué cabrón,… otra vez lo ha hecho!”-. Con La bella cubana, se confirma la interjección y se me agranda su figura.

No sé si es lo mejor que ha escrito Conget, si estamos ante su obra maestra, la más completa, madura, ambiciosa,…; si es la novela que su nieta estudiará en el programa de literatura española del bachillerato del futuro -si es que se sigue estudiando literatura en ese futuro-,… No me atrevo a afirmar nada de esto, porque además mucho le queda aún por escribir a Conget, espero. Pero sí estoy seguro de que he disfrutado de La bella cubana como no lo había hecho con ninguno de sus libros anteriores.

Empecemos diciendo que no se trata de una novela fácil en cuanto a la disposición de la materia narrada. Quiero decir con esto que la linealidad cronológica o el clásico «planteamiento, nudo y desenlace» brillan por su ausencia. No obstante, tampoco se abusa gratuitamente de una complejidad estructural que, al tiempo que despiste al lector, dificulte el desarrollo de la propia historia. Muy al contrario, todo está en su sitio, a pesar del aparente dislocamiento estructural. Es como esos poemas donde cada palabra se revela decisiva e irremplazable.

En consonancia, por otra parte, con los tiempos que corren, Conget echa mano de una estructura fragmentaria, donde destacan tres voces, las de Rubén Salas, Gustavo Sánchez y Lara, personajes responsables de tirar de la historia que se cuenta en La bella cubana. Con estos se entrecruzan, a modo de requerimiento judicial, las declaraciones de un tal José María Conget y su mujer, Maribel Cruzado, así como la de un meapilas llamado D. Carlos Gómez-Castilla Hurtado de Mendoza (alias Fátimo Fabiolo) -esta menos importante, pero más divertida, a la manera que sabe tratar a ciertos individuos antipáticos José María Conget-. Y al fondo, dos mujeres decisivas para la trama de la novela, Nadia y Nilda.

Con todas estas piezas del puzle sobre el tablero de la novela, uno entiende eso que llaman el pánico a la página en blanco. ¿Qué hacer con todo este material? Un autor menos dotado que Conget seguramente habría salido corriendo o, peor, habría pergeñado una «cuasi» novela. Sin embargo, el autor de La bella cubana acierta a manejar todo este caos fragmentario para que el lector haga su trabajo de disfrutar dotando al conjunto de coherencia.

A propósito de esto, llama la atención este pasaje de la página 109 -justo en la mitad de la novela, justo cuando la vida de uno de los personajes principales, Rubén Salas, va a decantarse o precipitarse-: “… qué sabemos de los otros, ni siquiera de los más próximos, sino fragmentos infiables a los que otorgamos una coherencia ingenua,…”. Pues bien, en este caso, al contrario de lo que se expone aquí, sabemos lo que el autor es capaz de construir con las piezas de las que dispone: una figura -novela, trama, argumento,..- absolutamente fiable y coherente sin huecos ni zonas oscuras.

Otro de los riesgos del «fragmentarismo» narrativo consiste en que las voces de los personajes se mezclen, se homogeneicen de tal manera que se confundan. Sin embargo, Conget sabe apuntalar a cada uno en su registro, en su contexto, en su voz personal. Y de ahí se van extrayendo las características personalidades de cada uno, sus complejidades, sus inseguridades, sus matices, sus luces y sus sombras. En este sentido, habría que abordar el triángulo que forman Rubén, Gustavo y Lara. Sin desvelar nada esencial de la novela, se podría adelantar que en este triángulo aparece uno de los ángulos constantes de la obra de Conget en el tratamiento de personajes: la superioridad moral de sus mujeres frente al «pelelismo» de muchos de sus personajes masculinos, a pesar de supuestamente poseer todos ellos los mimbres para no caer en él -escritores, aspirantes a escritores o intelectuales, pero de una torpeza para tomar decisiones fuera de la ficción que abochorna-.

Toda esta arquitectura narrativa articula una historia de búsqueda de la identidad, de indagación profunda del yo. Como era de esperar según lo dicho anteriormente, quienes se encuentran más perdidos son los personajes masculinos, que demuestran a través de sus monólogos, diálogos o cartas -escritas y mandadas o simplemente pensadas-, su minoría de edad, especialmente cuando toca tratar con el amor. El reflejo narrativo de esa ofuscación alcanza el virtuosismo lingüístico en algunos pasajes en los que el protagonista es Gustavo, el aspirante a futura figura de las letras patrias; especialmente brillante resulta, en este sentido, el fragmento de las páginas 167-169 donde José María Conget le da una vuelta de tuerca a la sintaxis que, a pesar de todo, no resulta chirriante, sino perfectamente natural y coherente en la lógica de la novela y del personaje.

Para concluir este asunto de lo fragmentario en La bella cubana, se puede destacar que Conget sortea felizmente el peligro de dejar cabos sueltos, al cerrar la novela con un final que recoge y ata algunas de las dudas que el lector ha podido plantearse y mantener hasta las últimas páginas. Gracias a esta disposición de los materiales narrativos, Conget subraya en los párrafos finales otro de los ‘leitmotivs’ de la novela: la relación conflictiva entre realidad y deseo, entre lo que uno se imagina que ha de ser la vida y la tozudez de esta para imponer sus propia lógica.

En fin, una novela completa, compleja, pero apasionante desde el punto de vista más humano y cotidiano. Hay muchos aspectos más que podrían resaltarse de La bella cubana -la música que se escucha al fondo, las miserias del mundillo literario, el manejo del lenguaje, la ciudad de Nueva York, el peso de una educación «nacionalcatólica», las relaciones paterno-filiales…-, pero creo que los argumentos aportados hasta aquí bastan de momento para cruzarse con La bella cubana y dejarse llevar.

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