El caso del perro de los Baskerville
Pierre Bayard
Anagrama, 2011. Colección «Argumentos»
ISBN: 978-84-339-6321-5
208 páginas
17,50 €
Traducción de Javier Albiñana
Manolo Haro
“Don, don, / ding ding don / don, don, / [toma Lacasitos]”. Me permito citar esta «revisitación» del achocolatado Agustín Fernández Mallo al “Poema de los dones” en su último El hacedor (de Borges). Remake para comenzar esta reseña, con el arriesgado paso de colocar entre 1.215 palabras un concepto tan traído, llevado y paseado como es el de la Posmodernidad. Me interesa resaltar su faceta decanonizadora desde el punto de vista del sociólogo italiano Giandomenico Amendola (La ciudad Postmoderna, Celeste, 2000): “decanonización (deslegitimación masiva de los códigos y las convenciones, de los metalenguajes, la desmitificación y el “parricidio”[…]). Imagino a Borges recibiendo un paquete en Ginebra. María Kodama lo ha abierto y le ha comentado el título al escritor. Ante la petición de que le lea ahora algún pasaje, Kodama, sabiendo la predilección del autor por su “Poema de los dones”, se apresura a hallar la página y recita…
En la churrería de la posmodernidad, donde los más audaces mojan la masa frita en el espeso chocolate de las campañas publicitarias, la amasadora no deja de dar subgéneros. Ya la editorial 451 en 2007 había puesto a «rehacer« el Poema de Mio Cid, el Lazarillo o las Leyendas de Bécquer, entre otras obras, a autores como Antonio Orejudo, Juan Manuel de Prada, Fernando Iwasaki y Lorenzo Silva. El público juvenil celebró el hallazgo con desigual entusiasmo. Siempre pienso en cómo leen las obras de Fernández Mallo los mayores de 50 años. El juvenilismo ha llegado a traspasar tantas estancias de nuestra vida que no alcanzamos a separar con márgenes bien definidos lo que pertenece a unos y a otros, cayendo en la tozuda impertinencia de lo juvenil como valor en sí mismo.
Pero vayamos a lo que aporta a este paisaje el nuevo libro de Pierre Bayard. El subgénero que da Bayard al mundo tiene mucho que ver con el hibridismo que actualmente el texto literario ambiciona. Poco o nada queda por enlazar ya a textos narrativos, afanados como están sus autores, consciente o inconscientemente, en mostrar la a veces tirante relación entre sus creaciones y otras manifestaciones culturales. Se podría decir que El caso del perro de los Baskerville propone un ejercicio afín a lo que la serie televisiva Cold Case (Caso abierto para los que saludamos al sol en la Península) ofrece a sus seguidores: la apertura del expediente de un delito cuyo delincuente no ha sido encontrado aún. Bayard se introduce en la obra de Conan Doyle con la similar intención de mostrar los errores cometidos por Holmes-Doyle en sus pesquisas en torno a los asesinatos en el páramo de Dartmooor. Para ello repasa el «método Holmes
« (observación-deducción-razonamiento hacia atrás) y se pregunta si es realmente fiable (pues los indicios siempre son una selección de otros posibles), si a Holmes se le escapa alguna información entre la ley científica que maneja y la regularidad estadística y, por último, si esas pesquisas vienen condicionadas por el factor psicológico del propio detective. Por lo tanto, el «método Holmes
« toma sólo una de la multitud de soluciones alternativas.
