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Renata Adler, cronista del absurdo

lancha

Lancha rápida

Renata Adler

Sexto Piso, 2015

ISBN: 978-84-15601-80-7

216 páginas

20 €

Traducción de Javier Guerrero

Posfacio de Guy Trebay

 

 

Rebeca García Nieto

Nos contamos historias a nosotros mismos para poder vivir (…) Buscamos el sermón en el suicidio y la lección moral o social en el asesinato de cinco personas. Interpretamos lo que vemos, elegimos la más practicable de las múltiples opciones. Vivimos completamente, sobre todo los escritores, bajo la imposición de una línea narrativa que une las imágenes dispares, de esas “ideas” con las que hemos aprendido a paralizar esa fantasmagoría movediza que es nuestra experiencia real.

El álbum blanco, Joan Didion

Cuando Lancha rápida apareció en escena a finales de los setenta en Estados Unidos, los críticos dijeron que el libro no se parecía a nada que los lectores hubieran leído antes. En 2013 fue reeditada en la colección de clásicos de The New York Review of Books y acaba de llegar por primera vez a nuestro país gracias a Sexto Piso, y lo que se dijo entonces sigue siendo plenamente vigente ahora.

Al igual que Didion, escritora con la que frecuentemente se la emparenta, Adler cuestiona las premisas de todas las historias que nos contamos para poder vivir y lo hace sin imponer una línea narrativa a las escenas que componen el relato, necesariamente fragmentario, de su experiencia. Adler no tiene miedo de sumergirse en esa “fantasmagoría movediza que es nuestra experiencia real” y, al hacerlo, arrastra al lector a una nueva forma de lectura. En una narración que carece de los elementos que habitualmente facilitan la travesía (ni siquiera hay una orilla, un fin de la historia en sentido estricto, donde arribar), el lector puede tener la impresión de haberse caído al mar. Pero una vez superado el desconcierto inicial, si se olvida de buscar el chaleco salvavidas (también llamado trama), estoy segura de que disfrutará mucho dejándose llevar por las aguas.

A través de una serie de “viñetas de vida”, la protagonista, Jen Fain (estudiante en París, periodista en un periódico sensacionalista, profesora o escritora de discursos para un político, aunque no necesariamente por ese orden), ofrece un retrato de la Norteamérica de los setenta (especialmente de la escena cultural neoyorquina) y de algunos hechos que tuvo que cubrir para el periódico donde trabajaba (desde desastres cotidianos a acontecimientos históricos). Los apuntes al natural de la periodista sirven, si no para intentar entender lo que ocurre, sí para mostrar la extrañeza ante lo sucedido: “Me salvé. Seguimos aquí. Biafra no. Antes de la Guerra de los Seis Días había comprado un reloj Patek Philippe y un vestido de Chanel. No sé por qué (…). La verdad, me gustaría decirlo aquí, es la siguiente. Pero no puedo. En algunos lugares puede que la guerra ya hubiera empezado, la guerra de todos contra todos, de todo contra todo”. Esta constatación de lo absurdo de la existencia recuerda a Samuel Beckett, especialmente en los diálogos y llamadas telefónicas, pero también a Albert Camus, que en sus cuadernos hablaba de la guerra de una forma similar: “Estalló la guerra. ¿Dónde está la guerra? Fuera de las noticias que hay que creer y de los carteles que hay que leer, ¿dónde encontrar los signos de este absurdo acontecimiento? (…) Haber vivido en el odio de esta bestia, tenerla delante de sí y no saber reconocerla”.

Por otra parte, aunque Fein asegura que “No parece existir un espíritu de los tiempos”, lo cierto es que, como dijo Donald Barthelme, Adler reflexiona constantemente sobre las singularidades de la vida contemporánea: “No es accidental que el aburrimiento y la crueldad sean grandes preocupaciones de nuestro tiempo. Florecen en una misma región de la mente. La vergüenza, en cambio, en la escala de cosas a sentir, es trivial”.

En cuanto al estilo, se podría decir que Lancha rápida es una especie de diario de campo poético… Entendiendo, eso sí, el término poesía en un sentido laxo: “Así pues, a estos efectos amanita, cartuchera, femenino, gonorrea, laberinto, hijoputa, mensajero, bar de copas, pordiosero, putrefacto, lapicero son todos sinónimos –dijo el gran profesor-. Sinónimos en términos de métrica”. Como dice Adler en uno de sus apuntes: “Si pasamos de la poesía a otros campos (la antropología, por ejemplo), encontramos aplicaciones sorprendentes”. Efectivamente, en la intersección entre la investigación antropológica y la literatura encontramos un libro extraordinario lleno de reflexiones brillantes: “Quedarse embarazada es tomar un rehén, como lo es dirigir una casa de empeños, ser banquero, recibir una carta, hacer una fotografía o escuchar una confidencia. Cada historia de amor, cada intercambio comercial, cada secreto, cada cuestión en la cual está implicada la confianza, es una suave transacción de rehenes”.

Además de por sus ensayos, Adler es conocida por la devastadora crítica que firmó sobre un libro de Pauline Kael, crítica de cine que escribía, como ella, en The New Yorker (de hecho, a día de hoy es difícil encontrar una crítica de los libros de Adler sin que se mencione también el rifirrafe con Kael). En aquella reseña, Adler escribió una frase demoledora: “trozo a trozo, línea a línea, y sin interrupción, inútil”. Parafraseando a Adler, podríamos decir que Lancha rápida es trozo a trozo, línea a línea, y sin interrupción, divertida, incisiva, brillante. Habiendo disfrutado bastante del ritmo frenético de la lancha de Renata Adler, espero poder darme una vuelta pronto en Pitch Dark, su segunda novela, que será publicada también en Sexto Piso. Bienvenidas sean ambas.

admin

6 comentarios

  1. No conocía lo del rifirrafe, pero me consta que Kael era entonces una columnista muy influyente, sobre todo en el mundo del cine: el comentario de Adler le sentaría a cuerno quemado! 😉

  2. Muchas gracias, Cora!! Sí, Fran, lo de estas dos fue muy sonado. Ya digo que hasta en reseñas que aparecen ahora se menciona el altercado. El otro día leí una que decía que, al escribir esa reseña sobre Kael, Adler se pegó un tiro en un pie…

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