LEONOR RUIZ | Aves del paraíso llega por correo ordinario desde Salamanca, ciudad donde la obra también fue impresa. Es el primer título que leo de la autora, de la que recuerdo la hospitalidad de una noche en su casa y un gato al que le tuve mucho miedo.
Leo en el suelo. Desde el césped, sube al libro una araña que observo campar a sus anchas, pasear por la página, posarse sobre los dibujos y descolgarse al rato, medio saludando, ella sola, como si hubiera concluido lo que vino a hacer aquí, quién sabe qué faena.
Desde el inicio se respira la desnudez del lenguaje, elemento clave en esta historia dura, intrigante, portadora de un severo peso. Algo debe descubrirse y encontrarse. Algo que tiene que ver con lo no dicho, con lo no hecho, con lo que uno ha empujado al interior de uno mismo con el talón del zapato, hasta esconderlo o hacerlo trizas igual que pisoteamos el erizo de las castañas.
Esta última imagen se repite con mesurada insistencia a lo largo del relato. No se revelará aquí su porqué pero lo tiene (e importa). Escarbará la conciencia del personaje principal. Hasta inundar su yo interior y llenarlo de abrumadora vergüenza. Y colocar ante sus ojos la salida a ese bucle en el que discurrió su vida previa. Una vida carente de crítica y de individualidad; una vida carente incluso del subterfugio de las convicciones.
«¿Cómo mudan los hombres? ¿Cómo se desprenden de lo que siempre ha marcado su vuelo, dirigido su rumbo? ¿Las plumas viejas del silencio, la indiferencia, el conformismo… pueden soltarse y caer? ¿Y dejar sitio y abrir paso?».
Etxenike juega con pocos personajes disueltos en una atmósfera poética, sigilosa, pausada, en la que una gruesa cortina amortigua las voces que pugnan por salir desde el fondo. La calma natural de las ilustraciones de aves y moluscos es aparente. Dentro bulle un mar denso, de arrepentimientos. Un volcán dormido que se decide a estallar y confrontar su contenido. Resulta imposible evitar rozar el magma, no dejar el torso sumergido, aleteando como un ánade, con los miembros carbonizados. La piel ya no existe, el tiempo no existe, se ha perdido todo, han caído los velos y tabiques que tenían que caer.
«Proteger lo que pesa. Lo que otro se ha tomado la molestia de forrar con cuidado. Defender lo que otro ha defendido». Aprender a mirar, a ser consciente, a reconocer «las innumerables variedades de nidos». A distinguir el canto del reclamo.
La página setenta y siete ofrece, desde el punto de vista lector, un momento de absoluta perfección literaria. Se sugiere, sin embargo, incluir una plana en blanco antes del inicio de la segunda parte del libro: la historia, considero, pide ese respiro visual. Y corregir igualmente un par de erratas presentes hacia el final del texto.
Se ha querido preservar el misterio de esta obra que es mejor leer a ciegas. No sin vista, sino descontaminados. Entrando en ella sin demasiadas referencias. Como el sterna paradisaea, que vuela y abarca los cielos del planeta sin temer los viajes difíciles (por largos).
Aves del paraíso (Nocturna Ediciones, 2019) | Luisa Etxenike | Ilustraciones de James Ellsworth | 120 páginas | 16 euros.