Los lectores coetáneos de Conan Doyle nunca se hubieran planteado estas disquisiciones en torno a un caso guiado por la mente de Holmes. Bayard sí; entre otras cosas, porque el francés está no sólo poniendo en solfa la inquebrantable capacidad investigadora del personaje, sino que introduce sesgadamente en el análisis literario (aunque no los cite) conceptos propios de la física cuántica (la multitud de mundos posibles y la teoría de supercuerdas) tan socorrida y sugeridora en las últimas poéticas de la creación. Reabrir, rehacer, repasar, recontar, reescribir… Movidos por el agotamiento y los vaivenes de lo posmoderno, la época del prefijo «
re-«
regala estos ejercicios de estilo y promueve el surgimiento de nuevas leyes para enfrentar antiguos hechos. Pierre Bayard aporta su personal «crítica policial
«, consistente en el cuestionamiento de la culpabilidad de los personajes literarios: ¿mató Edipo a Layo en Edipo rey?, ¿por qué la imaginación de Agatha Christie dejó caer la culpabilidad sobre Sheppard en El asesino de Roger Ackroyd?, ¿murió, a pesar de Shakespeare, Claudio a manos de Hamlet?
Afirma el ensayista: “el mundo creado por el texto literario es un texto incompleto”, así que el lector es el que determina la obra y la cierra, penetrando en los “mundos intermedios” y enfoscando el “universo agujereado” de la literatura. Esto ya lo había dicho Cortázar, alejado como estaba de los tiempos de la corrección política, cuando refería la existencia de un «lector macho« (el que se implica y participa activamente del hecho literario) y de un «lector hembra« (el pasivo). Bayard va más allá cuando presenta su particular “crítica policial”, con la que intenta “restablecer la verdad y lavar la memoria de los inocentes”. De esta manera reajustará la ficción y pondrá en tela de juicio la dependencia de los seres de papel de su creador o de su propia historia. He de aclarar que hasta este momento el libro no ha sido otra cosa que el conjunto de resúmenes de la novela de Conan Doyle (muy de agradecer posiblemente por los desconocedores de ésta) y alguna que otra perogrullada. El autor gana cualitativamente al partir de las ideas que toma prestada de la obra de Thomas Pavel Univers de la fiction (Seuil, 1988), en la que se expone la idea de que en la toma de posturas ante los dos mundos existen los segregacionistas y los integracionistas, a los que se suma el propio Pavel y el mismo Bayard. Aceptar la aceptación de la permeabilidad entre esos dos planos dará lugar a acordar que es posible el cruce entre los inmigrantes y emigrantes del texto (la muerte de Holmes provocó un auténtico cataclismo a este lado del Paraíso).
Es ese mundo intermedio en el que se cruzan lectores y personajes (algunos con total conciencia de su existencia literaria como Don Quijote) se crean caminos inversos que traspasan seres ficticios y reales. Cómo si no se iba dar el caso de que Doyle quisiera matar (porque lo odiaba) a Holmes. Lo odiaba porque ponía en peligro su propia identidad y no le dejaba consagrarse a sus otras novelas, que consideraba más importantes que la saga del detective. Si el autor odiaba a su criatura, ¿no proporciona ese sentimiento un forma de existencia real?
Lo que sigue es una original resolución del crimen de El sabueso de los Baskerville que exculpa a los que durante más de un siglo han cargado con los muertos. Seguramente se le pueda reprochar a Bayard el abuso de las apoyaturas psicoanalíticas para analizar los despistes del escocés, aunque se le reconoce la interesante elaboración de una nueva intriga. La crítica literaria no deja de ser, al fin y al cabo, una forma estilizada de la investigación policial. Estamos pues ante una insólita relectura del clásico de Conan Doyle y una aportación sobresaliente a las gramáticas de la lectura y de la recepción. Quedamos a la espera de una nueva apuesta genérica en este muelle inhóspito y desangelado de los reseñistas, entregados a los vientos caprichosos de las novedades, con el churro en la mano para mojarlo, aunque sólo sea en un bote de Nocilla.
Un francés retocando/modificando a uno de los grandes iconos literarios británicos… ¿No os suena este ejercicio de «deconstrucción» a la típica inquina entre Francia y Reino Unido?
Por otro lado, reconozco que desde que me enteré del título de la última obra de Fernández Mallo, no paro de recordar ese temazo de los Roxy Music con el que se abría su primer disco: Re-Make/Re-Model!
