ELENA MARQUÉS | Cuando en el colegio estudiábamos los recursos retóricos, apenas nos dábamos cuenta de su significado real. Para los lectores incipientes que aún éramos, solo servían para embellecer un texto, y a veces nos entorpecían más que facilitarnos su entendimiento. Esas metáforas oscuras, esos anacolutos, esos quiasmos que sonaban como un tronco al romperse. Y los mismos ejemplos repitiéndose de un curso a otro. Así, para la aliteración resonaban dos versos de intención muy distinta. Entre «el ala aleve del leve abanico» de Darío y la «infame turba de nocturnas aves» gongorina, aunque circunvolaban pájaros, la distancia era mucha, pues el sonido que trataban de reproducir, con sus efectos, era dulce y ligero en un caso, pesado y taciturno (con perdón) en el segundo.
Todo eso pensé al recibir el libro de Gabriel Insausti Rumor del río. En el ronroneo acuático entre piedras y juncos que evoca su título. En las múltiples connotaciones que esa corriente, clara, pura y cristalina en Garcilaso, que va a dar a la mar, que es el morir, si es Manrique quien lo observa (y «si es que hay alguna diferencia entre río y tiempo»), nos evoca. Más allá de su inevitable carácter simbólico. Más allá de la pura contemplación, que nos sobrevive y nunca acaba, pues el agua «baña los prados donde sestean unas vacas igual que hace diez siglos. Se diría que a su vera no ha sucedido nunca nada». Así, con esa reflexión sobre lo efímero y lo perdurable, se inicia este conciso tratado dedicado a quienes, a orillas de ese cauce fronterizo entre España y Francia, construyeron una más o menos extensa literatura aforística: «El río Bidasoa es un camino de agua de muy breve trayecto pero no termina nunca, que es por definición lo que tiene un río».
Gabriel Insausti, poeta, profesor, traductor, novelista, ensayista y un largo etcétera, lo recorre a la inversa, desde su desembocadura a sus orígenes, para pintarnos sus hermosos paisajes y parte de su historia (la más reciente y conflictiva) desde un anecdotario interesante, pero también doméstico (esos cines fronterizos que burlaban la censura), así como para contarnos de aquellos que se asentaron en su vega. Algunos, es obvio, buscando el beatus ille o la Arcadia, como el constructor del castillo de Abbadie, viajero incansable que, en un momento dado, comprendió que «era en la escritura donde se viajaba de veras»; o el escultor Jorge Oteiza, que decidió bajar de la cumbre del éxito hasta los humedales de Irún a desarrollar su vena ensayística con textos que decantaban un nacionalismo heterodoxo como alternativa al aranismo. Otros, como Unamuno, en busca del hogar y la literatura, tan extensa en él que difícil es no encontrar, en esa criba que realiza el autor de este libro, pensamientos de carácter aforístico. Muchos, extranjeros, con lo que el diálogo se hace aún más interesante. Todos ellos, en cualquier caso, unidos por su labor con la palabra, sus libros de distinto género, entre los que Insausti trata de espigar la redondez y profundidad de los aforismos, su «finitud aceptada […] para que sugieran todo lo que no se ha dicho».
De manera que, entre paisajes descritos con la sencilla pulcritud del poeta que late en el autor de este libro, queda espacio para teorizar brevemente sobre el género, a caballo entre filosofía y poesía, que comparten modus operandi. Así nos los define Ramón Andrés, musicólogo también, además de poeta y ensayista, retirado a Elizondo, donde el Bidasoa cambia de nombre, quien escribe: «La única manera de acercarse al absoluto es no juzgar». A lo que añade Insausti: «O sea, contemplar y nada más», que es lo que hacemos quienes nos dejamos arrastrar por los líquidos rumores del río.
En esos hitos subiendo el curso del agua no podía faltar una pausa en «Itzea, el solar de los Baroja», ni descabezar el respeto que se le debe al considerado padre del aforismo moderno, don José Bergamín, eterno desterrado, cuya tumba roza también las aguas del olvido, en este caso por ideas políticas, que no por calidad literaria en cualquiera de los géneros que tocaba.
Y poco más que añadir. Solo que, al final del recorrido, lo que nos aguarda es un hermoso epílogo, con poema incluido inspirado por el Sena, del pensador Insausti recorriendo los ríos de su vida (el Agauntza, el Urumea, el Arga) e instando a construir y a trazar puentes: otro eterno símbolo de paso, pero también de renuncia (quien elige una orilla deja de caminar la otra), que lo lleva a recordar y glosar a Machado al concluir, como en un brillante aforismo, «Se hace el puente al andar».
Rumor del río (Cypress Cultura, 2022) | Gabriel Insausti | 98 páginas | 12 euros