Al desnudo
Chuck Palahniuk
Mondadori, 2012
ISBN: 978-84-3972-513-8
192 páginas
17,90 €
Traducción de Javier Calvo
José María Moraga
Cuando me enteré de que Chuck Palahniuk sacaba nuevo libro me quedé intrigado. Cuando supe que estaba ambientado en la “Edad Dorada de Hollywood” respiré con alivio: al menos no figuraría en sus páginas gente que se introduce verdura por los orificios corporales. Luego recordé algunas de las “hazañas” por las que se recuerda a actores como Errol Flynn o Fatty Arbuckle y me eché a temblar. La buena noticia es que Palahniuk ha vuelto con una novelita muy atractiva, muy compacta, muy bien escrita. Que Palahniuk escribe bien ya lo sabíamos, solo quedaba por comprobar si sería capaz de escribir algo no centrado en violencia extrema y sexo bizarro.
Objetivo cumplido: Al desnudo viene cargada de violencia (más suave) y sexo (cómico más que turbador) pero por una vez todo parece estar justificado “por el guión”, no ser tan gratuito. En otras palabras, hay decoro (pese a que se hable de gente que explota en pedazos o que bebe litros de semen como si fuera chocolate) porque todas estas bizarrías están al servicio de la historia. Una historia cojonuda, para más señas. Creo que “cojonudo” no es un adjetivo muy académico o literario, pero casi nada en los libros de Chuck Palahniuk lo es. Un pequeño apunte: esta novela sobre la Edad Dorada de Hollywood ni se desarrolla en Hollywood (más bien en Manhattan) ni en la “Edad Dorada”, salvo que extendamos esta para incluir los años 60 del siglo pasado.
Así es este escritor del noroeste de Estados Unidos: ‘all about’ romper las expectativas. Y meto estas palabras inglesas no gratuitamente tampoco, sino porque me recuerdan a una película de Joseph L. Mankiewicz producida por Darryl F. Zanuck –All About Eve (1950), en español Eva al desnudo– que tiene mucho que ver con la novela, como deja ver la traducción de su título. Todo el mundo recordará esa película, protagonizada por Bette Davis y Anne Baxter, que contaba con secundarios de lujo como George Sanders, Thelma Ritter o la mismísima Marilyn Monroe. Ya sabéis, la típica historia de la «mosquita muerta», la eterna segundona que desde un segundo plano urde la caída de una estrella a cuya sombra vive, con el objetivo de quitarla de en medio para ponerse ella en su lugar.
No sé si conocéis el significado de otra expresión inglesa, ‘name dropping’. Quiere decir soltar nombres propios (de gente importante o famosa) venga o no a cuento, con el objetivo de darse importancia o impresionar al interlocutor… exactamente lo que acabo de hacer en el anterior párrafo. Pues bien, el ‘name dropping’ es uno de los recursos principales de que Palahniuk se vale para construir la historia de Al desnudo, en cada página aparecen al menos media docena de nombres de celebridades, casi todas del mundo del cine, que la narradora va dejando caer para ambientar hasta conseguir un efecto de saturación (y que aparecen en negrita, como hacemos en Estado Crítico). Este recurso ha sido utilizado por maestría por Bret Easton Ellis, y aunque la narradora de Palahniuk no alcanza las cotas de los de American Psycho (1991) o Glamourama (1998), pienso que el novelista ha tenido un gran acierto con su alucinante forma de incluir a personajes de la farándula en la trama.
La narradora de Al desnudo es Hazie Coogan, una asistente personal-niñera y “conseguidora” de la ficticia superestrella del celuloide Katherine Kenton, acaso un cruce entre Liz Taylor (ojos “violeta”, matrimonios en serie) y Judy Garland (problemas mentales, carrera tormentosa). Hazie cuenta cómo ella es responsable del éxito profesional, social y personal de Kathie Kenton, atribuyéndose todo el mérito en un enfermizo relato que deja traslucir una problemática relación de amor-odio con la actriz. Por el camino, asistimos a una serie de escenas de la vida de Kathie, siempre manejada cual títere por Hazie (si hemos de fiarnos de la narradora), escenas que ejemplifican los sucesivos desastres matrimoniales que han ido jalonando su vida, y los ponen en relación con su carrera de actriz.
Otro de los recursos que Palahniuk emplea es la falta absoluta de fidelidad o rigor a la hora de citar películas o momentos de la historia reciente; por ejemplo, se cuentan alocadas películas inexistentes, como La armada del amor, dirigida por David O. Selznick, en que Kathie Kenton hace de Isabel la Católica («Isabel I de España«, según el traductor Javier Calvo) quien se escapa a Miami disfrazada de bailarina de circo para liarse con Cristóbal Colón, interpretado por Ramón Novarro. En la misma cinta aparece Joan Crawford en Madrid, haciendo de esclava maya o azteca negra vestida de odalisca, Preston Sturges y Harpo Marx en los papeles de Tycho Brahe y Copérnico, respectivamente, el primero explicando que la Tierra gira alrededor del Sol y el segundo que alrededor de Rita Hayworth.
Con todos estos disparates la narradora consigue crear una papilla ‘tota revoluta’, que da muy bien la impresión de frivolidad, velocidad y dinamismo propios del famoseo y la vida alegre que asociamos a las estrellas de Hollywood. Aunque en el momento de la narración Katherine Kenton vive en Manhattan, décadas después de su mejor época profesional, todavía es objeto de la atención de numerosos admiradores y sobre todo de homenajes “otoñales” por parte de todo tipo de colectivos.
No quisiera desvelar nada más de la trama, pero sí advertir que la estructura del libro, rica en paralelismos lingüísticos y estructurales, funciona a la perfección y no consiste en una mera sucesión de escenas deslavazadas sino que nos lleva eficazmente a donde nos quiere llevar, un final que no por ligeramente predecible deja de resultar más que satisfactorio. La bizarría a la que hacía mención al comienzo de esta reseña está muy presente en escenas sexuales de la vida íntima de Kathie Kenton, y la violencia es parte integrante de los guiones cinematográficos y teatrales que la rodean. Pero por una vez Chuck Palahniuk parece claramente querer contarnos algo, se pone a ello y nos lo cuenta, con su estilo crudo, pero es que si no nos sentiríamos defraudados. Comparo Al desnudo con por ejemplo Fantasmas (2005), otra obra suya con un clarísimo sentido de la estructura y el estilo, y constato que Al desnudo sale facilísimamente vencedora de la pugna. Dudo que nadie se vaya a desmayar en una lectura pública de Al desnudo pero eso -en mi mundo- es una cualidad y no un defecto.
No he leído nada de este escritor, precisamente porque la temática/forma que suele tratar no me llama la atención.
Con esta bien planteada reseña quedo neutralizado de nuevo respecto al deseo de leer a Pahlaniuk (como si no hubiese oído hablar nunca de él). Me hago una idea de qué voy a encontrarme (idea que me mola).
Don CalcetínRelleno
Lo que falta en esta reseña – y lo que falta en general en las fichas de Estado Crítico – es el título original de la obra, a veces esencial para entender mejor el juego. En este caso es: Tell-all (Contarlo todo).