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Sólo es verdad aquello que en la memoria existe

La novela de la memoria

José Manuel Caballero Bonald

Seix Barral, 2010.

ISBN: 978-84-322-1277-2

928 págs.

24 euros

Rafael Roblas Caride

Hay un momento en la existencia del hombre en el que se hace necesario buscar en los bolsillos, comprobar que las alforjas ya están medio vacías, encogerse de hombros con la dignidad del que ya nada tiene que perder más que su propia vida y hacer balance del camino recorrido. Si a esa necesidad vital se le suma cierta dosis de vanidad –que en el caso de los escritores suele ser casi letal- y, por otro lado, una pizca de fantasía y otra de exageración autohagiográfica, tendremos como resultado uno de los subgéneros más frecuentados por esa naturaleza cotilla que también el crítico especializado posee: la memoria literaria. De este modo, si hace pocos meses llegaba a esta mesa de disección el Corazón andariego de la Piñón, ahora le toca el turno al jerezano José Manuel Caballero Bonald, autor de esta “novela de la memoria tan voluminosa y extensa. Debe de ser que nuestro perfil crítico se escora últimamente hacia el color rosa…

La novela de la memoria es una nueva edición revisada y ¿definitiva? de las memorias completas de Caballero Bonald, que fueron publicadas inicialmente en dos entregas y que recibieron en su día los nombres de Tiempo de guerras perdidas y de La costumbre de vivir. Ninguna novedad, pues, para el “lector semiprofesional” al que no le sorprenderá ni el estilo preciosista y barroco del autor ni el engreído malditismo de su “personaje autobiográfico”. Y aclaremos desde ya que aquí el término “personaje autobiográfico” está aplicado con toda intencionalidad, porque, lejos de una reconstrucción detallada y fidedigna del pasado, Caballero Bonald aprovecha este repaso vivencial como pretexto para reconstruirse una nueva personalidad, una nueva existencia, una nueva historia. Por ello, es conveniente iniciar esta reseña con un aviso a futuros navegantes: que nadie espere encontrar en este libro un apoyo documental, exacto, concreto y objetivo de lo realmente vivido. En este aspecto, el jerezano tampoco engaña a nadie y así lo repite una y otra vez a lo largo de la obra a manera, casi, de auto disculpa obsesiva:

“Es fácil malformar al cabo de los años lo que verdaderamente se sintió ante esa inicial comparecencia de impresiones desconocidas. De modo que no conviene excederse en las conjeturas propias del caso. Es cosa admitida que el presente hace su propia selección de los hechos vividos, o de sus referentes sentimentales, con lo que se tiende a incurrir en una serie de desvíos, o de alteraciones deductivas, cuyo grado de verosimilitud apenas tiene otro sentido que el suministrado por la propia credulidad”.

La novela de la memoria abarca desde el nacimiento de su autor (1926) hasta la muerte de Franco (1975) y por ella desfilan todo tipo de personajes más o menos reales; más o menos literarios; más o menos reconocibles. Entrañables resultan los retratos del entorno familiar del niño, obligados en los primeros capítulos: la madre, el padre, el primo Rafael, el abuelo e, incluso, aquel anónimo mendigo que cuidaba circunstancialmente el jardincillo de la casa a cambio de unas migajas de pan. Mucho más jugosos -aunque por motivos frecuentemente extraliterarios- se muestran los de aquellos otros que mantuvieron algún tipo de contacto con el Caballero Bonald adulto. Así, desfila también ante el lector una ilustre galería de nombres que van desde Romero Murube a Fernando Quiñones, desde el Che a Carrillo, desde La Chunga a Serrat. Dientes de sierra en una alineación de la cultura y la política hispanoamericana de la segunda mitad del siglo XX que echa en falta un índice onomástico al final del volumen que la ordene y clasifique.

Y si el relato admite una clasificación en función de sus personajes, otro tanto también podría hacerse ateniéndonos a lo narrado. De este modo, es destacable la “sinceridad” de la voz de Caballero Bonald cuando se interna en el espinoso terreno de la crítica personal o de la ajena, alimentada por la provocación más descarada y la maledicencia impertinente. Algunos ejemplos:

“De aquella comida con Borges apenas recuerdo la larga y susurrante perorata del maestro por antonomasia, entre agudas ocurrencias, gracejos varios y bruscos visajes de ciego cada vez que terminaba un relato y esperaba la reacción del auditorio emitiendo entrecortados ruidos guturales. […] Como en algunos otros casos similares, yo hubiese preferido ser lector gustoso de Borges sin haberlo tratado”.

“Siempre he pensado que hubiese preferido leer su poesía [de Pepe Hierro]- o las porciones de esa poesía que siguen atrayéndome- sin haber tratado al autor, pues en cierto modo había como un desnivel, probablemente gratuito, entre el personaje y su obra, con lo que la lectura de algún poema se veía con frecuencia importunada por el recuerdo del poeta”.

“Vi en su día esa película [refiriéndose a Entre visillos, homónima de la obra de Martín Gaite] y, pese a mi exigua solvencia en materia cinematográfica, me pareció descubrirle un raro atributo: era todavía más insulsa que el texto narrativo del que procedía”.

