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Traficante de ilusiones

Que de lejos parecen moscasEDUARDO CRUZ ACILLONA | Algo raro sucede cuando a una novela se le entrega el premio Memorial Silverio Cañada a la Mejor Ópera Prima Criminal en la Semana Negra de Gijón de 2012 y no es hasta 2018 cuando dicha novela cuenta con una edición en España con la garantía de promoción y difusión que merece. Quizás es que tenía que venir The Wall Street Journal a decirnos que era la “revelación literaria argentina”…

Más allá de misterios y suspicacias, en Gijón ya saben que Que de lejos parecen moscas es una novela negra con mayúsculas escrita por un autor exquisito que se pelea con cada párrafo para dotar al texto de un estilo directo, sin florituras ni brindis para la galería preciosista, sin treguas en el ritmo ni concesiones a ese andarse por las ramas tan propio de quienes no conocen el suelo que transitan.

El protagonista es un ricachón, el señor Machi, que lo tiene todo: dinero, poder, lujo… Todo lo consiguió en el periodo de la dictadura argentina y lo mantuvo y lo agrandó durante los primeros años de la democracia. Algo que no es exclusivo de Argentina. Quizás esa música le suene a alguien que ya haya abierto las páginas de las últimas novelas de Rafael Reig o Benjamín Prado, por citar dos ejemplos de contemporáneos patrios.

El señor Machi, déspota y antipático, inmisericorde con sus empleados y distante con sus supuestos semejantes, lo tiene todo, decimos. Por tener, lo descubrimos en las primeras páginas, tiene en el maletero de su flamante deportivo hasta un cadáver con la cara reventada por el disparo de su propia arma y con las muñecas apresadas con las esposas de color rosa peluche que él utiliza en sus fantasías sexuales con sus amantes.

Alrededor, una sociedad que no sale en los informativos, una ley que no está en las leyes escritas y una justicia que es ciega por toda la coca que lleva esnifada.

Entre tanto, seis horas en la vida de este personaje, tan corrupto como atractivo, en las que se encuentra solo ante la vida para desentrañar el misterio. Seis horas en las que ni todo su dinero ni todo su poder son suficientes para desembarazarse del cadáver y quedar limpio de toda sospecha. Aquí no hay sitio para detectives privados ni policías federales. Todo a su alrededor es pura desconfianza. Cualquiera es sospechoso. La traición es un arma que resopla en la nuca de los poderosos. Y en esos momentos, hasta los utilitarios de segunda mano que conduce la clase trabajadora adelantan sin vergüenza ni decoro al deportivo último modelo tirado en el arcén.

Kike Ferrari, ya lo adelantábamos, escribe claro, limpio, sin artificios. “Honestidad brutal”, que diría Calamaro. Sus frases son disparos de cañón recortado. Va al grano, al meollo, hace que te empapes del ambiente y lo hace creíble desde el principio. Estás dentro, chaval, y sólo puedes escapar pasando una a una las páginas del libro aun a riesgo de acabar salpicado.

“Nada es casual, dice una voz —la del miedo— dentro del señor Machi”. Es un miedo al que no se vence con dinero, única puerta de salida del protagonista. Es miedo y vértigo a la vez, una mezcla que define perfectamente la música interna de la novela.

En un momento dado, en la radio suena una canción del cantante argentino Humberto Vicente Castagna, más conocido como Cacho Castaña, alguien que podría haber sido, en otra vida, personaje de Ferrari. Entre su extensa discografía, recuerdo el título de una canción. “Traficante de ilusiones”. Busco en Google la letra. Y sí, aunque el señor Machi renegaría de lo que voy a decir y me mandaría a sus sicarios a hacérmelo saber, creo que, después de esas seis horas en las que transcurre la novela, él también podría cantar esto:

“Tengo las costumbres y los vicios / que me dio la soledad, / y asco del vacío que me dejan / cuando me aman y se van (…) Sigo estando solo por el miedo de perder la libertad. // Soy así… / un traficante de ilusiones diferente, / sé que soy distinto a todos / pero igual a mucha gente. // Hoy que tengo dura la mirada / por un mundo de experiencias / sólo sé que no sé nada”.

Que de lejos parecen moscas (Alfaguara, 2018), de Kike Ferrari | 192 páginas | 17,90 euros

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