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Roma echa humo

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La República Pneumática

J. Valor Montero

Fantascy, 2015

ISBN: 978-84-1583-149-5

462 páginas

17,90 €

 

 

 

Luis Manuel Ruiz 

Fabricada al efecto a partir del concepto paralelo de utopía, la ucronía (del griego ‘ou-kronos’, o no-tiempo) es un subgénero de la ciencia ficción que goza de un amplio predicamento en nuestros días y que propone la exploración de historias del mundo paralelas a partir de un hecho histórico que no tuvo lugar, o que lo hizo de un modo distinto a tal y como lo registran los manuales. Amparándose en viejas ideas que ya desvelaron a Leibniz y que han retomado los ingenieros de la cosmología cuántica, el ucronismo postula la existencia alternativa de varias realidades surgidas de un mismo vértice temporal, como crecen una junto a otra las dos ramas del sauce que han brotado de la misma yema. Así, por seguir el ejemplo clásico (explotado por Philip K. Dick y sobre todo por Thomas Harris en su excelente Fatherland), del punto cero que fue el desenlace de la Segunda Guerra Mundial pueden generarse, entre otros muchos, dos presentes: uno el nuestro, heredero del famoso desembarco y la bomba sobre Hiroshima; otro, no menos real y coherente, en que la victoria osciló hacia el bando contrario y donde la bandera de la Unión Europea luce un águila y una cruz gamada.

La República Pneumática, con que se estrena como novelista J. Valor Montero, es una ucronía ambientada en el mundo romano. En esto sigue las huellas de, entre otros, Robert Silverberg, clásico de la New Age aún activo que hace cosa de un decenio imaginó en Roma Aeterna un imperio latino que nunca conoció la debacle y que sigue aún vigente en nuestros días. Pero si la elección del marco de Montero es la misma que la de Silverberg, les separan el punto de divergencia ucrónico, la yema de la que brotan las dos ramas opuestas del sauce: en el caso del barcelonés, se trata de la invención de la máquina de vapor. Según señala él muy certeramente en varios puntos de la trama, así como en el glosario que cierra su volumen, el primero en experimentar con la potencia mecánica del vapor de agua, calentado hasta presiones capaces de desplazar vehículos y levantar grúas, fue un súbdito griego del emperador Claudio, Herón de Alejandría, inventor de diversos juguetes como estatuas que accionaban miembros o esferas que giraban en el aire. La novela de Montero acepta el reto de imaginar qué habría sucedido si, en vez de limitarse a servir de divertimento y atracción exótica para nuevos ricos, la técnica de Herón hubiera tomado los derroteros por los que habría de conducirla la Revolución Industrial diecinueve siglos más tarde: los de nutrir a un mundo sorprendido de aparatos de guerra, máquinas voladoras, engendros de metal y de aire caliente que habrían de vencer las resistencias del mar y del aire.

El siglo III que nos presenta La República Pneumática ha sido elaborado con minuciosidad de cartógrafo, con un cuidado casi preciosista en cada pormenor. Es el siglo III que conocemos por los libros de Historia y a la vez es un remedo o una distorsión de nuestro propio siglo XX, heredero de la industria del vapor. Son los mismos el idioma, un latín que salpica la trama dando título a cada capítulo y a cada cargo público que influye sobre la peripecia del sufrido protagonista; las instituciones, el ejército, las tradiciones familiares, el culto a los lares, las togas y los peplos. Y difieren, otorgando un vistoso contraste a la arqueología y el resabio de novela histórica, los escenarios y los medios de que los personajes se sirven para culminar sus objetivos. El placer infantil del anacronismo sacude al lector cada vez que el héroe de Montero toma un carro pneumático, que corre por rieles y conecta las ciudades del Imperio entre nubes de humo; cada vez que su rival empuña una balista pneumática, capaz de disparar dardos asesinos gracias al empuje del aire comprimido; cada vez que alguna de las criaturas del relato pasea entre rascacielos de treinta y cuarenta pisos en forma de columna corintia (construidos con un nuevo material calificado de ‘cementum armatum’) o sobrevuela las boinas de polución de la Ampliatio (léase: el Ensanche) de Barcinomagna sobre dirigibles en forma de galera para anclar en su correspondiente arco del triunfo. La Roma de Montero es el Londres de Dickens: una ciudad oscurecida por el hollín de las máquinas, desgarrada por las desigualdades sociales, patria de parias, pedigüeños, bandidos y altos dignatarios, en medio de cuyo arroyo el hombre común y corriente ha de abrirse camino para medrar. O para hacer que liberen a su pobre padre, convicto por un delito que, naturalmente, él no ha cometido.

Marcus Novus, de sobrenombre Balbus, es un joven tartamudo que una buena tarde ve cómo su destino cambia y le obliga a abandonar la polvorienta Caesaraugusta, donde vive con su padre, en pos de Barcinomagna, la mayor metrópoli de Hispania durante la Nueva República. Asisitido tan solo por un pequeño muñeco de bronce que le interpela desde su zurrón, Marcus llevará sobre sí la ingente tarea de demostrar la inocencia de su padre, injustamente acusado del asesinato de un magistrado, y de desvelar las añagazas de una banda de conspiradores conectados con las altas esferas que se proponen demoler un estado de mil años para reconstruirlo desde sus cimientos. Sirviéndose del clásico esquema del viaje del héroe, tal y como lo tipificaron Campbell y Vogler (sin escatimar siquiera las referencias al mesianismo), Montero describe el camino a la madurez de Marcus a través de ritos de iniciación y pruebas de las que ha de salir renacido, le hace conocer lo más miserable y lo más elevado que puede ofrecer la existencia y le pone a cargo de maestros de reconocido prestigio oriental que le hablan en enigmas, según es de rigor en estos casos. El relato avanza agradablemente, manteniendo el interés del lector, y salvo por ciertas escenas de acción y alguna precipitación en las páginas finales, que en realidad sirven de puente a una secuela, sabe estar a la altura de las circunstancias. En fin: un muy recomendable ejercicio de fantasía alternativa cuyas segundas y terceras partes, si las hay, leeremos con interés, y que supera con mucho, tanto en intención como resultados, a otros productos que la publicidad extranjera sabe vocear mejor, porque lo hace más alto.

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