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Ríe la Transgresión

9788426401519SARA MESA | Ya anuncié aquí las ganas y la curiosidad con las que iba a enfrentarme a estas más de 700 páginas de cuentos de Cynthia Ozick (Nueva York, 1928), a la que, tras la lectura de Los papeles de Puttermesser, califiqué de “desmesurada, arriesgada e inclasificable”. Tenía ganas porque me atrapó la originalidad y el abigarramiento narrativo de esa novela extraña y divertida; tenía curiosidad porque, sabiendo que era su primera novela, desconocía si ese tono se habría mantenido en su producción posterior, y si, en el caso de que no, me seduciría de la misma manera. Temor infundado, porque si ya entonces Ozick había dado muestras de su buen hacer en varios registros -el realista, el lírico, el fantástico, el satírico…-, ¿por qué recelar del cambio?

Sin embargo, confieso que el día en que cogí este libro y vi el glosario con los términos yiddish, se me desinfló un poco el entusiasmo. Ya el final de Puttermesser me había resultado un pelín abstruso, con tantas referencias a detalles de la cultura hebrea totalmente herméticos para mí. Aquí es cuando tengo que admitir que todos esos escritores judíos tan atrayentes (desde Henry Roth a Saul Bellow, de Philip Roth a Bernard Malamud, de Norman Mailer a Isaac Bashevis Singer) me gustan más, precisamente, cuando no se ponen «demasiado» judíos. No cabe duda de que esta afirmación hay que matizarla, porque, al fin y al cabo, ¿qué es ser judío? ¿Y cuándo se pone uno «demasiado» judío? Desde luego, no seré yo quien entre a responder tan peliaguda cosa, así que nos quedaremos con qué ha supuesto para estos escritores en general -y para Cynthia Ozick en concreto- ser judío en América, es decir, cómo la mezcla de culturas, la inmigración, el peculiar concepto de familia, la educación diferenciada o los problemas de identidad terminan configurando una personalidad cuya experiencia bien puede universalizarse -como de hecho, consiguen en sus libros-. Me abruma entrar en determinados detalles -me abruma y aburre a la vez tanto ‘flanken’ y ‘guter yid’ y ‘Péjsa’ y ‘misnaged’-, pero salvando este escollo, que es lo que sucede en el libro que aquí nos ocupa, cuánta maravilla puede sacarse de toda esa heterogeneidad, a veces tan loca.

Así es: exceptuando el primer cuento de este volumen, “El rabino pagano”, cuyo tema central sí se refiere a un conflicto puramente religioso -en concreto, la pérdida de fe-, y que incluye en sí mismo casi todos los términos del dichoso glosario, el resto de los cuentos, dieciocho para ser más exactos, plantean historias mucho más universales -sobre la ambición, la envidia, la vergüenza, la estupidez humana, en suma-, aunque en muchas de ellas el tema judío tenga también su relevancia. Si tuviera que resumir el estilo literario de Ozick con un solo término -o una sola figura retórica-, escogería «hipérbole». ¡Es todo tan exagerado en sus cuentos! Los personajes, las situaciones, los cambios de registro… Si a esto se añade una escritura impecable, la diversión está garantizada. Hay que insistir en ello: los cuentos de Ozick son muy divertidos, están atravesados de principio a fin por un demoledor sentido del humor, que consiste sobre todo en satirizar a los personajes -pobres criaturas- y meterlos en situaciones extremas o inverosímiles, aunque nunca vapulearlos. Tenemos, por ejemplo, cuentos centrados en el mundo cultural, entre los que destaca el muy ácido “Envidia, o el yiddish en América”, en el que se hace un retrato nada favorecedor de un poeta que justifica que nadie quiera publicarlo porque él escribe en yiddish, mientras muere de envidia ante el éxito de uno de sus colegas que es abundantemente traducido. En “Virilidad” aparece otro poeta empeñado en la fama, pero que utiliza para llegar a la cumbre artimañas no demasiado éticas, como la apropiación indebida. El título, profundamente irónico, plantea además los prejuicios en la recepción de las obras escritas por mujeres. En “Levitación” se narra la fiesta que da una pareja mediocre de novelistas para entrar en el “mundillo”, aunque la cosa luego deriva y, cómo no, degenera; en “Actores” y en “La maleta” se satiriza también a los artistas y a los cómicos. Divertidísimo, cáustico, me parece “Cómo ayudar a T.S. Eliot a escribir mejor (Notas para una bibliografía definitiva)”, donde nos encontraremos al mismísimo T.S. Eliot de joven tratando de publicar su famosa “Canción de amor de J. Alfred Prufrock”, del mismo modo que también encontraremos a unos demasiado humanos Joseph Conrad y Henry James en “Dictado”, aunque en este caso el foco narrativo se desplaza a las taquígrafas a las que ambos dictaban sus novelas.

En este excelente conjunto de cuentos descubriremos personajes sin mesura, grotescos, amarrados a circunstancias de las que no pueden escapar y que nos resultan risibles (“La mujer del médico”), muchos de ellos incendiados por el dogmatismo (el defensor del yiddish, o el creador de una lengua universal que, según él, machacará al esperanto), las pasiones humanas -incluido el amor- puestas al descubierto (“La bruja de los muelles”, “Disparos”, “En Fumicaro”), en un ejercicio de narración esperpéntica y trepidante. Y dentro de todo esto, ¿dónde están los judíos? Bueno, ellos tampoco salen inmunes de la crítica. De hecho, los radicales, los inmovilistas, los narcisistas y autocompasivos son, precisamente, los más atacados. Resulta curioso, por ejemplo, el cuento “Derramamiento de sangre”, cuyo protagonista, un judío moderado, va a visitar a sus familiares a una ‘shtetl’ (aldea de judíos) y asiste al ‘minkhe’ (plegaria de la tarde), donde es señalado como un intruso por el rabino: “¡Ateo, devorador! A nosotros nos aguarda el Altísimo, la dicha, la vida. ¡A nosotros la fe! A usted, en cambio…”. También hay que destacar este fragmento de “Levitación”, que ofenderá a muchos: “Lucy llega a la conclusión de que la atrocidad puede acabar hartando. Ella está aburrida de las ejecuciones y del gas y de los campos, no se avergüenza de reconocerlo. Son tan tediosos como una plegaria. La repetición merma las convicciones; piensa en su padre, cantando los mismo himnos semanas tras semanas. Si repitieras la misma oración una y otra vez, ¿tu cerebro no acabaría convertido en poco más que una rueda de la plegaria?”

Cynthia Ozick consigue en estos cuentos algo extremadamente difícil: trazar un retrato fresco y humorístico de una sociedad demencial, mostrarnos los perfiles más caricaturescos de sus personajes sin impedir que podamos identificarnos con ellos, cuestionar la validez del victimismo sin trivializar el sufrimiento, poner el dedo en la llaga sin dar lecciones ni pretender darlas. ¿Cómo lo hace? Pasándose por el forro un montón de convenciones -en lo que me recuerda a otra gran escritora de su generación, Grace Paley-, haciendo uso de una libertad sorprendente y de su inteligencia innegable, y aprovechando las oportunidades que ofrecen las mezclas, todas las mezclas posibles. Así que el final del libro -el del último relato- constituye en sí mismo un manifiesto estético sobre su narrativa: “No importa, dice la Ficción; qué gracia, ríe la Transgresión: ¿y qué más da?, se burla el Sueño”.

Cuentos reunidos (Lumen, 2015), de Cynthia Ozick | 720 páginas | 34,90 € | Traducción de Eugenia Vázquez

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