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Quién dijo miedo

JUAN CARLOS SIERRA | Miedo, lo que se dice miedo, no recuerdo haberlo experimentado con la literatura. Sin embargo, evito las películas de este género desde que siendo preadolescente, cuando aún no existía ese concepto en el vocabulario habitual de mis padres -para ellos era un ‘zangalitrón’-, me pilló por sorpresa y casi a traición La cosa (John Carpenter, 1982). Supuestamente a la hora en que pasaban la película en televisión, creo recordar que en el UHF, yo ya debería haberme ido a la cama, pero aquel día se demoró la cena, porque se me había hecho tarde con las tareas escolares. En casa era costumbre cenar con la tele puesta. El muslo de pollo sanguinoliento que me puso mi madre se me hizo bola y aquella noche me costó conciliar el sueño aun habiendo tomado todas las precauciones posibles; a saber: me tapé hasta la cabeza, de manera que la conjunción de sábanas y cobertores actuaría como una suerte de escudo antimisiles altamente eficaz contra ataques de seres indefinidos como aquel de la película o de otros de naturaleza fantasmagórica, espectral, vampírica, licantrópica e incluso extraterrestre; ¡ah! también miré debajo de la cama antes de aislarme herméticamente, otra de las medidas de protección infalibles que hay que tomar contra estos seres y el miedo que te dan. Eso lo sabe todo el mundo.

Lo curioso del caso, de mi caso, es que con los relatos supuestamente aterradores no experimento este miedo. Sin duda se debe a una tara en mi imaginación que ya con los años me va a ser imposible reparar y que probablemente tenga su origen en mi tardía incursión en el hábito solitario de la lectura. Lo he intentado, lo prometo, pero no hay manera. Gracias al influjo de otro estadista, en concreto de Jose Torres, desde una tardía adolescencia los clásicos de la literatura gótica y no gótica han ido engrosando las baldas de mi biblioteca doméstica: El monje, de Matthew G. Lewis, Melmoth el errabundo, de Charles Maturin, Carmilla, de Sheridan Le Fanu, La virgen de los siete puñales, de Vernon Lee, La condesa sangrienta, de Alejandra Pizarnik, El sepulturero y otros relatos o Mitos de Cthulhu, de H. P. Lovecraft, prácticamente todo Edgar Allan Poe y, por supuesto, Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary W. Shelley y Drácula de Bram StokerLa guarida del gusano blanco, también de Stoker, es un título menos conocido pero merece una lectura-. Todos me los he leído; incluso algunos varias veces, como el de Le Fanu o Drácula, una de mis novelas favoritas pero no precisamente por el contenido terrorífico, si es que lo tiene. Hay otros títulos diseminados aquí y allá entre las estanterías de casa, pero no hay manera; ni siquiera con los magníficos relatos breves de Ajuar funerario, de Fernando Iwasaki. De modo que no quiero darle más vueltas al asunto: los libros que supuestamente deberían hacerme mirar con recelo debajo de la cama, los títulos que deberían instarme a acudir al escudo antimisiles de sábanas y cobertores no me inquietan lo más mínimo.

Sin embargo, a mí el terror me ha apuntado en mitad de mi línea de flotación antes de la publicación de un libro. Me explico.

No hace mucho reseñé aquí el texto escrito a cuatro manos por Ramiro Domínguez y Recaredo Veredas titulado Vida después del sueño (http://www.criticoestado.es/estremecimiento/), que cuenta fundamentalmente los días que pasó en coma e intubado el primero de los autores a causa de la COVID-19. Pues bien, Ramiro y yo somos amigos desde hace casi treinta años. La vida nos ha tenido siempre a varios cientos de kilómetros de distancia, la que media entre Madrid y el resto del mundo, lo cual no nos permite vernos tanto como nos gustaría. Esto lo hemos ido supliendo con visitas esporádicas a la capital, con coincidencias veraniegas en Cádiz, con encuentros fortuitos en Sevilla con la excusa de la presentación de un libro de Sílex (la última, ¡lástima!, no pudo ser), pero sobre todo con la geografía ondulada del teléfono, tan intermitente como todo lo demás. No obstante, las llamadas guardan cierta regularidad en fechas especiales como nuestros respectivos cumpleaños o, a pesar de nuestro manifiesto y confeso ateísmo común, la Navidad -las contradicciones de cada cual se quedan más acá del cariño-. Bien es verdad que solemos inclinarnos por la más pagana de las celebraciones navideñas, la Nochevieja, pero tampoco hemos descartado algún año la Nochebuena.

El caso es que llamé a Ramiro la tarde del 31 de diciembre de 2020, pero no contestaba. Entonces le mandé un whatsapp festivo, como tocaba por la fecha, y con muy buenos deseos para el año entrante. La respuesta fue: “Pues yo en la uci con COVID. (…) He estado a punto de palmar en casa. (…) Es terrible”. Eso lo escribe Ramiro intubado y a punto de entrar en el sueño del coma que describe en su libro, en el inicio de una carrera agónica por escapar de la muerte gracias a la sanidad pública de este país, esa que algunos políticos desalmados y etimológicamente idiotas intentan desmantelar. El día 1 ya no contestaba a los mensajes, como es obvio ahora pero entonces no lo era tanto para mí; a partir del día 1, Cristina Pineda, su mujer y editora de Tres Hermanas -o viceversa-, me va contando cómo va todo, y todo va de mal en peor en los primeros días. Luego vendrá el asalto al Capitolio, Filomena,… y por fin la vuelta a la consciencia, la vuelta a la vida.

Esto que resumo en un párrafo fue quizá la experiencia más cercana que he tenido del miedo, del terror, del horror, del espanto, de… se me acaban los sinónimos. La angustia, la incertidumbre, la pena, la zozobra, la desazón, el abatimiento, la preocupación,… se mezclan a su antojo durante esos días. Mi mujer me dice durante esos días que a veces me nota con la vista extraviada, de excursión no sabe adónde. Pues yo tampoco sabría decirle, pero sí que estoy acojonado durante esas primeras fechas de enero del 2021; esté donde esté en esos días, me persigue más cierta que nunca la sombra de una muerte, de la muerte de un amigo muy querido.

Todo el horror se convirtió al final en un gran alivio por obra y gracia de la medicina; y por obra y gracia de la literatura, en un libro hermoso y estremecedor, Vida después del sueño, que ha ahuyentado el miedo y nos ha devuelto las ganas de celebrar la vida después de la pesadilla.

Vida después del sueño. Apuntes de un renacer (Sílex, 2022) | Recaredo Veredas y Ramiro Domínguez Hernanz | 78 paǵinas | 10 euros | Prólogo de Jesús Marchamalo

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