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Sólo falta el aplauso

Ulises y las sirenas. El dilema de la infidelidad

Jesús Cotta

Paréntesis, 2009
ISBN: 9788499190327

170 páginas
13 €


Daniel Ruiz García

A lo largo de las dos semanas de lectura del libro que nos ocupa, y dada la diversidad de espacios en los que lo he abordado (vagón de metro, sala de espera del médico, almuerzos, cama de matrimonio), he tenido ocasión de llevar a cabo un desmañado trabajo de campo que, aunque poco riguroso, me ha permitido extraer algunas conclusiones bastante interesantes: la infidelidad, rotundamente, es algo que sobrellevamos en nuestra vida cotidiana como un elemento incómodo, un tabú al que es mejor no enfrentarse. El interés por la infidelidad es algo que llama poderosamente la atención en la gente, y que te convierte de inmediato en alguien más bien desagradable. En la cama de matrimonio, en el trabajo, con gente conocida, la excusa de una reseña en ciernes me ha servido como justificación para paliar la inquietud de todos aquellos que me veían con el libro entre las manos. En el metro, por ejemplo, ha sido mucho más divertido. No estoy de coña: uno de los días, tuve que sufrir el gesto de despecho e indignación de una chica con la que compartía vecindad en los asientos. Al ver la portada del libro, la joven se levantó y me lanzó una mirada que tenía toda la textura de un escupitajo de desprecio. Creyó ver junto a ella a un crápula en proceso de ilustración para justificar su incontenible querencia por las faldas ajenas.

En Ulises y las sirenas. El dilema de la infidelidad (Editorial Paréntesis), el escritor Jesús Cotta se atreve a hurgar en la llaga de uno de los aspectos menos verbalizados pero más asumidos en la cotidianidad de las relaciones personales: la tentación del cuerno, la posibilidad de ser infieles, la cana al aire, bien de forma ocasional, bien como hábito sistemático. Y lo hace de la forma más inteligente que se me ocurre: a través del humor, y de un lenguaje cercano y simpático, como lo haría cualquiera en un desayuno con compañeros del trabajo, o en la cerveza posterior al cine.

Al leer este libro he tenido muy presente aquello que el gran Montaigne decía en su carta a los lectores en el preámbulo de sus ensayos, cuando matizaba el propósito de su obra: “Si mi objetivo hubiera sido buscar el favor del mundo, habría echado mano de adornos prestados; pero no, quiero sólo mostrarme en mi manera de ser sencilla, natural y ordinaria, sin estudio ni artificio, porque soy yo mismo a quien pinto”.
En buena medida, hay que entender a Cotta como un heredero de Montaigne, al que sin duda ha leído. Su forma de abordar el género, sin grandilocuencias, sin ostentación de eruditismo, de una forma llana, cercana, directa, acerca a Cotta al moralista francés. También, desde luego, y sobre todo, el humor. Porque Cotta resulta, al fin del libro, un verdadero humorista literario, que construye todo su discurso sobre unos cimientos basados en la risa. Este punto de vista, nada fácil, es a mi juicio uno de los principales valores de este ensayo, que se lee perfectamente como un monólogo de largo aliento. Es, sobre todo, un libro divertido, ameno, que fundamenta sus reflexiones sobre la infidelidad sobre personas de carne y hueso: amigos, compañeros de trabajo, gente del entorno del propio Cotta a los que el autor –y este sería otro de los grandes méritos del libro- transforma en personajes de ficción, a los que uno, al cabo, acaba tomando cariño. Personajes como Manolón, el memorable profesor de gimnasia, o la pareja formada por Roque y Encarnita, que a lo largo del ensayo se van revistiendo de atributos, de forma que cuando damos fin al libro deseamos que estos personajes sigan viviendo más allá de las páginas del libro.

Cotta es profesor, y eso se nota. Tiene una forma de decir muy didáctica, sin que en ningún caso parezca pedante, sin que tengamos la sensación de que está sentando cátedra con cada frase. Él te cuenta las cosas con sencillez, con humildad, dejando al lector que él llegue a sus propias conclusiones. En este sentido, también se le nota que es un amante de la cultura clásica, ya que su método nos resulta cercano a la mayéutica socrática. Siempre, desde luego, con mucha pimienta: a lo largo de todo el libro, son habituales las tipologías, los inventarios, las enumeraciones, las clasificaciones, algunas de ellas completamente hilarantes. Entre todas, me quedo con las que ocupan el tercer capítulo, donde Cotta despliega toda su pirotecnia verbal para describirnos todos los tipos de amante. Y así descubrimos, por ejemplo, que al igual que hay un amante sofista, hay un amante kantiano, un amante nietzscheano o un amante postmoderno.

Libro, por tanto, altamente recomendable, y sobre todo saludable, capaz de acercarse a un tabú del tamaño de la infidelidad y de manosearlo sin que en ningún momento nos sentamos violentos, sin que el tecnicismo ni la profusión de datos científicos o eruditos nos haga caer en el aburrimiento, sino todo lo contrario, haciéndonos disfrutar con la infidelidad transformada en un largo monólogo escrito, al que lo único que le resta es un aplauso final.

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