JUAN CARLOS SIERRA | Hace muchos años (y creo que esto ya lo he escrito antes en algún lado –creo, por tanto, que debería intentar repetirme menos-), le escuché decir a Luis Muñoz en unas jornadas otoñales de poesía que organizaba la UNED de Melilla que hay fundamentalmente dos maneras de escribir un poemario; a saber: por acumulación o por avenida, si se me permite un símil hidráulico que tan a propósito puede venir al hablar del libro que nos ocupará en esta reseña, Alguien lleva una piedra escondida en la ropa, de José Carlos Rosales (Granada, 1952). Me explico. Existen, por un lado, los libros que se van haciendo por acopio o por lluvia diseminada de poemas sueltos escritos a lo largo de un tiempo más o menos dilatado, y que luego van encontrando una coherencia (o eso nos quiere hacer pensar el poeta) en un libro de poemas unitario (o eso sigue intentando el poeta que asumamos los lectores); en el otro extremo, estarían los que surgen por avenida, es decir, por una suerte de crecida en la imaginación, en el intelecto, en el alma (o donde quiera que comience la creación en un poeta), desborda los intereses e inquietudes del creador, los focaliza en un punto y, una vez que baja un poco el nivel de las aguas creativas -o no necesariamente-, este se pone a escribir en torno a dicha pulsión, de donde surgirá con el tiempo un libro de poemas cuya coherencia (o eso nos quiere hacer pensar el poeta) se encuentra precisamente en esa avenida primera. En cualquier caso, sea por acopio o por aluvión, el tiempo y los poemas dirán en qué queda todo lo pergeñado.
A la última estirpe de las descritas responden los poemarios más recientes de José Carlos Rosales, Si quisieras podrías levantarte y volar (a la sazón, Premio Estado Crítico de Poesía 2017) y el mencionado más arriba Alguien lleva una piedra escondida en la ropa, ambos publicados por Bartleby. En estos dos libros, fieles a su naturaleza de aluvión, existe todo un universo narrativo y lírico bien trabajado, bien medido, coherente, íntegro e integral, orgánico,… que intentaremos analizar en los siguientes párrafos, pero solo a propósito del segundo poemario, ya que el primero tuvimos oportunidad de tratarlo en estas páginas hace ya siete años –https://www.criticoestado.es/verdadera-tristeza/-. Vaya por delante, no obstante, una advertencia antes de avanzar más en Alguien lleva una piedra escondida en la ropa: su universo lírico es tan rico que, para no quitarle su sitio al lector, nos limitaremos a señalar solo aquello que nos parece más destacado.
En primer lugar, quizá lo que inmediatamente salta a la vista lectora, ya desde el primer poema ‘Pies de vidrio’, es su estructura narrativa. Y es que José Carlos Rosales, como si estuviera construyendo una novela en verso, va narrando historias cruzadas de personajes sin nombre: los que esperan entre la desesperación y la resignación en la parada del autobús, los miembros arquetípicos de una familia también arquetípica -Padre, Madre, Hermano Mayor,…- y las historias de un personaje inesperado, sorprendente, poliédrico: esa piedra que alguien lleva escondida en la ropa. Todos estos elementos se conjugan con un ambiente opresivo, húmedo, pegajoso, gris, destructor, que es la lluvia que todo lo empapa y lo condiciona –’Dictadura húmeda’- en la mayor parte de los poemas del libro.
De esta manera llegamos a un hecho arquitectónico central en Alguien lleva una piedra escondida en la ropa, su simbolismo, el despliegue hermenéutico que ofrece cada uno de los elementos antes mencionados, que como era de esperar en José Carlos Rosales va mucho más allá de lo convencional, de lo previsible. En su interpretación, tanto el autor como el lector se la juegan, aunque quizá sería más exacto hablar en este sentido de la responsabilidad del segundo respecto a lo leído, a su apropiación una vez que los versos han abandonado la cocina del poeta y se ponen a su disposición. Es por esto por lo que no nos detendremos excesivamente en proporcionar las claves acerca del poder simbólico de la lluvia, de la familia, del autobús,… Lo único que sí mencionaremos, aunque sea solo como apunte, es el carácter esencialmente inestable, variado, contradictorio del símbolo de la piedra, elemento central del poemario de José Carlos Rosales ya desde el título, como sucede paradigmáticamente en los poemas vecinos ‘Día duradero’ (página 20), donde el personaje poético se identifica con la piedra, y ‘Mirando piedras’ (página 21), texto en el que éste se sitúa fuera, como testigo de la simbología pétrea.
