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¿Tirso de Molina o Jorge Javier Vázquez?

 

El vergonzoso en palacio

Tirso de Molina

Galaxia Gutenberg, 2012. Colección «Real Academia Española»

ISBN: 978-84-672-5135-7

360 páginas

23,65€

 

 

 

 

José M. López

Hay días -muy pocos- en los que el estadista se levanta con la vena mercantilista o empresarial, y lo primero que se le viene a la cabeza cuando, por vez primera, se enfrenta al libro El vergonzoso en palacio, de Tirso de Molina, Galaxia Gutenberg, colección Real Academia Española,  es a quién va dirigido, quién es, en definitiva, el potencial comprador de dicho producto.  Su acabado es precioso, de una pasta dura e impoluta que desprende ese agradable y familiar olorcillo a libro nuevo. El estadista abre el libro y observa que tiene 360 páginas, de las cuales, solo 140 son ocupadas por el propio texto teatral escrito por Tirso de Molina. El resto de páginas consta de:

– Una breve presentación por parte del editor.
– Un primer anexo que presenta un estudio sobre la comedia barroca, una autobiografía del autor y un análisis literario no muy denso de la obra en cuestión.
– Tras ello, un extensísimo y pormenorizado aparato crítico con 3.956 notas donde encontramos las múltiples variantes según los diferentes manuscritos encontrados de la obra.
– Posteriormente, unas notas complementarias (ya el texto va salpicado de un gran número de notas a pie) con otras consideraciones del editor que ayudan, qué duda cabe, a que el lector comprenda ciertas expresiones y las enmarque dentro de la realidad lingüística, literaria y social del siglo diecisiete.
– Una profusísima bibliografía acerca del autor y sus obras.
– Un índice de notas.
– Un índice final.

Es extraño, pero al estadista le sigue acompañando cierto escozor mercantilista, y, después de leer los anexos, continúa divagando acerca del potencial comprador del artículo. Por supuesto, cree que es un producto ideal para expertos en el teatro del Barroco, filólogos, o, al menos, estudiantes de Filología. Y el estadista está a punto de realizar la reseña, pero, justo antes de ponerse a escribirla, recuerda -¡vaya olvido!- que hay 140 páginas del libro que todavía no ha leído: la propia obra de teatro.

¿Y qué encuentra en esas 140 páginas? Pues un texto divertido, sencillo e ingenioso. Un obra de teatro que destaca, sobre todo, por su intención de llegar a todo de tipo de público, desde la nobleza de palacio hasta el vulgo iletrado que abarrotaba los corrales de comedias en el siglo XVII. Una jocosa y atrevida comedia palatina que, como en el buen cine comercial de hoy día, empieza ya desde los primeros versos intentando enganchar al público, y tiene la pretensión de no dejarlo parar de disfrutar, apelando para ello a los placeres más terrenos: violencia, amor, sexo y, confusiones.

En esta encantadora obra, el autor de El burlador de Sevilla nos presenta la historia de Merino, un joven pastor que aspira a codearse con las clases nobles. Este consigue entrar en palacio disfrazado de secretario, pero sus aspiraciones de ascender chocan frontalmente con su timidez, característica que lo convierte en un personaje tremendamente contradictorio, y a diferencia de otros protagonistas de Tirso de Molina, totalmente complejo y redondo en cuanto a su personalidad. Estas contradicciones se intensifican una vez que Magdalena, su señora, no para de insinuarse ante él, y duda constantemente entre atrapar al vuelo dichas insinuaciones y el pavor de sobrepasarse y, por tanto, quedar en ridículo. Magdalena, muy por encima de la moralidad regente, se niega a adormecer sus instintos sexuales, e impulsada por una irrefrenable carga erótica, cita a Merino y se acuesta con él, venciendo las tímidas barreras del muchacho. El fuerte y marcado carácter de los personajes femeninos no solo se muestra a través del personaje de Magdalena. Su hermana, Serafina, es una chica poco sociable, excéntrica y amante del teatro, cuyo mayor placer consiste en vestirse de hombre y representar a solas obras dramáticas. Como Narciso, y sin darse cuenta, termina enamorándose de ella misma vestida de cómico, y en una de sus representaciones Tirso pone en su boca un hermoso “panegírico” en defensa del teatro.

Tras la lectura de la obra, el estadista comprende la vocación popular con la que fue escrita en la época, y ve lógico que la gente se partiera el ojete, tanto en palacio, como en los patios, viendo las escenas en las que Magdalena, más caliente que… flirtea con el vergonzoso Merino a través de sugerentes juegos de palabras, sin que este se atreva a hincarle el diente; el estadista se identifica con el espectador que se  reía de las bromas escatológicas de los criados, y se levantaba de su asiento ante los violentos duelos de espada. Y el estadista se hace preguntas acerca de cómo han cambiado los gustos populares desde el siglo diecisiete hasta nuestros días. Parece ser que el divertimento más puro y primitivo era antes buscado por el pueblo en una comedia de Tirso o de Lope, y ahora en un Sálvame o un Gran hermano.

Pero el estadista se relaja, recapacita, piensa que se le está yendo la olla, que se está pasando algunos pueblos, debido quizá, a su inclinación a la analogía falaz y, por qué no decirlo, a ciertos prejuicios elitistas. Y cree que es normal que sea imposible que este libro tenga hoy día un amplio abanico de mercado, porque esta es una obra escrita en “español antiguo”, aunque en realidad, el español a partir de los Siglos de Oro sea básicamente el mismo de ahora, y aunque la obra se comprenda con extrema facilidad -los escasos arcaísmos que contiene están atinadamente glosados a pie-.

Sigue reflexionando el estadista, y  piensa que seguramente sea el verso lo que eche para atrás al lector medio -algo similar a lo que sucede hoy día con las “películas con letritas”, o VOS-. O tal vez, supone, el factor crucial que impide que el libro llegue a cualquier lector sea simplemente la intención del escritor de crear una obra genial a través de un instrumento con el que juega y al que estira hasta sacarle el máximo partido: el lenguaje. Quizá hace cuatro siglos la afición al juego de palabras, a la dilogía, o a las imágenes ingeniosas era algo mas aceptado por todas las clases sociales, incluso las iletradas que, cuando escuchaban estos juegos en las comedias, los captaban y se divertían con ellos a través de su transmisión oral.

Quizá sea eso, pero el estadista se sienta, al final, satisfecho, a escribir su reseña, porque hacía tiempo que no pasaba una tarde disfrutando con chistes sobre caca, bromas que te ponen “palote” y cotilleos de amoríos sin sentirse un poco estúpido. Porque detrás de todo esto, que a todos nos encanta, hay una voluntad de estilo y un enorme talento a la hora de utilizar nuestro idioma. En definitiva, porque detrás de todo esto está Tirso de Molina, y no Jorge Javier Vázquez.

admin

2 comentarios

  1. Es toda una aventura leer estos textos tan bien editados, un oasis de tesón y de inteligencia. El del «Lazarillo» es indispensable. Muy buena reseña, sí señor.

  2. El estadista es un crítico lúdico falaz y un epígono de Barthes. Le sobran esas 100 palabras en las que habla de sí mismo.

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