El falso techo
Erika Martínez
Pre-Textos, 2013
ISBN: 978-84-15576-71-6
57 páginas
12 €
Juan Carlos Sierra
Se veía venir y ha pasado lo que tenía que pasar -o lo que tendrá que pasar, porque esto seguro que no se va a quedar aquí-. Al final, resulta que Erika Martínez va a ser algo más que una anécdota, más que unos buenos primeros poemas, mucho más que uno de los cientos de premios de poesía que se dieron en 2009. Al final, resulta que Erika Martínez se va a convertir, si las cosas siguen así, en una de esas voces con la suficiente personalidad como para tenerla en cuenta en los próximos años.
Su primer libro de poemas, Color carne (Pre-Textos, 2009) sorprendió positivamente a lectores y crítica, en general, y a este lector y crítico, en particular, por su potente armazón lírica y por un discurso poético coherente que intentaba trascender los condicionantes de género -en la escritura y en la vida- e incluso difuminarlos para siempre. El libro, que obtuvo el I Premio de Poesía Joven RNE, no se quedaba en esto, como es natural, pues proponía otros perfiles tan interesantes como los antes mencionados y, de paso, metía el miedo en el cuerpo a este lector que ahora escribe ante la posibilidad de un segundo libro que no estuviera a la altura de las expectativas creadas por el primero.
Se veía venir. Ese segundo poemario ya está aquí. Se llama El falso techo. Y a quien esto escribe le han desaparecido los temores.
En diálogo con su primer poemario, El falso techo indaga desde un principio en el yo poético, pero alejándolo de la dialéctica de género que predominaba en Color Carne. En su lugar, se impone una dimensión anunciada, cómo no, en Color carne, pero amplificada aquí: la dimensión histórica de esa introspección. Bajo la premisa anunciada en el primer poema del libro titulado «La casa encima» de que el ser se construye a través del tiempo, incluso del que ni siquiera ha vivido, se va desarrollando una conversación entre pasado y presente, familia e individuo, país y ciudadano, que depara poemas redondos como «Protección oficial», «El hombre del falso techo», «España» o «Grifo que gotea». Tras ese diálogo, tras el conocimiento del yo con sus circunstancias más familiares, surge la paradoja: la disolución de este o la aspiración a la desaparición -«Cajón lleno, cajón vacío» y «Habitación con vistas»-.
Hasta aquí el «Primer techo», el primer «falso» techo, la primera intemperie de las que trata el libro de Erika Martínez. Aprovechando una de las acepciones que el diccionario ofrece de la palabra «techo» -algo así como “máxima altura que alcanza un avión en unas condiciones de vuelo determinadas”- salimos con Erika Martínez del techo del hogar, de la casa, para visitar en la segunda parte del libro, en el «Segundo techo’, la arquitectura gélida de las grandes cristaleras del aeropuerto, con su paisanaje, sus máquinas expendedoras, sus escaleras mecánicas,… y cogemos un avión. La aviación se erige como símbolo, como metáfora extendida, como alegoría de lo que hay fuera de las paredes protectoras pero ya derruidas o en ruinas de la historia y la arquitectura familiar.
Y aquí está la sociedad, con sus desequilibrios globales, sus implicaciones colectivas, su cuestión de Estado,… y el individuo en su inmensa soledad social. El tono de esta sección siempre apunta a la denuncia, al dedo en la llaga colectiva o particular: desde la hipocresía y el cinismo occidentales de «Carga y descarga» o «Turismo», pasando por la radical defensa de la democracia real en «Urna» o la estulticia del individuo en «Escalera mecánica» o «Tránsito» que se dirige, otra vez, hacia la disolución o la muerte en la sospecha o el temor de que cada puerta de embarque puede ser la última, como la vida misma. En esta segunda sección del libro encontramos, además, el poema titulado «Sutura», una de las composiciones más bellas escritas por Erika Martínez, al menos de lo que de momento sabemos de ella.
Llegamos así al «Tercer techo», a la tercera parte del libro, más miscelánea, más diversa, pero donde se vuelve al yo, que aquí reivindica las dificultades de su oficio de poeta -«Decir» o «Noche blanca» e, incluso, «Veo-Veo»-, y que se relaciona o dialoga conflictiva e íntimamente con otros yoes. En este sentido, el amor y su primo hermano, el sexo, se convierten en protagonistas. No obstante, tampoco es este un consuelo ante la intemperie, porque sufre de imperfecciones y roturas por las que se cuela el frío. Otro falso techo que tiende a caerse.
El desarrollo de todo este entramado de conversaciones entre el yo y lo que lo rodea se lleva a cabo sin concesiones, sin medias tintas, buscando la palabra y la imagen exactas, pese a sus dificultades -otra vez nos acercamos al poema «Decir»-. Se trata de poemas en general breves, esenciales, bien podados, no exentos en muchas ocasiones de humor y donde la ironía y a veces la dilogía juegan el papel de amplificadores necesarios del significado. Por otra parte, se detecta en El falso techo algo que se intuía en Color carne: el abandono de la narratividad o su adelgazamiento en favor de composiciones elaboradas a partir de imágenes y conceptos que tejen una red en el poema que no deja hilos sueltos, que atrapa el significado del poema dejándolo bien cerrado, redondo.
Se veía venir y se ha confirmado. Erika Martínez no se ha conformado con refugiarse en el falso techo de repetir la fórmula que le había deparado buenos resultados con Color carne. Ha recorrido el camino que se marcó, que dejó abierto en su primer poemario, y lo ha hecho con buena nota.
Así da gusto abrir un libro de poesía y refugiarse bajo sólido techo de sus versos.
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