Excelente reseña. Tengo ganas de echarle un ojo. Si encuentro tiempo, reseñaré pronto El hacedor (remake);)
¡Qué grande que eres, Manolo!
Gran Matute, quién me diera a mí enflequillarme cual Bryan en ese maravilloso primer disco de los Roxy Music. Gran tema.
Mr. Martínez, tampoco te pierdes mucho si no le echas el ojo al librito. Espero con mucho interés tus elucubraciones en torno al Rehacedor Fdez. Mallo.
Mr. Sierra, exagera, amigo.
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Buen Manolo:
Una vez más me quito el sombrero ante tu brillante -y divertida- prosa y tu finísima intuición literaria, pero me vas a permitir que disienta de tus consideraciones de base.
No hablaré sobre el libro de Bayard, ya que lo desconozco, pero sí de la obra literaria posmoderna, el posmodernismo (como movimiento) y la «condición posmoderna». Estoy seguro de que sabes que, en el primer párrafo de tu reseña, tú mismo exhibes varias de las características de la obra posmoderna que tanto execras.
Sin entrar a valorar este libro -repito- sí quisiera romper una lanza en favor de las obras literarias posmodernas, que tanto nos han divertido y hecho pensar. De acuerdo, «posmodernismo» se ha convertido en una especie de término de moda al que acogerse/ denostar, pero sí que ha habido autores que nos han legado genuinas obras de mérito trabajando dentro de esos parámetros (y que se han valido de obras anteriores, no plagiándolas sino repensándolas).
Pongo por ejemplos Rosencrantz y Guildenstern han muerto de Tom Stoppard (sobre Hamlet), Ancho mar de los sargazos de Jean Rhys (sobre Jane Eyre) o Foe de J.M. Coetzee (sobre Robinson Crusoe), por citar solo tres libros reconocidos como obras maestras y ampliamente estudiados en la Academia.
Está claro que hay que desenmascarar las tomaduras de pelo y a todos esos que se suben al carro de lo posmoderno como bula para hacer el gamberro y dárselas de artista, pero… que no paguen justos por pecadores, por favor. No quiero que el término «posmoderno» se convierta en una especie de chiste o invitación al pim-pam-púm.
Perdón por extenderme, aunque… Manolo, ¿me ha dado la impresión de que lo que te hubiera gustado reseñar era el libro de Fernández-Mallo? 😉
Buen Moraga, a los posmodernismos de calidad que tú citas (sólo conozco la obra de Coetzee), sumaría, por encima de todo, La verdadera vida de Sebastian Knight de monsier Nabokov. Esta obrita (apenas 6 dolares en Compactos Anagrama) tiene fecha de 1941. Poca gente, amante de la metaficción y de los juegos de estratos dentro de la narrativa, ha leído y destacado este dato. Creo que mi avanzada edad me da para diferenciar los caramelos abandonados tras el paso de la cabalgata de las heces de los perros del barrio. Para mí hay buena y mala literatura. Reconozco que me gustan más los autores que barajan las cartas originalmente y que a su vez me cuentan una historia sentados al lado del tapete. No me gustan los truquitos por el mero hecho de reflexionar sobre qué es la literatura.
Exacto, el juego cutre salchichero de colocar a la Kodama con el paquete de correo puede ser considerado como posmoderno. Bien pillado, buen Moraga. Tengo un cajón lleno de estas cosas que uso para encender el fuego y calentarme el chocolate.
Sobre si me hubiera gustado reseñar a Fdez. Mallo, te digo que, puestos a enredar con el tiempo que se escapa, prefiero meterle el diente a los nuevos Amis y McEwan, que me gustan más y no tienen gafas de pasta (entiéndase por lo de «gafas de pasta» tipos que no me la cuelen).
Salud, buen Moraga. No sea tozudo y lea a Nabokov. El mundo será mejor.
Un saludo