JUAN CARLOS SIERRA | Aún no he ido al cine a ver La virgen roja, película dirigida por Paula Ortiz y protagonizada por Alba Planas y Najwa Nimri -con lo que se admira en casa a la Nimri. Tampoco he leído La madre de Frankenstein, última novela del ciclo Episodios de una Guerra Interminable de Almudena Grandes -con lo que se quiere y venera a la Grandes en casa-; de hecho, es este el único título de la mencionada serie narrativa al que aún no le he hincado el diente. Qujzá habría estado bien entrar en Mi querida hija Hildegart, ensayo de Carmen Domingo que aborda la misma temática que las dos obras citadas anteriormente, pertrechado de estas ficciones por aquello de la literatura y las artes comparadas, pero también podría haber sido un lastre o un condicionante, ya que, salvando las distancias, quizá sea más recomendable empezar por el libro, por el ensayo, por el estudio objetivo, y luego pasarse a las ficciones.
La historia que cuentan todos estos artefactos artísticos es bien sugerente y atractiva: Hildegart Rodríguez Carballeira, de 18 años y figura destacada a pesar de su juventud de la intelectualidad y de la política española del momento -el momento se corresponde fundamentalmente con el primer bienio de la II República-, es asesinada de cuatro tiros a las ocho de la mañana del día 9 de junio de 1933 por su madre, Aurora Rodríguez Carballeira. Como dice la autora en la ‘Introducción’ del ensayo que analizamos, Mi querida hija Hildegart, “Es difícil dar con una historia que merezca una biografía, con una vida con la que en cuanto la encuentras ejerce sobre ti una fascinación que te garantiza que vas a seguir con ella hasta que adivines todo lo que la ha rodeado…”. Y la historia del binomio Aurora-Hildegart con su tremendo final da de sí para obsesionarse con estas vidas y para escribir un ensayo memorable, porque el material histórico lo tiene todo: juventud, precocidad intelectual, el contexto histórico de la II República, un asesinato o, más específicamente, un parricidio, una madre obsesionada con la educación de su única hija según su propio programa pedagógico y, como una sombra que se desliza sigilosamente a lo largo de la vida de estas dos mujeres, la delgada frontera entre la locura y la genialidad. En definitiva, Carmen Domingo dispone de los ingredientes perfectos para escribir uno de esos libros que arrasan en las listas de novedades –y por si esto fuera poco, al libro lo apadrina en el prólogo la mismísima Almudena Grandes-.
Sin embargo, el tiro le sale a Carmen Domingo algo errado. Ya en las palabras iniciales reproducidas anteriormente tenemos un ejemplo de uno de los defectos más frecuentes en este ensayo, un problema que con una revisión más detenida por parte de la escritora y de la editorial podría haberse evitado. Si analizamos sintácticamente la frase, vemos que el uso del relativo no es correcto: imitando la estructura sintáctica anterior, se le coloca a este una preposición ‘con’ y se le hace funcionar como circunstancial del verbo ‘encuentras’, cuando claramente es el sujeto del verbo de la subordinada adjetiva ‘ejerce’, que quizá debería aparecer en subjuntivo. No quiero decir con esto que el libro esté mal escrito, pero sí que este tipo de errores, más frecuentes de lo que uno podría esperar, entorpecen la fluidez de la lectura y, por tanto, el disfrute de un libro a priori tan sugerente. Digamos, para no abundar más en este aspecto, que la escritura de Carmen Domingo, su estilo, es francamente mejorable, ya que resulta algo pedestre.
Por otra parte, también se detectan otros elementos que entorpecen la lectura y la comprensión de un material tan atractivo como el que tiene la autora entre las manos. El referido a la distribución de la información recogida a lo largo de su investigación es quizá uno de los más llamativos. En este sentido, resulta muy cansado leer una y otra vez la misma información –sin más aporte que la propia redundancia- como sucede, por poner varios casos clamorosos, con el debate que se plantea en torno a la acusada acerca de si el asesinato de Hildegart fue consecuencia de un estado de lucidez extrema o fruto de una mente enferma, o la insistencia en la vigencia entre la intelectualidad de izquierdas de las teorías eugenésicas o la evolución política de Hildegart desde el socialismo al federalismo. Una vez explicado, si se hace con la profundidad necesaria, no es necesario insistir.
Por otra parte, hay que tener mucho cuidado con las notas a pie de página, porque las carga el diablo de la dispersión. Si la extensión de estas excede lo razonable, incluso abarca más espacio en la página que el relato principal, como es el caso en muchos momentos de la lectura de Mi querida hija Hildegart, algo está fallando. Me imagino que no es fácil echar a un lado el esfuerzo investigador, la documentación extraída tras meses y meses de lecturas atentas, pero a veces hay que renunciar a parte del material acumulado por el bien del relato o, más bien, saber escogerlo y en su caso sintetizarlo. No es recomendable, pues, meter con calzador en las notas a pie de página todo lo que tengo en los archivos, porque este material puede distraer de tal manera al lector que pierda el hilo de la biografía de las dos protagonistas, que supuestamente era el objetivo primero de este libro.
En relación a los ‘Apéndices’, que a ojo de buen cubero abarcan un tercio de la obra que comentamos, resultan especialmente interesantes los textos de Hildegart, aunque redundantes, porque se ha hecho referencia a ellos a lo largo del ensayo repetidamente, y también el que da nombre a la película de Paula Ortiz, cuyo autor es el doctor y sexólogo británico Henry Havelock Ellis, con quien Hildegart mantuvo una relación epistolar y científica muy productiva. Y hasta aquí llega lo que merece la pena de esa última parte documental del libro, puesto que considero absolutamente innecesarios los informes médicos, los textos titulados Informe sobre el estado psíquico de la procesada por los doctores Sacristán y Prados (1933) y Manuscrito de Ciempozuelos. Historia clínica de Aurora Rodríguez de 1935 a 1955, ya que el grueso de la información de estos textos se halla diseminado a lo largo del ensayo. La labor del investigador no es, ya lo hemos dicho, la de copiar y hacer acopio público de sus fuentes, sino la de interpretarlas, calibrarlas bien y citarlas en el desarrollo de sus investigaciones.
En el otro extremo de esta estrategia compositiva se encuentra la reconstrucción de las sesiones del juicio a Aurora Rodríguez por el asesinato de su hija. En esta parte del libro, a lo largo de casi cincuenta páginas, Carmen Domingo a partir de las publicaciones de prensa de la época realiza un extraordinario esfuerzo de reconstrucción de los tres días durante los que se celebró el juicio, sesiones de cuya transcripción no existe evidencia documental. Más allá del papel de esos periódicos que ha de consultar, de sus tendencias, ideologías, enfoques,… el mérito de Carmen Domingo reside en su capacidad para que el lector tenga la sensación veraz de que está asistiendo a los devenires del juicio con sus testigos, sus peritos, su fiscal, sus abogados defensores,…
Llegados a este punto del análisis, aun cuando soy consciente de que sobre este ensayo quedan más cosas que escribir, creo que se dan las condiciones de abordar las ficciones citadas al inicio de esta reseña sobre el caso Hildegart, porque Mi querida hija Hildegart de Carmen Domingo muestra una historia real, bien documentada, aunque quizá no demasiado bien resuelta. Luego vendrá la calidad literaria de la novela, la emoción, el enfoque para que funcione la película -ese supuesto amor de Hildegart y Abel Velilla que el ensayo ni demuestra ni desmiente-,… Pero esas son otras historias.
Mi querida hija Hildegart (Renacimiento, 2023) | Carmen Domingo | 376 páginas | 25.90 euros | Prólogo de Almudena Grandes