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¿Sueña Miguel Serrano con pelotas de baloncesto eléctricas?

replica_origJOSÉ MARÍA MORAGA | Que Miguel Serrano Larraz (Zaragoza, 1977) es uno de los narradores más originales de la última generación de escritores españoles es un secreto a voces. Mi apuesta personal es que este autor es –además– uno de los mejores, y como tal debe empezar a ser reconocido. A modo de breve trayectoria recordaremos los dos libros más importantes de su producción (ambos en Candaya, la editorial que mima a sus lectores): Órbita (2009) y Autopsia (2013). A los cuentos del primero y la novela que fue el segundo se suman ahora los doce relatos de Réplica, otro título conciso, cortante y (¿por qué no?) sugerente. Réplica es todo lo que esperamos de un libro de Miguel Serrano y también algunas cosas que no esperábamos.

Explico la anterior frase: Réplica me ha encantado y ha conseguido eso que el autor sabe hacer como nadie, hacerme pensar, cuestionando todo, no dejar títere con cabeza en mi cabeza. No obstante, seré sincero: en ese constante esfuerzo por ir más allá y plantear el lado oscuro de las cosas hay un par de cuentos que para mi gusto van demasiado lejos y, probablemente porque no han conectado conmigo, no me han gustado.

Miguel Serrano no coquetea con el extrañamiento, directamente se lo folla. No en el plano de lo formal, pues sus cuentos no son vanguardistas ni experimentales, sino en el del contenido (si es que me seguís admitiendo esta objetable aunque todavía útil dicotomía). Así, lo extraño, lo inquietante, la circunstancia inexplicable, irrumpen de lleno desde el primer relato “Recalificación” y campa a sus anchas en otros tan provocadores como “Central” o “La frontera”. Otros como “La tabla periódica” o “Logos” proponen situaciones límite a las que resulta imposible sustraerse. En ese sentido, Réplica no deja indiferente: te obliga a comprometerte con sus cuentos y a regurgitarlos, a reaccionar. Mención especial merece el relato “Oxitocina”, brillante artefacto posmoderno (en el mejor sentido de la palabra) donde confluyen varios niveles de lectura, desde una conmovedora historia de interés humano hasta una compleja indagación sobre problemas como el yo, el doble y la identidad (preocupación recurrente en todo el libro).

Similares temas, tan caros a Serrano Larraz, aparecen en otra inquietante pieza titulada “Media res”, donde el clásico juego de la doble perspectiva alcanza nuevas y vigorosas alturas. El misterio, la parte no explicada, la desazón, son ingredientes esenciales de la literatura del zaragozano, me gustaría resaltar también su fuerte presencia en “Un tiempo muerto” o “Azrael”, textos que no pueden por menos que inquietar al lector.

Pese a tratarse de un volumen de relatos no enteramente inéditos (seis de los doce cuentos se habían publicado con anterioridad), la coherencia temática de Réplica es innegable. Formalmente, los relatos son más clásicos que vanguardistas, lo cual conviene a temas tan extraños porque provoca una interesante tensión lograda mediante paradojas y extrañeza. Estilísticamente, el autor sigue haciendo gala de esa prosa certera y pulida, alejada del barroquismo pero lejos también de la pobreza de mucha de la narrativa actual. Resulta delicioso descubrir, entre todas las frases de Réplica, aquellas que por lo acertadas o lapidarias merecerían entresacarse cual aforismos, como ocurre en la página 102: “Los reflejos siempre anuncian un misterio que no somos capaces de resolver, el misterio de la duplicación, de lo que es diferente y sin embargo encaja”.

Dicho lo bueno, que es casi todo, no tengo más remedio que afrontar los cuentos que, a mi juicio, detraen brillantez del conjunto del libro: “La disolución” y “Réplica”. La historia de “La disolución” es una saga costumbrista de la España post Franco, algo muy en boga que este 2017 encontramos por ejemplo en las últimas novelas de Sergio del Molino o David Trueba. El problema es que esto también lo encontrábamos, y mejor, en otros libros de Miguel Serrano. Estoy seguro de que ambos relatos encierran algunas de las claves de Réplica (no en vano son los de mayor extensión y uno de ellos da título al volumen) pero a mí me han resultado demasiado largos y digresivos, sin aportarme ninguno de esos momentos tan intensos, más concentrados y por tanto más efectivos. Podría argumentarse además que estos dos cuentos parecen descartes de Autopsia (sobre todo “Réplica”), monumental novela en la que todo lo que había que decir ya quedaba perfectamente dicho. Con todo y con eso, un cuento imperfecto de Miguel Serrano Larraz contiene más verdad y más literatura que muchos de los ejemplos señeros de cualquier autor y constituye un auténtico antídoto contra la ramplonería.

El principal valor de Réplica (aparte de la originalidad de las anécdotas de los relatos y su capacidad para hacernos dudar de la realidad) es que expande y enriquece el particular universo creativo del autor aragonés, confirmándolo como un referente de la literatura española actual. A Miguel Serrano nunca le ha sonado la flauta por casualidad, y ya va siendo hora de que el “gran público” acceda a sus maravillas. Yo no dudo en recomendar este volumen (incluso a pesar de las salvedades hechas), bien como modo de iniciarse en la obra de Serrano Larraz, bien como un sólido paso adelante en su carrera. Sólo me queda esperar a que se publique su próximo libro, lo cual ojalá suceda pronto pero si no, ¡aguardaremos hasta que tu mente engendre más historias desasosegantes, Miguel!

Réplica (Candaya, 2017), de Miguel Serrano Larraz | 192 páginas | 16 euros

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