Esta amplitud en la interpretación de los poemas, de sus símbolos, apunta hacia una negación del papel del poeta profeta, del poeta que no solo sabe hacer las preguntas adecuadas, sino que además tiene las respuestas, quizá susurradas por el hálito divino de los dioses. La voz poética en Alguien lleva una piedra escondida en la ropa no aspira a decir su verdad, sino a que cada lector a través de los elementos simbólicos empleados busque por sí mismo su sentido y sus propias respuestas.
El paisaje donde introduce al lector la lectura de los poemas de Alguien lleva una piedra escondida en la ropa lo interroga constantemente, lo interpela señalándolo con el dedo. Ese entorno cargado de una humedad insoportable, opresiva, desquiciante, se convierte en el ambiente perfecto para que salten las preguntas directamente desde los versos hacia la sensibilidad del lector. Y la pregunta más urgente e inmediata es hacia dónde caminamos los lectores de Alguien lleva una piedra escondida en la ropa en particular y el resto de la humanidad en general. La lluvia, la tormenta, la inundación, el limo, los papeles mojados y los muebles a la deriva han dejado a los protagonistas anónimos del libro -y por extensión a cada uno de nosotros- a la intemperie, desubicados, desamparados. La piedra a veces es una respuesta a esa desorientación, una suerte de clavo ardiendo; otras veces un peso más para hundirse, un peso muerto; o una entelequia o simplemente no es nada,… Ya sabemos de su naturaleza caleidoscópica.
Creo que precisamente en este planteamiento poético es donde hay que buscar la mirada más política y comprometida de José Carlos Rosales en este último poemario suyo. Más allá de lo panfletario, de lo evidente o de los discursos facilones, el poeta indaga simbólicamente en la complejidad de la condición humana y especialmente en la consecuencia última de la explotación a la que está sometida. Articula así el autor granadino un poemario en torno a una deshumanización insoportable, incluso en el marco de la institución supuestamente más humana como es la familia –recordemos otra vez su despersonalización en personajes arquetípicos sin atributos ni nombre-.
Sin embargo, lo sombrío de los días de lluvia, la humedad, la riada y el fango de la inundación, lo absurdo del elefante que camina por las calles embarradas –‘Todo se moja’-, la inutilidad del papel mojado -oficial o íntimo-…, a partir del poema ‘El frío’ parece que puede empezar a variar, porque hay esperanza en el fuego alrededor del cual se juntan los mismos seres desubicados de siempre pero que empiezan a pensar en “restaurar el destrozo de ese espacio torcido”, a construir una realidad nueva a partir de las ruinas dejadas por la lluvia, abandonando en una hilera la rémora de unas piedras cosechadas con el tiempo. En los últimos versos se intensifica este giro de guion y el mal bíblico de la lluvia parece transmutarse en algo de luz, de optimismo y esperanza, porque parece que el peso de la piedra se aligera en el abandono –‘Última caricia’-, “El tiempo redondea lo que fue puntiagudo…” –‘Las aristas del mundo’- y entonces, en el juego de contradicciones del último poema titulado ‘Pequeña piedra’, la voz poética se inclina por la ligereza, por la presencia silenciosa, por la insignificancia, por suspender el discurso, algo así como un lírico ‘no hay más preguntas, señoría’: “Volver sin haber sido, llegar sin que se note:/ otra cosa no veo, no añadiré más nada” –por cierto, ¿cómo interpretamos ‘nada’, como pronombre o como sustantivo?-.
Como la voz poética de Alguien lleva una piedra escondida en la ropa, tampoco añadiremos más. Aquí lo dejamos para que el lector que tenga intención de acercarse al poemario ocupe su espacio en este universo lírico-narrativo, estruje el arsenal metafórico, se deje interpelar, se haga sus propias preguntas y -¿quién sabe?- encuentre sus respuestas.
Alguien lleva una piedra escondida en la ropa (Bartleby Editores, 2023) | José Carlos Rosales | 77 páginas | 14 euros