3

Tratado de las pasiones

Las experiencias del deseo

Jesús Ferrero

Anagrama, 2009

ISBN: 978-84-339-6291-1

213 páginas

17 Euros

Javier Mije

Puede que, en ocasiones, se sienta usted como un pobre idiota. Puede que, periódicamente, recale usted en algún recoveco del tiempo y tiemble allí por algún paraíso perdido. Puede que usted desee ser cualquier otro, y que se haya propuesto conseguirlo con urgencia. Puede que uno de esos domingos desterrados del universo desee usted no estar vivo. Puede que, ocasionalmente, ejerza usted su derecho a hacer el ridículo complaciéndose en público de su grandeza. Puede que, en la cola de Carrefour, una voz interior le pregunte si es allí dónde usted debería estar y eso le haga sentirse desoladoramente culpable. Puede que esté usted enamorado, le felicito. Puede que coleccione braguitas de encaje, rojas, sedosas, y libros o dinero. Puede que haya escrito usted una novela de celos. Puede que necesite usted beberse varias tazas de sadismo antes de ir a la oficina cada mañana. Puede que tenga usted miedo. Puede que envidie usted a alguien. Puede que la ansiedad lo transporte a usted del frigorífico a la báscula. Puede que la humanidad le importe un carajo o tenga usted corazón de filántropo. Puede que quiera usted vengarse secretamente de su vecino. Puede que ame y que odie usted en días alternos y que, con Machado, confíe en que no sea verdad nada lo que ya sabemos. Puede que este libro hable de usted.
Con Las experiencias del deseo, el novelista Jesús Ferrero (Zamora, 1952) obtuvo la primavera pasada el premio Anagrama de ensayo. Se trata de un proyecto ambicioso, nada menos que un intento de llevar algo de luz al desordenado universo de las pasiones humanas. El texto focaliza nuestras experiencias en relación con el deseo. Para el autor el deseo sería una especie de ente bifronte que se convulsiona en dos movimientos. Uno de atracción –Eros o amor- y otro de repulsión –Misos u odio-. Amor y odio, a su vez, se dividen cada uno en dos: el amor a uno mismo y el amor al otro, el odio a uno mismo y el odio al otro. Cuatro movimientos básicos que nos acompañan desde el mismo instante del nacimiento y que desencadenarían todas las pasiones. ¿Por qué somos seres condenados a desear lo inalcanzable? Porque nuestra primera experiencia es la sensación de intemperie, el alumbramiento que enciende nuestra conciencia de estar vivos y nuestra conciencia de ser, porque, en definitiva, nacer es ya añorar aquello que antes nos protegía y aquello que aún nos permitía no ser. ¿Cómo podemos recuperarnos alguna vez de una pérdida semejante?
Con un estilo nada retórico, claro como el agua, Ferrero nos ilustra sobre el atribulado mecanismo de atracciones y repulsiones que lubrica nuestras neuronas. “La gente tiene mucho miedo a estar dentro de su ser”, afirma el autor de Bélver yin, del mismo modo que la dictadura de lo políticamente correcto, la retórica de las ideologías, ha sepultado la compleja realidad -más bien tosca- bajo un alud de palabrería. “Somos como podemos ser y no como queremos”, decía Sócrates, y el autoconocimiento debería liberarnos más que angustiarnos. Si el asesinato y la guerra son las expresiones más radicales de exclusión al otro, el pathos que consuma sin punto de retorno la fobia a la alteridad, al otro lado de la balanza el amor al saber sería el lenitivo más eficaz para calmar la ansiedad primordial del ser. “Lo mejor es no nacer, pero si uno ha nacido lo mejor es ser filósofo”, dejó escrito Aristóteles. Si Freud entendió el amor al saber como una sublimación del deseo carnal, Ferrero nos recuerda que todas nuestras pasiones no son sino sublimaciones –destilaciones, transformaciones- de esa carencia originada en el instante del alumbramiento. Una de estas sublimaciones nos conduciría al Arte, un modo de no “malgastar nuestra propia locura” (Goethe); otra nos llevaría a Dios, la más definitiva representación de nuestro desamparo: “un objeto de dimensiones impensables concebido para llenar un vacío impensable, absoluto, infinito”. Pero no todas nuestras pasiones apuntan tan alto. No es difícil que el lector ser reconozca en algunas de ellas. Egoísta, soberbio, melancólico, curioso, orgulloso, mezquino, narcisista, enamorado, celoso, dadivoso, perdido, estas son algunas caras del yo, quien se miró al espejo lo sabe.

admin

3 comentarios

  1. Eros puro, Javier de mi corazón. Ahora entiendo la erótica de la crítica literaria. Es usted un fuera de serie en esto. Me compro un ejemplar y me lo ventilo en cuanto pueda. Oh, amor, amor.

  2. Muy interesante reseña. Parece ser que, al contrario que otros, Ferrero ha ido mejorando su estilo literario sin cesar desde aquel remoto «Belver Yin», toda una bocanada de aires cosmopolitas en la garbancera escena literaria española de aquel momento, hasta nuestros días.

Responder a sawa Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *