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Radiografía de una familia

REYES GARCÍA-DONCEL | La familia es una mina inagotable, y uno de los temas preferidos de los escritores pues en ella reside el origen de la personalidad, el de nuestros traumas y nuestros demonios —así los llamaría una de las protagonistas de la novela que nos ocupa—, cada una los suyos como ya sentenció el ilustre Tolstoi cuando dijo aquello de que: «Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su modo». Pez de asfalto —finalista del Premio de Novela Ciudad de Lebrija 2024— nos introduce precisamente en la infelicidad de una familia, y en concreto en sus secretos, que permanecen escondidos como minas dispuestas a estallar.

La protagonista de la novela es Amalia, una joven bloqueada emocionalmente por la muerte de su madre —desgracia a la que la familia se refiere con el eufemismo de «el accidente»—, que vive con un padre frío, poco cariñoso, siempre ausente. Sobre ambos sobrevuela algo perverso, algo oculto que ella intuye que existe pero no consigue averiguar qué es. La novela muestra el recorrido que realiza Amalia desde esa personalidad inmadura y lastrada, con permanente sensación de abandono, —se puede considerar una novela de desarrollo—, hasta alcanzar otra donde finalmente se reconcilia consigo misma y con su entorno, pasando por la vivencia del amor.

Son dos las voces de la novela, ambas en 1ª persona pero muy distintas: la tía Mercedes en modo epistolar, y la adolescente, luego mujer, Amalia. Las cartas de tía Mercedes sirven para dar información al lector —ella sí conoce el gran secreto—, para que avance la trama y para narrar la historia desde otra perspectiva. La de Amalia para mostrarnos sus cambios. Con ambas recorremos toda la historia familiar, desde la infancia de Amalia y los días luminosos en la playa cuando todavía vivía Juan, el marido de Mercedes; las peleas conyugales de los padres; los momentos de desvarío y tristeza de la madre en los que farfulla frases extrañas:«Mi madre no era una sola persona. Dentro de su cuerpo menudo le cabía otra más con la que no se llevaba demasiado bien»; la ausencia continuada del padre, tanto física por los viajes de trabajo, como emocional porque aunque esté en casa no tiene conexión con ella; hasta el accidente que determina sus vidas y el abandono final de la casa paterna. Conforme la historia se desarrolla pasan los años, las estaciones, muy bien descritas, tanto en la ciudad de Barcelona como en el pequeño pueblo costero Sant Pol de Mar, escenarios ambos de la narración que sucede durante el tardofranquismo y la transición.

Amalia se refugia en casa de la tía Mercedes, en busca del olor de sus guisos, metáfora de calidez, cobijo y hogar: «sus palabras sonaban a refugio, al aroma de sus guisos de pucheros, de ollas de barro, de sobremesas de las que nunca se acaban»;en contraposición a lo que, al igual que lo hacía su madre, ella huele en su propia casa: «Cuando volvía a casa, nada más abrir la puerta, me llegaba el aliento de nuestro piso, una pestilencia inconfundible a moho»,imagende la vida afectiva que allí se instalaba: cerrada, podrida, oculta y oscura.

Tía Mercedes ejerce de mentora en el más puro estilo clásico. Es el gran abrazo, sereno y cálido, del que Amalia carece. No ha estudiado pero es una mujer sabia que, sobre todo, actúa por amor. Perteneciente a una familia de pescadores, ha tenido una vida dura remendando redes o vendiendo pescado bajo el sol, y etnológicamente interesante, que bien podría pertenecer a alguien real. Una mujer que acepta su vida sin necesidad de buscar otra mejor. Se expresa con sencillez pero con fuerza y seguridad, en un discurso donde abundan refranes referidos al mar:«Mejor navega el que tiene buen viento que el que rema con mucho aliento»,comparaciones y términos marineros:«Es que una casa es igualita que una red, siempre se rompe por algún lado y no queda más que remendarla».Ella ha cuidado a Amalia desde pequeña, como la hija que no tuvo, y la acoge cuando decide que debe abandonar una casa que la asfixia.

Porque Amalia se asfixia en tierra, en la calle, en la ciudad:«En ese laberinto de asfalto donde nunca podría escurrirme como un pez».Solo en el mar se siente integrada, por lo que le gustaría:«imaginarme mi vida transformada en pez. Libre, sin rumbo, deslizarme entre piedras, rocas o bancos de corales, ligera, sin nada que pesara sobre mí» para «perderme en la inmensidad el mar y olvidarme de que fuera de él no había refugio donde resguardarme de mi propio dolor». Ese dolor es el recuerdo de su madre, y del accidente, que la persigue de forma insistente. Y también el desencanto ante lo que la vida le prometía y la que finalmente ha tenido, lo que le hace dudar de las promesas y las ilusiones: «una promesa pesa demasiado y por eso acaba rompiéndose».

 Sin embargo, conforme va madurando,  pues como hemos comentado es una novela de desarrollo, va olvidando su necesidad de volver al mar. «Si algo comenzaba a tener claro es que ya no quería ser un pez». En este proceso tiene mucho que ver el perdón, la capacidad de descubrir al otro con nuevos ojos, y la liberación que esto le produce. Ella insiste en la búsqueda de los motivos del comportamiento del padre, mostrándonos Marimén Ayuso la incomunicación entre ambos, que los padres son grandes desconocidos para los hijos, y viceversa. Además de los secretos familiares, principal tema, también se aborda en la novela la función de la paternidad, tanto en su padre como posteriormente en su pareja.

Y por terminar con una última metáfora que nos aporta la novela: si en el paso de la adolescencia a la madurez Amalia deja atrás secretos de su pasado sin conocer, en el paso de la dictadura a la transición, quizás embelesados con la promesa de libertad, se han guardado secretos de intolerancia que hemos acarreado hasta hoy.

Pez de asfalto (Ed. Extravertida, 2024)| Marimén Ayuso|250 páginas|19,9 €

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