Sin embargo, en contra de lo que el malévolo pudiera pensar, tampoco evita Caballero Bonald auto infringirse un severo castigo al abordar el asunto de sus propios infiernos: el alcoholismo, la infidelidad matrimonial, la bohemia,… Destaca especialmente, entre esta amalgama de confesiones descarnadas, el escarceo con Charo Conde, a la sazón santa esposa del Nobel Cela, que se relata con una frialdad que realza el cinismo de la narración, justificándose el escritor una y otra vez tras la “primicia” ofrecida en su tiempo por “una revista deplorable” y difundida “de la peor manera posible”. Así, Caballero Bonald usa esta patente de corso para contraatacar y hacer pública una versión que comienza así:

“Un día, de improviso, en el transcurso de alguna de aquellas itinerantes cuchipandas nocturnas protagonizadas por Camilo, a la que me unía a veces, Charo reiteró que estaba cansada y yo me ofrecí a llevarla a su casa […]. Pero aquella noche se aceleró un desenlace no exactamente imprevisto o quizá en parte imaginado…”.

Pero lo más valioso –al menos a nuestro juicio- de esta Novela de la memoria reside en ese universo narrativo construido sobre los cimientos de la realidad con los ladrillos de la ficción puramente literaria: el mundo del escritor niño, que poco a poco configura su entorno y descubre los perfiles de la casa y de su ciudad a base de una y otra travesura; el encuentro recurrente con el destino, esa suerte de casualidad misteriosa que en vaivén caprichoso corre paralelo a la existencia del escritor hombre; los sucedidos surrealistas, como el de los “acostados”, hermanos-herederos indudables del realismo mágico hispanoamericano, que sustituyen el espacio de Macondo por el del próximo Jerez. En estas distancias más líricas que testimoniales es donde más brilla la prosa de Caballero Bonald, dejando en el recuerdo del lector personajes tan entrañables como el del abuelo, misterioso ser que un buen día renuncia a su vocación de transeúnte para encamarse y agotar su vida mirando el mundo desde la posición horizontal,… salvo los jueves, jornada elegida para pasear a los hermanos Caballero Bonald por el Jerez señorial y provocarles un atracón de pasteles que no les permita asistir a la escuela al día siguiente. La merecida regañina de la madre termina por suprimir esa dulce salida semanal y el abuelo, irremisiblemente, encontrará la muerte con prontitud, abandonado en su descansado cautiverio.

Frecuentemente, en este recuerdo selectivo y subjetivo, la imagen del niño aparece nimbada por una interesada aureola de enfant terrible que se corresponde con esa idea de justificación que todo comunista de origen burgués termina por sostener ante la sociedad. A la luz del relato infantil y de la reencarnación diabólica que resulta ser el niño Caballero Bonald -capaz tanto de tragarse una aguja como de explosionar el soberado de la casa natal para, finalmente, tiznarse la cara de negro el día de la Primera Comunión-, no es descabellado pensar que ese malditismo exagerado, basado en una realidad deformada a su propio conveniencia, sea la respuesta a la postura inmovilista y carca del Jerez tradicional de los años 30, a la vez que una coartada que sirva para prefigurar la imagen pública del futuro adulto: un escritor comunista, perseguido por el régimen franquista, que es encarcelado por defender las libertades, a pesar de los orígenes aristocráticos del apellido Bonald y de su supuesta condición de burgués acomodado.

“Sólo es verdad aquello que en la memoria existe…”. El alejandrino del sevillano Montesinos que titula la reseña podría haber servido como colofón de este repaso biográfico que hoy nos trae José Manuel Caballero Bonald a las manos. Sólo es verdad aquello que en la memoria existe. Testimonio o ficción. Verdad o mentira. Equilibrio o exageración. He aquí el dilema del que inventaría sus años pasados. Ni más, ni menos. Ni menos, ni más. Lo esencial es que el lector recuerde en la distancia, al menos, unas pinceladas de aquel retrato del tiempo, independientemente de lo que realmente aconteciera. Caballero Bonald lo logra con La novela de la memoria, apoyándose en su inconfundible estilo, trabajado y barroco. Justo es reconocerlo y aconsejar su lectura, aunque advirtiendo que cualquier parecido con la realidad puede ser (o no) una simple coincidencia.

admin

2 comentarios

  1. Yo la leí, la novela (Tiempo de guerras perdidas) y me pareció que lo mejor era el título (lo cual no dice mucho, porque el título es muy bueno).

    Lo que más le reprochaba a Caballero Bonald era precisamente su incesante repetición de que aquello no era una verdad histórica, sino unos vagos recuerdos rehechos. («Vi que llevaban a un muerto por la calle. Pero quizás no lo viera. Quizás sólo vi a gente y sabiendo que por aquellos días hubo muertos en Jerez, imaginaba mucho más tarde que viera a un muerto…») ¡Coño! Si no vio usted a un muerto, invénteselo, tenga cojones, que para eso usted es el escritor. Si leo su novela -y pone ‘novela’ en la primera página, con eso voy advertido – no lo hago para realizar un sesudo estudio histórico sobre el número de asesinatos políticos en Andalucía la Baja en los años treinta, así que hágame el favor de inventarse todo lo que necesite, pero no me lo advierta a cada paso.

    Tal vez exagere, porque disfruté también con la lectura, no me arrepiento de ella. Pero discrepo del método. O uno hace una autobiografía o uno hace una novela.

    Ah,me encanto lo del «desenlace no del todo imprevisto…».

  2. Y… igual es (que no sé, porque no he leído estos libros) un idealista más feroz que el propio Kant y no confía la existencia de las cosas fuera de nuestra mente. Una forma de fe como otra cualquiera.

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