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Todos somos leyenda

CAROLINA EXTREMERA | En La filosofía de la composición, ese ensayo en el cual, sin engañar a nadie, Edgar Allan Poe nos intenta convencer de que escribió El Cuervo como resultado de una fría planificación y sin dejarse llevar en lo más mínimo por el sentimiento, se puede leer: “Parece evidente, entonces, que hay un límite distinguible, en lo que se refiere a las dimensiones, para todas las obras literarias: el límite de la lectura de una sola sentada. Y que, aunque en ciertas clases de composición en prosa este límite puede ser generosamente sobrepasado, sin embargo nunca será conveniente sobrepasarlo en un poema”.

Esta afirmación, desde luego, puede ser muy discutible si pensamos en obras, sobre todo épicas, que son un poema largo que ocupa una gran extensión, como por ejemplo Beoulf o La Ilíada, pero sí es verdad que hay cierta satisfacción en leer algo de una sentada y tener toda la información, todas las sensaciones, y después cerrar la puerta que teníamos abierta para dejar que lo leído se asiente. Sin embargo, a pesar de que los libros de poesía que leo suelen ser cortos, tardo mucho más en leer un poemario de ochenta páginas que una novela de cuatrocientas, porque suelo parar cada tres o cuatro poemas con miedo de que se acumulen y dejen de pulsar las teclas adecuadas que necesito que vibren con la lectura. Pero Sola, de Raúl Quinto, me lo leí de una sentada, y no solo porque sea un librito de apenas treinta y cinco páginas, sino porque los poemas que lo componen forman en realidad parte de una historia que cuadra como un poema largo a pesar de poder aislarse por separado. Es esa la lectura que creo que conviene a la obra, una tarde tranquila, sin ruidos, sumergirse en él despacio y salir un poquito diferente, o tal vez con una nueva conciencia de cuán aislados hemos llegado a estar.

El punto de partida de esta obra tan peculiar es un texto de Thomas Bailey Aldrich escrito a finales del siglo XIX: “Una mujer está sentada sola en su casa. Sabe que no hay nadie más en el mundo: todos los otros seres han muerto. Golpean a la puerta”. Y ya está. No hace falta más para desencadenar el terror. Así, Raúl Quinto nos pone en la piel de esta mujer, de esa imposibilidad que es que llamen a la puerta cuando no queda nadie más, cuando realmente no queda nadie más y ya nos habíamos entregado a la afasia de no necesitar hablar nunca más, de no poder nombrar a los otros porque ya no existen.

Los poemas se van sucediendo y en algunos se explora la crudeza de la soledad, de ese lenguaje que ya no es para nadie y que se parte, se fragmenta, se convierte en otras palabras nuevas que definen mejor lo que queda (“si no hay nada y si no hay nadie que nombrar/ hablar com/ partir la voz para qué las palabras no tienen/ porqué”). En otros, se mencionan tantos seres desaparecidos o se plantea qué ha podido ocurrir (“pudo ser una guerra una enfermedad infecciosa una panspermia de materia oscura voraz una lluvia negra llovida desde el centro del planeta una nebulosa roja anaranjada de luz sulfúrica un sol desolado”) y se plantea también quién está golpeando la puerta (“de dónde viene lo que no puede venir/ desde qué cuando/qué es este aquí que sucede/ este ahora por qué”). Como se puede observar, hay una ausencia total de mayúsculas y de puntuación, una apuesta que suele ser arriesgada para cualquier poeta aunque, en este caso, yo diría que es acertada porque ayuda a sumergirse en el texto, en el terror y las sensaciones físicas que este produce. Otra cuestión es el uso del vocabulario, con esas palabras nuevas y reconstruidas que se re-significan, como “recuerpa”, “palarva”, “apenínsula” (como verbo) o “abistmo”.

Paulatinamente y sin darnos cuenta, vamos leyendo y nos vamos colocando en el lugar de la mujer que espera, la que al principio nos es totalmente ajena por estar en una situación tan distinta. Pero poco a poco vamos viendo las semejanzas, o a lo mejor es solo que el lenguaje nos arrastra, y nos damos cuenta de que ella somos nosotros, que siempre lo hemos sido, y no solo ahora que hemos vivido estos meses de confinamiento tras los cuales nos hemos podido ver reflejados en los versos: “la habitación es como una caja una catedral/ una colmena de nácar y hielo/ un reloj sin manecillas”. No es solo por haber estado aislados este año, sino porque siempre lo hemos estado. Porque no es la primera vez que sentimos haber sido los únicos habitantes de la Tierra.

la pregunta no es

quién o qué

hay al otro lado

la pregunta es

si abrirá la puerta o no

si abrirías la puerta o no

Sola (La Bella Varsovia, 2020)| Raúl Quinto| 40 páginas| 7,90€

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