La vida en sordina
David Lodge
Anagrama, 2012. Colección “Compactos”
ISBN: 978-84-339-7676-5
360 páginas
9,90 €
Traducción de Jaime Zulaika
José María Moraga
Una de las cosas que se le suponen a un novelista -a un escritor, diremos- es que en su obra se realice preguntas y nos las lance. No necesariamente respuestas (en mi caso, agradezco que no las ofrezca) pero sí preguntas de algún tipo, acerca del mundo, del ser humano, de nuestras relaciones, de todas esas cosas que tras pensarlas nos da la sensación de haber crecido un poquito como personas y/o aprendido algo. Lo que no es tan corriente es encontrarse esta clase de compromiso en un autor bien entrado en su octava década de vida, en una etapa en la que las vacas sagradas de las letras están para “sopita y buen vino”, para homenajes y parabienes, en vez de para remover conciencias.
Por eso supone una alegría doble enfrentarse a la última novela aparecida en España del británico David Lodge, La vida en sordina (2008 originalmente), ahora en bolsillo. La vida en sordina transita territorios familiares para los lectores del Lodge narrador (no quiero olvidar su faceta de no ficción, como académico y divulgador de la Teoría de la Literatura), me estoy refiriendo a sus clásicos como Intercambios (1975) o El mundo es un pañuelo (1984). Protagonista muy culto, proveniente del mundo universitario, contexto académico, enredos de familia, pulsiones sexuales… Sin embargo, ni esta es una novela de campus, ni sus protagonistas pueden darse a la deconstrucción o al desenfreno con la misma alegría que antes: La vida en sordina cuenta la historia de un profesor de Lingüística ya jubilado, con un grave problema, su creciente sordera.
Al estar jubilado, el protagonista solo tiene relaciones tangenciales con el mundo universitario, el centro de su vida ahora son el tedio y la rutina propios de quien experimenta de mal rollo esa “muerte social” que puede representar la jubilación anticipada. Su principal preocupación, empero, es que la sordera que le aqueja le impide relacionarse de modo normal en su vida diaria, en conversaciones, reuniones sociales, comercios, en incluso en casa con su esposa. Todos los audífonos e implementos supuestamente diseñados para hacerle la vida más fácil parecen trocarse en instrumentos de tortura una vez que Desmond (nombre del protagonista) nos explica cómo funcionan.
“La ceguera es trágica pero la sordera es cómica”, parece ser el axioma a partir del cual David Lodge monta esta novela. Pues es cómica, ridícula, humillante, da lugar a numerosos malos entendidos, errores, enredos, que son mecanismos de comicidad, qué duda cabe. Pero de esa clase especial de humor negro que puede molestar a determinadas personas, y es que Lodge nunca se ha caracterizado por preocuparse por la corrección política. Desmond vive una existencia atormentada, al borde de la amargura, y se compara con los Grandes de la discapacidad: Goya, Beethoven, Borges, Philip Larkin, genios cuyos problemas sensoriales les jugaron una mala pasada. Para colmo, la figura del Desmond jubilado, envejecido, cuasi discapacitado contrasta brutalmente con la de su esposa cuarentona y jaquetona tras una operación estética, jovial y triunfadora en los negocios, auténtica portadora de los pantalones en casa, valga la expresión.
Solo el humor salva a Desmond de la desesperación, y en ese sentido encontramos a un narrador muy lúcido, que oscila entre la primera y la tercera personas (según convenga a su cuento), capaz de enormes ejercicios de sarcasmo e ironía, capaz de reírse de sí mismo y de lo que le rodea, algo que en ocasiones no es bien recibido por todos los personajes. Paradójicamente, la otra gran fuente de comicidad de La vida en sordina es la figura del padre de Desmond, Henry Bates, un anciano cascarrabias más impedido de lo que está dispuesto a admitir y a cuyo lado Desmond aparece rejuvenecido, capaz y lúcido, al contrario que junto a su dinámica esposa Winifred. Lodge no escatima aquí menciones a la fisiología del oído, a la fonética, a la pragmática (¿cuántas novelas habéis leído en las que se nombre a J. L. Austin?) o a los artistas ya mencionados y otros más para dar a entender que el narrador es una persona inteligente y culta, y que quizás por eso esté sufriendo su merma sensorial de manera más profunda, al ser consciente de lo que conlleva su condena a la sordera.
Este es el título original en inglés (Deaf Sentence, juego de palabras por la casi homonimia con ‘death sentence’), condena a la sordera en lugar de a muerte, y a lo largo de toda la novela las sustituciones de la palabra ‘death’ por ‘deaf’ eran una constante en la versión original. El título español de La vida en sordina me gusta por haberse conservado un cierto juego de palabras, y sirve de recordatorio acerca de la dificilísima labor a la que se ha enfrentado Jaime Zulaika al traducir esta novela. El propio Lodge dedica el libro a todos los que durante muchos años han vertido su obra a otros idiomas, consciente de que La vida en sordina “plantea problemas especiales a los traductores”. Zulaika los salva magníficamente, haciendo que los cambios mantengan la comicidad (confusión sordeta de “menudo barullo”/”puro chanchullo” por “flight from hell”/”cry for help”), conservando algunas cosas en el inglés original y suministrando siempre un impresionante aparato de notas aclaratorias a pie de página.
Pese a que la trama pueda parecer aburrida, diré que el libro no lo es en absoluto (también me he guardado en la manga algunas cosas, como supondréis), que está cargado de humor y melancolía a partes iguales, y que es la obra madura de un competentísimo novelista que sabe manejar al lector como le da la gana. Si hubiera que ponerle algún “pero” yo he encontrado dos: la resolución del libro adolece a mi juicio de una cierta prisa y podría haber sido menos obvia y el hecho de que el territorio Lodge puede resultar poco excitante a quien ya lo haya transitado y no quedara prendado de él en anteriores entregas. Pero como comencé diciendo, es de agradecer que el autor de El arte de la ficción (1992) no se contentase con facturar un ‘best-seller’ que le granjeara un cheque, sino que incluyera bastante materia para la reflexión, además de un buen puñado de risas (y momentos tiernos) en el lote.
Me pareció una novela magnífica. Para mí Lodge es uno de los grandes.
Vaya aburrimiento de reseña. Aburrimiento muy grande.
La verdad es que «El mundo es un pañuelo» me pareció una novela brillante, ingeniosa y divertidísima. Tengo que profundizar más en la obra de David Lodge, sin duda…
Y ojalá todas las reseñas fueran igual de aburridas que esta! 😉
Gracias por la amena e interesante invitación a lectura de este hombre. Lo añadimos al saco de pendientes.
Don CalcetínRelleno
Interesante reseña. Y más interesantes me han parecido aún los apuntes sobre traducción.
Un simple mojaquero.