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Reivindicación de Henrik Ibsen

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JOAQUÍN PÉREZ BLANES | Antes de entrar en la materia del libro, para toda persona poco familiarizada con el teatro, me gustaría hacer un breve exordio, así que les ruego encarecidamente que me perdonen, pero esta obra magna que nos ocupa requiere dicha introducción.

Seré breve. Basta acudir a una entrevista de 1928 en el ABC, realizada por Gregorio Martínez Sierra a Don Ramón María del Valle-Inclán. En esa entrevista, Valle-Inclán, declara que hay tres maneras de ver el mundo estéticamente: “De rodillas, en pie o levantado en el aire”. Cuando observamos de rodillas el mundo, estéticamente hablando, ensalzamos a los personajes, los contemplamos como héroes, superiores a nuestra condición humana, porque en realidad son semidioses. No es otro modo de mirar que el que nos concede el teatro griego, que es donde reside el origen de las artes escénicas. La segunda manera de enfrentarnos a los personajes es de pie, a la altura de los ojos de los protagonistas, como si fuesen de nuestra misma naturaleza, “como si fuera el personaje un desdoblamiento de nuestro yo—dirá Valle-Inclán—, con nuestras mismas virtudes y nuestros mismos defectos”. Esto nace con Shakespeare, personajes que tienen una complejidad natural, propia de la condición humana. Y existe un tercer modo de mirar a los personajes que es desde las alturas, convirtiéndolos en títeres, en lo que Valle-Inclán basa el esperpento.

Con estas tres maneras de contemplar los personajes en el teatro, podremos acercarnos mejor a entender determinadas obras dramáticas.

Indudablemente, Henrik Ibsen se encuentra en el segundo modo de percibir a los personajes. La particularidad de Ibsen es que, junto al salmón, son los dos elementos más populares que nos vienen a la cabeza cuando alguien nos pregunta si conocemos algo sobre Noruega. Sin embargo, Ibsen no es relevante porque sea casi lo único de teatro escandinavo que se traduce al español, junto al sueco August Strindberg, sino porque sus obras son tan rompedoras, con ese ataque directo a la burguesía decimonónica, a la doble moral, con esos personajes femeninos absolutamente contemporáneos, que convierten a este autor noruego en imprescindible e imperecedero.

A pesar de estar considerado como teatro realista de finales del XIX, sus dramas poseen una temática universal que es válida en cualquier momento—pasado, presente o futuro—, porque la condición humana es la misma, no cambia, a pesar del tiempo, las modas o las generaciones. Piensen en Nora, de Casa de muñecas, es un personaje naíf, infantilizado, cree en el amor como una adolescente, su comportamiento es más propio de una niña que desconoce el mundo adulto que el de una adulta viviendo la realidad que la rodea y la atrapa. Nora es ajena a la maldad humana o a las ambiciones de los personajes, principalmente las de Krogstad, capaz de destruir la dicha y las virtudes de Nora porque la vida real, la que parece ignorar Nora, tiene atrapado a Krogstad de tal manera que no le queda otra que forzar la situación y llevarla al desastre.

Finalmente, en Nora, que es, quizás, el personaje más conocido de Ibsen por ser la protagonista de Casa de muñecas, se produce una fuerte evolución en ella, provocada por las circunstancias límites a las que el dramaturgo la conduce. De ese crecimiento y endurecimiento personal, de una persona feliz en su inocencia, con una manera de expresarse y de hablar que es todo candidez y devoción hacia Helmer, su marido, pasa a ser una persona con una sensatez y con un discurso muy directo y madurado. Así pues, cuando su marido le dice: “Ante todo eres esposa y madre”. Ella responde: “Eso ya no me lo creo. Lo que creo es que ante todo, soy una persona, igual que tú”. Plantear estos diálogos en 1879, suponen un paso hacia delante para unos personajes femeninos que adquieren una fortaleza física, moral y espiritual que no son habituales en el teatro decimonónico y menos en un teatro realista y en una sociedad tan varonil y convencional como la que retrata Henrik Ibsen.

Es de agradecer que Nórdica se atreva a publicar ocho obras del dramaturgo noruego, en una edición muy cuidada, traducida con mimo por Cristina Gómez-Baggethun y revisada por el dramaturgo Ignacio García May que es, posiblemente, una de las personas más versadas sobre Henrik Ibsen en nuestro país.

Este compendio, que publica Nórdica, contiene obras que hacen un amplio y exhaustivo recorrido por los dramas de Ibsen y que servirán al lector para hacerse una idea muy exacta del universo creativo del noruego. Las obras son: Los pilares de la sociedad (1877), Casa de muñecas (1879), Espectros (1881), Un enemigo del pueblo (1882), El pato silvestre (1884), La casa Rosmer (1886), La dama del mar (1888) y Hedda Gabler (1890).

Dejemos al lector que sea quien determine cuál de las obras es la que más le gusta, pero si, por curiosidad, llegasen a preguntarme cuál o cuáles son mis favoritas, les diría que, por su complejidad, por sus giros dramáticos y por su crítica inflexible a la sociedad de entonces, pero tan válida para la sociedad de nuestros días, me decanto por Un enemigo del pueblo, de la que ya hicimos una reseña para EC, y por Los pilares de la sociedad que condensan, de alguna manera, todas las características, los elementos dramáticos, así como el extenso abanico de complejidades humanas, que el teatro de Ibsen irá desplegando a lo largo de sus años creativos.

La mentira y la apariencia, esos son los pilares de la sociedad burguesa acomodada que describe la obra general de Ibsen y que serán los ejes que vertebren el primer drama de este libro. El cónsul Bernick de Los pilares de la sociedad tiene mucho en común con el Doctor Stockman de Un enemigo del pueblo pero también con Helmer, el marido de Nora de Casa de muñecas.

Del mismo modo, ya en esta primera pieza, hay un personaje femenino de una singularidad y una robustez admirables. Dina es una mujer avanzada para esa sociedad moralista y arcaica. Hay un momento en este drama que Johan Tønnesen, que adora a Dina, le dice: “¡Dina, la tendré entre algodones!” y Dina responde rápidamente: “Eso no se lo permito. Quiero arreglármelas sola”. Poco después, la señora Bernick replica: “Ay, ¡cuántos abusos sufrimos por las reglas y las tradiciones! Rebélate contra esto, Dina. Cásate con él. Desafía los usos y costumbres”. A lo que Dina responde con firmeza: “Sí, seré su esposa. (…) Pero primero quiero trabajar, quiero llegar a algo, igual que usted. No quiero ser una cosa que se toma”.

No quisiera entrar en describir o resumir cada una de las obras por no hacer extensa y cansina esta reseña y por evitar reventar el arte dramático de este escandinavo que tiene las patillas tan frondosas como dos bolas de algodón de azúcar y una mirada, no sabría decirles si severa o estrábica, pero sí me atrevo a recomendarles esta suma de obras de Henrik Ibsen para que, por un lado, disfruten de su dramaturgia y, por el otro, descubran el motivo por el que este noruego es uno de los dramaturgos más afamados de la escena europea.

Teatro (1877-1890) (Nórdica, 2019) | Henrik Ibsen | 796 páginas | 29,50 €| Traducción de Cristina Gómez-Baggethun

 

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