FRAN G. MATUTE | Permitidme que haga mías las ya famosas palabras del jefe indio Seattle: no comprendo al hombre blanco. A finales del año pasado llegó a nuestras librerías El hijo de Philipp Meyer, laureadísima novela que traía consigo comparaciones alucinantes con William Faulkner (sic) y Cormac McCarthy. Casi nada. Era, cómo no, la nueva Gran Novela Americana, al menos de las que se publicaron ese mes. Afortunadamente, no hizo falta comprar el libro para saber que aquello no era (no podía ser) para tanto. En una portada de El Cultural se pudo leer el siguiente titular, extraído de una entrevista al autor: “Maté un búfalo y bebí su sangre para escribir mi relato”. Ante una afirmación así el lector ha de sentirse poca cosa, muy pequeño. Lo reconozco, he tardado casi un año en leer El hijo porque he estado entrenando, comiendo solo de lo que cazaba con mis propias manos, subsistiendo a base de topillos y zarigüeyas, y todo para poder estar a la altura de semejante texto. ¿Ha merecido la pena el esfuerzo? Veamos.
A nadie se le escapa que tanta loa desmesurada te predispone en contra de la novela. Empieza uno a leerla y no para de decir: “No es tan buena. No es para tanto. Aquí no parece que el autor haya bebido suficiente sangre”. El hijo no es una novela salvaje, no es una novela de esas que te desgarran, su prosa es bastante sencilla, más efectiva que deslumbrante. Empiezas de hecho a notarle cierta textura de ‘best seller’. Olvídate entonces de Faulkner o de McCarthy, si acaso imagina a Jonathan Franzen montado a caballo. ¿Qué es lo que tenemos entonces? Pues un novelón que, por muchos prejuicios que tengas (y yo llevaba conmigo unos cuantos), no podrás dejar de leer.
El hijo es un novelón, sí, entre otras cosas porque la historia que cuenta es muy ambiciosa: es ni más ni menos que la historia de Texas vista a través de una saga familiar, los McCullough. Se incluye de hecho al principio un árbol genealógico, que abarca varias generaciones, al que tendréis que acudir en más de una ocasión si no queréis perderos demasiado por sus cerca de seiscientas páginas.
Meyer hace un recorrido bastante completo por todos los grandes hitos que han ido marcando la construcción de Texas, desde su fundación hasta nuestros días. Así, aplicando el nuevo método crítico literario ideado por mi querido Nadal Suau (patente en curso), podríamos decir: Aniquilación de los indios. Check. La caza del búfalo. Check. Expropiación de tierras a los mejicanos. Check. Transformación de la industria ganadera en petrolífera. Check. Pancho Villa y Zapata. Check. La Agencia Pinkerton. Check. Gigante. Check. Asesinato de Kennedy. Check. Crisis del petróleo. Check. ¡La serie Dallas! Check… Pero tranquilos, El hijo no es Forrest Gump. Está todo ahí de fondo, lo cual es sin duda muy interesante, y Meyer integra lo histórico en su relato de manera eficaz. Aun así, a mi juicio, lo verdaderamente sobresaliente de esta novela no es tanto lo que cuenta sino cómo lo cuenta, porque su estructura funciona como un reloj suizo.
Meyer se ayuda de tres narradores diferentes separados en el tiempo, y emplea un punto de vista distinto para cada uno de ellos. Tenemos a Eli McCullough, cuya historia nos es narrada en primera persona. Es su vida de hecho la que vertebra toda la novela: capturado de joven por los comanches, Eli se criará entre ellos, siendo esta parte del relato la que pudiera tener más concomitancias con la obra de McCarthy. Por otro lado, está Peter, el hijo de Eli, cuya historia nos llegará a través de sus diarios. En ellos asistiremos a un relato desencantado sobre la transformación radical que sufrirá Texas con el cambio de siglo, previo robo a los mejicanos de sus tierras. Peter a su vez deberá vivir bajo la sombra de la controvertida personalidad de su padre. Por último, tenemos a Jeanette, nieta de Eli, metida ya de lleno en la Texas moderna, la Texas del petróleo. Será una mujer en un mundo de hombres, y quizás sea el personaje menos logrado de los tres, ya que termina siendo un tanto maniqueo y estereotipado (baste decir que se enamora del callado, fornido y sudoroso Hank, un perforador al que contrata para trabajar en las tierras heredadas de la familia). Su parte está narrada en tercera persona y gracias a ella sabremos que el abuelo Eli, tras ser criado en plena naturaleza por los comanches, llegó a ser coronel del ejército Confederado, amasando por el camino una gran fortuna. ¿Extraña evolución, verdad?, se preguntará el lector avispado, que querrá saber más.
La maestría de Meyer está por tanto presente en la forma que tiene de entrelazar estas tres historias, y en cómo vamos conociendo detalles de la fascinante vida de Eli antes de que el propio personaje nos la cuente. Al final de la novela confluirá todo, y obtendremos un retrato bastante atinado del espíritu arquetípico norteamericano, del hombre hecho a sí mismo, del fiero emprendedor, del ser humano al que la violencia ha transformado hasta convertirlo en un extremista. Hay en esa construcción del personaje de Eli una destreza narrativa brutal. Meyer demuestra ser sin duda un gran novelista, uno al que probablemente no le haya servido de nada beber sangre de búfalo para parir un texto como El hijo.
Porque, insisto, El hijo es un novelón (perdonan la repetición pero es que no se me ocurre mejor palabra para definirlo), un libro de esos para leer disfrutando como un cochino. Pero no, no es una obra maestra, ni es la Gran Novela Americana, ni nada parecido. Es simple y llanamente un magnífico libro, muy entretenido, muy interesante, muy recomendable, excelentemente escrito dentro de los cánones, que lleva al lector por su camino, que lo mima sin tratarlo como a un imbécil, y que por culpa de una excesiva y errónea campaña publicitaria ha pasado sin pena ni gloria. O esa impresión me da. El hijo tendría que haber estado presente este verano en todas las playas españolas, y no ha sido así. Lo dicho: no comprendo al hombre blanco.
El hijo (Literatura Random House, 2015) de Philipp Meyer | 592 páginas | 22,90 € | Traducción de Eduardo Iriarte Goñi
¿Y dónde queda la presencia española anterior, la gobernación de Nueva España, Gálvez y la convivencia entre indios, españoles y mejicanos a través de comercio y tratados? ¿De dónde cree que sacaron los indios sus caballos y más tarde sus rifles? ¿Quién les enseñó a domar, montar y disparar al enemigo anglosajón, holandés y sueco?