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Queremos tanto a Julio

71mgYdcjTRL._SL1500_Cortázar de la A a la Z. Un álbum biográfico

Julio Cortázar

Alfaguara, 2014

ISBN: 978-84-2041-593-2

320 páginas

24,50 €

Edición de Aurora Bernárdez y Carles Álvarez Garriga

Diseño de Sergio Kern

 

 

Luis Manuel Ruiz

Como la de las mascotas, la zoología de los escritores admite dos grandes grupos: el de los que se admiran y el de los que se quieren. Unos son solemnes, están hechos de mármol y su nombre, al aparecer en la conversación, suena a trueno; otros conviven junto al lector en la intimidad, huelen a galleta y café recién hecho, y evocarlos es acordarse de un verano a la sombra de un árbol o una novia llena de pecas que se perdió en el fondo de las agendas. Entre los primeros están Virgilio, y Dante, y Quevedo, y, ay, todos esos rostros cejijuntos que han de padecer los pobres alumnos de Lengua y Literatura Españolas; las filas de los segundos incluyen a Julio Verne, a Stevenson, quizá a Kipling y también a Chesterton, y, cómo no, a Julio Cortázar.

Es Cortázar un autor que alienta la familiaridad, y cuyas páginas se recorren con la misma ternura sepia con que se revistan las viejas fotografías o se recuentan las hazañas y sinsabores de los abuelos que se fueron. Cortázar es una especie de lenguaje en clave que se comparte entre desconocidos, con el fin de hallar una zona intermedia en que caliente la lumbre del hogar: un orbe literario aparte hecho de cafeterías, de juegos de palabras, de personajes entrañables y bobos, de cansinas bromas surrealistas convertidas en oráculos, donde los devotos se desmelenan y se dan a creer que la vida consiste en una continua sorpresa de cumpleaños, que el azar nos espera para redimirnos en cualquier esquina, que la poesía es el combustible último de las cosas y París no se acaba nunca. Lo mismo que juran y perjuran todos los escritores que se quieren de verdad: que vida y literatura no sólo no se desmienten la una a la otra, sino que están en secreto acuerdo y son intercambiables, como piezas de dominó.

Este álbum biográfico que Alfaguara edita coincidiendo con el trigésimo aniversario de la muerte de Cortázar es campo abonado para la mitomanía. Recorriendo sus deliciosas páginas, plagadas de fotografías, mapas, manuscritos y bagatelas varias, uno acaba por comprender que el escritor argentino, igual que los grandes mitos, ha acabado por rebosar de sus libros para convertirse él mismo en más que autor y hacedor de signos: para acabar siendo él mismo signo. En connivencia con el crítico Carles Álvarez Garriga, la viuda eterna Aurora Bernárdez ha ido exhumando de los cajones nuevos papeles desechados por el hombre siempre joven que una vez no tuvo barba y colocándolos en un gran ‘collage’ que pretende alcanzar el rango de retrato. Según la intención confesa de Álvarez Garriga, el fin es componer un almanaque, un volumen alejado de géneros y enfoques que abarque la esencia del escritor en su desorden: una miscelánea del estilo de esas con las que él disfrutaba tanto, despeinadas y espontáneas y difíciles, como La vuelta al día en ochenta mundos o Deshoras. Y así, se consigue algo rara vez alcanzado en las biografías al uso: dejar hablar al autor por sí mismo, trazar una estructura inteligible de su vida y obra, alimentar el cariño de quienes lo amamos, la curiosidad de quienes no.

Dividida en entradas alfabéticas, la información que el álbum aporta es de varios órdenes, todos de interés para el cortazarómano. Están las imágenes, que documentan la existencia terrenal del escritor desde las postales de la mamá enviadas desde Barcelona, con sólo dos tiernos añitos, hasta las instantáneas decrépitas y miopes que preceden en dos meses a la muerte. Están los facsímiles: páginas enteras reproducidas a partir de primeras ediciones, muchas veces con las correcciones de puño y letra del propio Cortázar, como la versión completa en imprenta de Axolotl. Las fotos de amigos y parientes, que ayudan a poner cara y un algo de relieve a esos Jonquières, Silva, Blackburn que tanto se repiten en la correspondencia. Y los inéditos: del fondo de los cajones de la Bernárdez, que ha de disponer de una cómoda de dimensiones cesáreas, siguen surgiendo servilletas anotadas, esquinas de cartas, documentos a vuelapluma que se llevaron un pensamiento fugaz, un entusiasmo o una sospecha antes de desaparecer en la espuma de los días. Y que el apóstol de los cronopios puede encontrar impresa por vez primera aquí, mientras sigue rezando religiosamente sus cuentos y anécdotas y buscando ese limbo amable donde la vida no desmiente a los libros, sino que se emborracha con ellos. Un primor.

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