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Ser feliz es morirte de frío

El arte de ser felizRAFA CASTAÑO | En el pasado Congreso Nacional de Libreros, celebrado en Sevilla, el periodista Carlos Mármol señaló de forma irónica que habría sido más conveniente esperar a abrir otros equipamientos más básicos en el Polígono Sur antes de levantar el mastodonte de la Factoría Cultural, un enorme auditorio situado junto a la barriada Martínez Montañés, de las más degradadas de la ciudad.

Según la última edición del informe “La lectura en España”, encargado por la Federación de Gremios de Editores de España, en 2017 un 39% de los españoles no leyó ningún libro. No lo leyó porque no quiso; hago esta matización porque también hubo un alto porcentaje de españoles que no pudo ver un partido en el palco VIP del Bernabéu, y sospecho que unos cuantos habrían dado un riñón por hacerlo. Es de entender que, al igual que el urbanismo, la edición de textos filosóficos debería aplicar los mismos principios. Paso a paso, de lo sencillo a lo abstruso.

Porque si no se lee, tampoco se lee filosofía, y las leyes de la física son inmutables, y si la tercera ley de Newton establece el principio de acción y reacción, algo habrá debido corresponder, con su arraigo, al progresivo desarraigo de las humanidades en las mentes y los corazones de nuestro país y en las instituciones que lo representan. Si la filosofía, como defienden quienes la conocen y practican, es vital para el ser humano, algo vital, algo inevitable y ubicuo como el aire o el miedo, deberá haberla sustituido.

Ese algo es la autoayuda. Los libros de Albert Espinosa y de Rafael Santandreu. Los coaches y los memes que nos pasan nuestros allegados por WhatsApp. Las tazas y calendarios de Mr. Wonderful. El sé tú, el tú puedes, el tú tienes la sartén por el mango que exime de responsabilidad, como denuncia Daniel Ruiz en su novela La gran ola, a los que se ocultan tras ese insistente pronombre: el libérrimo mercado, los inmaculados bancos, las desatadas constructoras.

Por todo esto comprendo que se trate de disfrazar, aun teniendo la mejor de las intenciones, la filosofía como autoayuda. Es lo que uno piensa si ve la portada del libro que esta reseña reseña: El arte de ser feliz, de Arthur Schopenhauer. Quien no tenga por costumbre leer, probablemente piense que este señor, de tan escurridizo apellido, sea un exitoso hombre de negocios que haya sabido auparse por encima de la degradación y de la pobreza a pulso, tirando de su propia coleta como hizo el barón de Münchhausen (otro coach, supongo). Y es lícito, por otro lado, que quien lea y lea bien piense que se esté intentado hacer pasar al filósofo por conferenciante.

Lo sorprendente es que este, lejos de ambos prejuicios, es un gran libro. Porque cumple un cometido doble: el de enseñarnos, si entendemos y aplicamos sus consejos, a ser más felices, y el de descubrirnos –se descubre lo futuro, pero también lo que ya se había descubierto e ignorado u olvidado– a un pensador que, al menos en estas reglas de comportamiento, encarna la máxima orteguiana: “La claridad es la cortesía del filósofo”. Existe una proporción inversa entre la inteligibilidad de estos textos y la capacidad para pronunciar las palabras “Schopenhauer” o “inteligibilidad” con una Cruzcampo en la mano.

Este es un tratado de Eudemonología (el término es de Schopenhauer) compuesto por 50 reglas. El compendio produce dos efectos, que son las caras de una misma moneda: la repetición, a veces un tanto molesta, del mismo pensamiento pocas páginas después del primero, y su consolidación en la mente del lector, que es también un aprendiz. Salvo la regla nº 39 –en la que Schopenhauer despliega una disquisición lógica sobre las diferencias entre lo verdadero, lo necesario y lo posible–, cada epígrafe apuntala, a veces con una sola cita de pensadores clásicos, esta escuela de vida. De una vida, debemos decirlo ya, que poco se parece a la vida feliz que preconizan los productos de belleza y los juegos de azar, pero que es por ello más vital, más verdadera, más sólida.

Lo que nos dice Schopenhauer es sencillo. El mundo está regido por una voluntad ciega. El ser humano se debate entre el dolor y el aburrimiento. La satisfacción de un deseo genera un nuevo deseo, en una carrera sin final. “Además –señala–, por regla general, reina la maldad y la estupidez lleva la voz cantante. El destino es cruel y los hombres miserables”. Sospecha uno que la más perfecta cristalización del pesimismo schopenhaueriano son los telediarios.

Algo deberá de tener, no obstante, para que Michel Houellebecq –que no es la alegría de la huerta, todo hay que decirlo– escriba en su opúsculo En presencia de Schopenhauer (Nuevos Cuadernos Anagrama, 2018) que “no hay ningún filósofo cuya lectura sea tan inmediatamente agradable y reconfortante”. Y lo cierto es que lo tiene. Su pesimismo se basa en un cambio de perspectiva: para evitar el dolor que supone un deseo insatisfecho, no debemos cumplir el deseo sino erradicarlo. Schopenhauer entiende que a las grandes dichas corresponden grandes desdichas, y que mantenerse alejado de estas últimas requiere alejarse también de las primeras. Esta decisión no es un capricho, sino la inevitable consecuencia de haber nacido: “El eterno devenir, el flujo sin fin, son las manifestaciones de la naturaleza de la voluntad” (El mundo como voluntad y representación, Libro segundo, Epígrafe 29). No se pueden cambiar las cosas, de la misma forma que una piedra que lanzamos al aire acabará cayendo.

Y así, Schopenhauer escribe: “En un mundo semejante, quien tiene mucho en su interior brilla como una habitación navideña cálida, clara y alegre en medio de la nieve y del hielo de una noche de diciembre. En consecuencia, poseer una individualidad notable, rica, y sobre todo tener un espíritu superior es sin duda el destino más feliz sobre la tierra, por mucho que difiera del más brillante”.

Nórdica acompaña estas palabras con las ilustraciones de Elena Ferrándiz, suaves y sosegantes pinturas de hombres que navegan sobre cerebros, lianas que cuelgan entre espinas y leves hilos de palabras que flotan en el aire. Todo contribuye a que esta Eudemonología, tan agria a simple vista, nos consuele y nos convenza, como ya lo hizo cuando Herder la editó en 2013.

Les dejo, que voy a echar la primitiva.

El arte de ser feliz (Nórdica Libros, 2018), de Arthur Schopenhauer | 120 páginas | 19,50 euros

admin

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