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Sus deditos de leche desvalida

el chalJOSÉ MARÍA MORAGAMucho se ha escrito sobre memoria e historia. Historia con mayúscula frente a las historias personales, o Historia oficial e intrahistoria, por recordar la dicotomía de Unamuno. Para no olvidar algunos horrores pretéritos se llegó a crear esa falacia de la “memoria histórica” (hoy elevada a la categoría de ley), que respeto sólo en tanto que esconde un humano deseo de tener presente pasados dolores para que no se repitan. Dentro de la memoria del horror merecen capítulo aparte los libros de ficción sobre el Holocausto judío (o la ‘Shoah’, como dicen que se dice ahora). Dejando a un lado los testimonios de primera mano de supervivientes o víctimas y los estudios filosóficos (los Levi, Frank, Todorov…), la literatura sobre este tema es amplísima, a menudo ha sido carne de súper ventas y no siempre ha contado con la calidad artística que a todos nos hubiese gustado. Dejando a un lado las novelas de “judíos con instrumento musical”, quisiera hoy hablar aquí de una auténtica perla, una pequeña joyita que no por poco extensa (el libro cuenta con dos relatos que suman una centena de páginas) deja de ser valiosa y ambiciosa.

A veces, una sola herida muy profunda hace más daño que una somanta de palos (sobre todo si son de ciego). El chal de Cynthia Ozick es precisamente eso, una certera mirada dual al tema del Holocausto desde el peor lugar posible (acaso el único): el horror. Leyendo El chal se me ha puesto el mismo mal cuerpo que viendo La decisión de Sophie, y es que –si se me permite la analogía cinematográfica– los dos cuentos y su protagonista Rosa tienen más de Sophie Zawistowska que de Oskar Schindler. No hacen falta aquí grandilocuentes miradas panorámicas a esa inhumana máquina industrial de asesinato estatal (la suma de adjetivos suma al horror) que fueron los campos de exterminio nazis. Basta con una humilde y personal mirada a través del poco fiable agujero de la cerradura de la memoria para, con sólo ver un fragmento del horror, aprehender el horror entero. En ocasiones, como demostró Kurt Vonnegut con su Matadero 5, la elipsis es la más poderosa de las recreaciones del espanto. Otro ejemplo: basta con leer la carta de Toyofumi Ogura a su esposa Fumiyo tras la bomba de Hiroshima (con cuatro pinceladas descriptivas) para hacerse cargo de la barbaridad que fue, y no sigo dando ejemplos porque me vengo arriba.

De lo particular a lo general, la parte por el todo, El chal de Ozick son en realidad dos relatos que deberían ser canónicos en la literatura sobre la mayor tragedia del siglo XX (al menos, la más publicitada): “El chal”, de apenas ocho páginas y “Rosa”. Ambos comparten protagonista, la Rosa a que alude el título, que en el primero de los cuentos es una madre judía víctima de los nazis, tratando desesperadamente de cuidar a su frágil hijita de quince meses mientras que en la segunda pieza vemos a una Rosa mayor, superviviente del Holocausto en Florida muchos años después. Ella desprecia a otros judíos que, aunque perseguidos, no vivieron la experiencia de los campos. “Mi Varsovia no es su Varsovia”, dice Rosa Lublin a Simon Persky, otro anciano judío que procura su amistad pero se encuentra con el desdén de la protagonista.

-En Miami, Florida (…) no tenemos nazis, ni siquiera tenemos al Ku Klux Klan. ¿Qué clase de persona es usted, que todavía tiene miedo?

-La clase de persona que ve -dijo Rosa- hace treinta y nueve años era otra.

La experiencia de Rosa la ha cambiado para siempre, como ella misma dice en otro momento a propósito de su sobrina Stella (también personaje común a ambos relatos), quienes sobrevivieron al Holocausto parecen tener tres vidas, “La vida de antes, la vida de durante, la vida de después.” Del trastorno de Rosa, de su incoherencia e intermitente desconexión con la realidad es fácil apiadarse una vez se ha conocido la íntima tragedia que trata de mantener caliente junto a su pecho de madre. Es aquí donde el chal que da título a la obra cobra sentido y adquiere una importancia cuasi chamánica que resuena a través de todo el libro y que el lector hará bien en descubrir cuando lo lea, cosa que no me cabe duda hará después de esta entusiasta reseña.

Quisiera apuntar algunas cosas acerca de la preciosa edición de Lumen, un lujo en sí misma. No soy amigo de los volúmenes de tapa dura pero este me ha conquistado con su cuidada presentación, sus atractivas sobrecubiertas, las sugerentes ilustraciones de Óscar Astromujoff y el gratamente lúcido prólogo de Berta Vias Mahou, donde la autora madrileña avanza varias claves interpretativas de “El chal” y “Rosa” sin destriparlos. Mención especial también para la traducción de Eugenia Vázquez Nacarino, cuya versión castellana de la idiosincrática prosa de Cynthia Ozick en ningún momento rechina sino que antes bien juega en favor de los lectores. En ocasiones, cuando uno va a comprar un libro se sorprende de su elevado precio, frecuentemente excesivo para la contraprestación que ofrece. No me ha parecido el caso con este El chal que, aunque breve, es una joyita de lectura obligatoria.

El chal (Lumen, 2016) de Cynthia Ozick | 104 páginas | 18,90 € | Tradución de Eugenia Vázquez Nacarino | Prólogo de Berta Vias Mahou | Edición ilustrada por Óscar Astromujoff

admin

4 comentarios

  1. El libro es una maravilla, sí. No me canso de recomendarlo. Añadiría algo a esta reseña: el finísimo humor que impregna la historia de Rosa, en la segunda historia. Sólo maestras como Ozick pueden lograr ese equilibrio de quitarse el sombrero.

  2. Me ha gustado mucho la reseña. Lo compraré, lo he visto mil veces y siempre se me interponía otro 😉

  3. Preciosa reseña ,José María , que valoro aún más tras leer la obra. Ese chal con olor a leche agria y saliva se mete dentro .

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