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Tanto mientes, tanto vales

ILYA U. TOPPER | En Italia es inmigrante. En Berlín díce que es una mujer de Bosnia y se llama Ariana. En Madrid es un hombre de Italia. En Nueva York asegura ser un actor europeo. En Helsinki…

Atención, spoiler: el nombre del protagonista no lo sabremos hasta el final, ese final que desde luego no voy a contar. Ese final sin el que la novela sería mala. Porque no haría más que contarnos las andanzas de un tipo de viaja de ciudad en ciudad, trabajando a ratos en bares o restaurantes, inventándose un pasado distinto en cada lugar, y creyendo que tiene derecho a todo porque es transexual y porque no quiere volver a ser nunca más de Albania.

Albania. Quizás recuerden ustedes la foto del Vlora, el buque que arribó en 1991 en un puerto italiano cargado hasta la bandera de emigrantes albaneses: todos querían huir del país una vez derrumbado el régimen del dictador Enver Hoxha. Si tienen suerte, recordarán también Lamerica de Gianni Amelio (1994), uno de los mejores filmes de la década. Pues esta es la Albania de la que procede el narrador: un país derruido, pobre, hastiado de sí mismo, apenas agarrado a un glorioso pasado de águilas bicéfalas y héroes a caballo.

Gran parte del libro —intercalada a tramos con la historia del narrador en Europa— transcurre en esta Albania de 1990-1992 y narra la amistad de dos chicos apenas adolescentes que acaban sobreviviendo en los bajos fondos de Tirana, porque no tienen o no quieren tener ya a nadie más. Esta parte está trazada con precisión periodística, casi sociológica, incluido el entierro en la vecina Kosovo que entonces, yo no lo habría imaginado, era todavía, al menos a ojos del adolescente narrador, aún más rural, más pobre, más conservadora que Albania.

Enterarnos del reciente pasado de nuestro continente nunca viene mal, así que esta parte del libro se agradece, pero desde luego no hemos venido a una novela simplemente para enterarnos. Está claro que la vida de dos adolescentes callejeros de Tirana de 1991 y su necesidad de emigrar, de dejar atrás todo, cruzar fronteras y empezar de cero en otro lugar, es solo la preparación para lo que nos quiere contar Pajtim Statovci. Tampoco cuento demasiado si advierto —por la técnica de ir intercalando Albania 1990-1992 con Europa 1998-2003, lo sabremos desde el principio— que en esa segunda parte, donde se empieza de cero como inmigrante, como desconocido, forastero, exiliado de uno mismo, solo hay un chico, el narrador.

El narrador es transexual, dijimos, pero solo cuando le da por ahí: en Nueva York es gay, en España se echa novia y hasta le salen ramalazos machistas, en Berlín es mujer y en Helsinki explota la simpatía que suscita su condición de forma tan descarada que ya ni sabemos si creerle. Para llegar a finalista de un concurso de cantante novel, nos muestra, no hace falta saber cantar. Hace falta ser vendible, y ser trans es vendible, es lo que pide el mercado.

La manera desapasionada en la que el protagonista, siempre en primera persona, relata su historia no ayuda a saber cuándo cree fingir y cuándo cree interpretar el verdadero papel de su vida. Una frialdad del relato que —vamos entendiendo durante la lectura— precisamente quiere evitar que lo sepamos. No, la simpatía que inicialmente tendremos por el narrador se va esfumando. No se deja querer porque no se deja entender. No justifica sus actos ni sus arrebatos.

Tampoco nos permite acercarnos mucho: frente a la minuciosidad con la que Statovci nos presenta una Albania que sin duda ha vivido, el paso del narrador por Europa y Nueva York apenas es una secuencia de esbozos sueltos, dibujados muy por encima, sin especial afán de poner los detalles que las harían vívidos, verosímiles. Es, en el fondo, una especie de sketch teatral de su propia vida que nos ofrece el narrador, como desde un escenario, y no me sorprendería que sea todo invento.

En una época que ha promocionado la falta de inventiva como valor literario bajo el término altisonante de autoficción, es natural que muchos emigrantes hayan convertido su propia trayectoria en materia impresa lanzable al mercado, con mayor o menor arte, desde Velibor Colic a Ali Eskandarian. Es igualmente natural que durante la lectura de El corazón de Tirana. libro escrito en finés, publicado en Helsinki con un nombre balcánico en la portada, nos preguntemos si Pajtim Statovci ha hecho lo mismo, y en los momentos en los que nos empieza a caer particularmente mal el narrador nos entren ganas de meternos en internet a ver si al final no habrá más: si la novela y la entrada en Wikipedia de Statovci serán aproximadamente lo mismo.

Pero entonces llegamos hasta el final, hasta las últimas tres páginas, y entendemos que es todo invento. Teatro. Las lágrimas de un payaso o la risa de un suicida. Que dejar atrás un país, montarse en una lancha neumática y lanzarse al mar es también dejar atrás lo que uno fue y empezar como una hoja en blanco. Un cuerpo en blanco.

Y ahora sí que voy a mirar en internet quién es Pajtim Statovci. Kosovo, 1990, dice su ficha. Es decir que nunca vio la Tirana que describe con tanta precisión, ni la pobreza de una Albania que hoy, una generación más tarde, es un país mediterráneo, alegre y hasta democrático. Tampoco emigró nunca: eso lo hicieron sus padres cuando él tenía dos años. Pajtim Statovci es, apellido aparte, un joven y exitoso escritor finlandés, premiado ya en 2014 con su novela debut, Mi gato Yugoslavia, y hoy agraciado con media docena de otros galardones o posiciones de finalista. No sorprende, porque está claro: tiene inventiva.

El corazón de Tirana (Alianza, 2021) | Pajtim Statovci | 300 páginas | 24 euros | Traducción: Laura Pascual

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