ILYA U. TOPPER | La portada engaña. Y no lo digo porque en la mancheta del libro se apunta que se basa en una imagen de Elena Fraj, cuando esta artista apenas añadió un par de bocadillos a Il quarto stato -obra maestra de Giuseppe Pellizza da Volpedo (1901)- tal vez ni siquiera reinterpretándola, porque si observamos la mirada amarga que la mujer, con el crío en brazos, dirige al líder de la marcha obrera, probablemente está diciendo precisamente eso: «Llevarlo tú un rato… no lo ves ¿no?»
Engaña porque con esta imagen, ya explicitada, damos por hecho que aquí se reflexionará sobre el papel de la mujer, como madre cuidadora, o como cuidadora y como madre, en los movimientos sociales revolucionarios. Con lo que este papel conlleva como marginación de su rol como activista, relegada a seguir asumiendo las tareas llamadas de hogar o, también, «las de su sexo», mientras los demás hacen la revolución.
No es un planteamiento nuevo: ya en los años veinte, Buenaventura Durruti le echó la bronca a un compañero que quiso hacer la coña de «Estás haciendo tareas de mujer» cuando lo pilló en la cocina fregando. «También le cambio los pañales a la nena. Si crees que un anarquista tiene que estar debatiendo en los bares mientras su mujer trabaja en la fábrica, no has entendido nada», dijo Durruti.
No sabemos si en un siglo hemos aprendido algo, no sabemos -pero queremos saber- si en los movimientos sociales de hoy por fin se ha asumido esta igualdad que marcó como modelo de vida el anarquista. Con esta esperanza abrimos el libro. Y una vez superado el primer capítulo en el que la autora intenta englobar este aspecto, pero también muchos otros, en la palabra «cuidados», nos encontramos con apuntes a vuelapluma sobre los nuevos movimientos sociales-políticos que a grandes rasgos podemos abarcar con la palabra 15M, aunque algunos vienen de muchos antes: casas okupadas como La Prospe, intentos de comunas como Calafou, el centro social de Garaldea. Pero también están las asambleas de la Puerta del Sol, los movimientos de médicos –Yo Sí Sanidad Universal– a favor de la atención de los inmigrantes indocumentados, y por supuesto la PAH, las acciones contra los desahucios.
Son apuntes muy del natural: trazan biografías, motivos, el lado emocional de quienes intentan superar ya sea ese desmantelamiento del contrato social fundado en los ochenta, ya sea el capitalismo en su conjunto. Convencen por su autenticidad, por la ausencia de un molde ideológico preconstituido al que adaptarlos, por su observación sincera, crítica con la propia observadora. Nos llegan como un trabajo muy necesario sobre esta dinámica social que en España -mucho más que en otros países- ha sabido recomponer el ideal de una democracia, cada día más enterrada bajo la tutela de los bancos. Porque España ha marcado pautas esos años -primero fue el 15M, luego Occupy Wall Street– y pocos se han puesto a estudiar exactamente qué pasó y cómo pasó.
El cómo se describe: alguien tiene que acoger a los recién llegados, moderar las asambleas, ocuparse de que haya espacio, comida, atención para todos, los mil detalles de la labor callada que hace posible que un movimiento funcione. Pero al tomar nota de todo esto, durante las visitas y estancias (de varios días) de la autora, no se nos perfila aún ningún sesgo de mujeres frente a hombres. Quizás no era esta la intención, pensé. Quizás se trate de entender los motivos y dinámicas de este tipo de microcosmos social y emocional, el proceso que convierte un conglomerado humano en una comuna. Pero entonces la pluma vuela demasiado: no explica ni las bases económicas de los proyectos «poscapitalistas» ni se adentra en cómo se forjan los vínculos entre sus participantes, cuáles pueden ser sus roces, cuál la forma en la que se cuidan mutuamente, íntimamente, más allá del reparto de tareas, en una convivencia que se pretende larga. La palabra sexo aparece una sola vez, como apunte teórico.
Y pronto pasamos de estos experimentos sociales a una residencia de ancianos concertada y a las empleadas de hogar inmigrantes, muchas sin papeles, uno de los colectivos más explotados del país (y que lleva organizándose desde los ochenta). Aunque o precisamente porque se sitúan fuera de la dinámica de los movimientoS revolucionarios redondean la visión que Carolina León resume bajo el término de «cuidados». Se abre el abanico conforme nos vamos alejando de la portada.
Pero regresamos luego a la reflexión de que en estos colectivos de autoorganización «es extremamente fácil que se reproduzcan las dinámicas sociales y terminen siendo las mujeres las que asumen un peso mayor en la provisión de afecto o en las interrelaciones». Esta frase, ya cerca del epílogo del libro (página 168) resume lo que nos sugería la portada. Esa es la tesis que esperábamos se tratase aquí. Pero hojeamos atrás, y en los ejemplos narrados no hay rastro. Hay mujeres que acogen a los nuevos en Calafou, sí, pero es un hombre en Garaldea. Hay mujeres empleadas domésticas, es un hombre el que eligió dejar un trabajo bien pagado para cuidar a ancianas.
Carolina León ha observado con curiosidad de niña, sin ese afán de demostrar una tesis que caracteriza a quienes vienen con la idea y la ideología hecha. Por eso, sus apuntes son más valiosos, más verídicos -incluidos, y sobre todo, los propios, la observación crítica de las propias reacciones frente al hogar, a la madre…- pero no llegan a cimentar (ni tampoco contradecir) lo que podría ser la tesis de libro. Aparece Silvia Federici y su propuesta de pagar a las mujeres por las tareas de su propio hogar, pero no hay una toma de posición respecto a si esto, más allá de dirigir el foco a esas tareas, es realmente una propuesta feminista o perpetuaría la exclusión de la mujer de la sociedad pública. Y sí, a diez páginas del final, en el diálogo «El anarquista y la feminista», aparece el nombre de Durruti en un brevísimo apunte de la escena que uno tiene en mente desde que vio la portada. Pero como broche de la conversación, no como partida.
Cerramos el libro con la sensación de que aquí hay muchas más preguntas que respuestas. Sí, dice la autora, las mujeres siguen gastando más tiempo en las tareas del hogar pero ¿y si ocurre también entre quienes viven solas, solos? ¿No habría que reflexionar sobre la psicología, aparte de analizar las condiciones sociales? Y tal vez preguntar esto sea lo máximo que se pueda hacer en estos momentos. Constatar que las estadísticas no permiten leer la realidad, que nos faltan datos, en lugar de interpretar conforme a los moldes preestablecidos los datos que hay.
Al menos en eso, el trabajo de Carolina León cumple con una exigencia fundamental del ideario feminista y rebelde: no meter el propio cuerpo y la propia mente en un corsé que te dan otros.
Trincheras permanentes (Pepitas de Calabaza, 2017), de Carolina León | 190 pág. | 16,50 €
Enhorabuena a los dos.